Esa noche dormí despierto. Mirando hacia un mismo punto en el techo y formando imágenes con las sombras producidas por las pocas luces que entraban por la ventana. Y en cada sombra te veía aún sin conocerte. Cuando más pensaba en ti y en tu rostro desconocido mis palpitaciones se aceleraban y una sonrisa se dibujaba sola en mi rostro. Para que amanezca faltaba mucho y el calor de mi angustia mitigaba el frío del invierno. Daba vueltas en la cama, bostezaba, sonreía, miraba por la ventana, me levantaba, daba diez pasos nerviosos y volvía a acostarme. Comencé a contarte quién era yo y mi corazón me decía que estabas escuchando. Y así, luego de una larga noche en la que conversamos sin detenernos, la luna oculta dio paso al día y amaneció.
Mi relajo era tal que creí haber dormido toda la noche sin embargo había sido tu picardía la que en realidad me mantuvo despierto. No quería que te vayas de mi mente, pero la mañana fría se vio interrumpida cuando abrieron la puerta de nuestra habitación.
- Bien Señora, tenemos que llevarla para la preparación -. Dijo una de ellas. Yo aún en ropa de dormir no atinaba sino a interrumpir la rutina. Mamá reía y acomodaba su andar a la enorme panza que aún te servía de refugio. Ese día verías la luz y yo, aún sin conocerte, ya imaginaba tu carita. Ya te quería cargar, ya quería tenerte conmigo.
Quise estar cerca todo el tiempo pero andaba de un lado para otro. Tenía intención de cerrar los ojos con mucha fuerza y de pronto despertar de nuevo y que todo haya pasado y tú ya a mi lado.
- Póngase esto -. Y me dieron una indumentaria de enfermero. El momento había llegado, verías la luz y si llorabas te consolaría como pudiera, no importaba el modo. - Pase por aquí por favor. - Y entré a una sala grande. Mamá estaba acostada en una camilla y yo a lado de ella sabía donde estaba pero estaba perdido. Mis piernas no respondían. Todo marchaba como debía pero era un loquerío. Tu llegada ameritaba más decoración. Quería inflar globos, aventar serpentinas, soltar picapica, tocar pitos y girar matracas. - Vamos a empezar -, escuché decir. Un bisturí formaba una puerta de salida por la que conocerías el mundo. Yo miraba pero no sabía qué. Tan solo miraba.
Todo marchaba bien, la doctora me invitó a posicionarme en un lugar estratégico para apreciar cada segundo de tu arribo al mundo. Quería que todo pasara más lento, poder nombrar cada situación... pero parecía que las manecillas del reloj daban vueltas con mayor velocidad y así el tiempo. No había tiempo para reconsiderar, todo era una secuencia de actos uno tras otro, precisos que debían suceder paso a paso sin interrupción.
La manera como intentaban sacarte del vientre de mamá era impresionante. Con fuerza y destreza e incluso "abuso" maniobraban a su antojo tu delicado cuerpecito aún protegido pero algo pasaba, no salías. Mi cuerpo en lo que tarda medio segundo se quedó paralizado. - ¡¡¡Viene deflexionado!!! -, dijo la doctora encargada del parto y le dijo a su colega que se ocupe de lo suyo. De inmediato una doctora estaba sobre el cuerpo de mamá haciendo presión sobre el vientre para empujarte. Yo tuve ganas de detener todo sin saber qué hacer después. Me contuve. Para mi fueron horas pero recapitulando fueron quizá tres minutos los que demoraste en salir luego de que te desviaras en el vientre de mamá y obstaculizaras tu salida. (Te entiendo, para como a veces es el mundo, sería increíble quedarnos dentro de mamá siempre, ¿no?).
Y ahí estabas, Santiago, impresionándome desde el primer segundo en que respiraste mi aire y tus pulmones ensordecieron el recinto donde estábamos. Pese a recordar cada segundo como una película que se repite en mi mente aún permanecía entumecido sin reacción, tan solo asombro.
- ¡Toma la foto! - Gritó alguien y yo apreté el botón de la cámara y...
... capté la imagen más bella y más hermosa que tengo de ti. Sin poses ni sonrisas. Sin fondos de paisajes paradisiacos, sin cataratas ni flores silvestres. Sin playas de mares verdes o cielos despejados con nubes de diseño perfecto. Sólo tú, con lo ojos cerrados con firmeza debido a la furia de tu primer llanto. Con los bracitos y piernitas estirados en señal de defensa y abrazo. Con el pelito peinado, pretensioso desde nacimiento. Con ese color rosadito que tanta pureza manifiesta. Y protegido con la sangre de mamá. La nueva Vida y la Sangre del momento más feliz de mi vida, confluyen en mostrarme las infinitas razones de ser inmenso para cuidarte e insignificante ante tu grandeza. Me impacta recordarte así, lloro como lo hago en este momento y debo interrumpirme para calmarme mientras te contemplo. La sangre nos une, es vital para vivir. No existe otra imagen en el mundo que supere la autenticidad del amor que ver el nacimiento de un hijo tal como sucedió. Mi Sangre también te protege, hijo mío. Y verte así, decorado en el maravilloso don de la vida con la sangre de mamá protegiéndote, no tengo más que agregar, tan solo, gracias por existir.
Han pasado ya algunos años desde aquella noche que dormí despierto y hablé contigo aún sin conocerte. Tal como te imaginé eres. Tal como me respondiste esa noche lo haces hoy. De la misma manera en que esa noche me impresionaste hoy lo logras con creces. Y del mismo modo que cambiaste mi vida esa mañana, ahora lo haces a diario.
En mis momentos de silencio, cuando nadie me escucha y puedo hablar mirando hacia el cielo, suelo pedir el mismo deseo: Siempre ruego partir de este mundo antes que tú e irme cuando ya no sea necesario estar aquí pero sí tener el tiempo suficiente de verte completar todos tus anhelas. Y si en mi partida te genero nostalgia, no será significado de que fui un buen padre sino de que tú nunca dejaste de ser un estupendo hijo.
Gracias hijito, este es un muy humilde homenaje que mi mal llamado don de escribir te otorga en gratitud por todo lo que haces por mí, sobre todo, hacerme una mejor persona cada día. Te amo, Santiago.
Moraleja.- ♫ Santiago querido / Santiago añorado / Tú a mí me has dado / Todo lo más puro de mi corazón ♪