La Real Academia de la Lengua Española define "Moda" como: Uso,
modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país;
y el Perú es un país que adopta modas estacionales por motivos que sean
necesarios lucir o imponer: Cortes de pelo que lucir, formas de hablar, formas
de caminar, maneras de opinar, gestos que hacer, ropas que vestir, detalles que
lucir, jergas que usar y cosas que comprar... es decir, infinidad de hechos,
costumbres o alternativas que de pronto empiezan a proliferar por la ciudad y
si no te contagias, estás en nada.
En los 90 se puso de moda una costumbre que ha logrado mantenerse vigente,
como pocas, hasta el día de hoy. Se volvió tan trascendental que no existe año
nuevo en que los kioscos itinerantes de la ciudad no amanezcan empapelados de
los aún famosos "Calatarios". No son otra cosa que calendarios de las
más reconocidas modelos y/o vedettes del medio local en sugerentes poses y
locaciones que permiten ver cómo pasan los días y meses de una manera
"didáctica" y alegre. En la medida que los meses van pasando, el
atrevimiento sugerido de las fotos va en aumento y desde un inicio esto fue
creando muchos más consumidores quienes en alguna oportunidad decoramos la
puerta de nuestro cuarto con alguna preferida del momento.
No logro recordar quien fue la pionera de esta moda pero le siguieron muchas
más y cada vez, para una mejor rentabilidad, mientras menos ropa usara la
elegida más adeptos conseguían. Hasta el día de hoy me atrevo a decir que existen
calendarios de este tipo muy artísticos y otros que ya lindan con lo
pornográfico, pero felizmente mi relato no va por ahí.
Sí recuerdo haber comprado uno hace mucho tiempo atrás pero, valgan verdades más me acuerdo de la pose del trasero de la modelo repetido 12 veces que de su cara; efectivamente, compré un "calatario" pero no recuerdo de quién. Pero de que tuve uno por lo menos, lo tuve.
De un tiempo a esta parte cierto diario local, durante el mes de enero, regala un calendario de este tipo. No es grande como los que se cuelgan en los techos de las combis encima del chofer o dentro de los talleres mecánicos, al contrario, son láminas pequeñas que vas coleccionando durante el primer mes del año y al final del mes sale a la venta el soporte donde podrás acomodar tus 6 láminas (dos meses por lámina) y disfrutar el transcurrir del año en curso. Y de esto me enteré porque a inicios del año 2008 si mal no recuerdo compré ese periódico y oh sorpresa, me vino de regalo justo Enero y Febrero y en su contenido el cronograma de cuándo vendrían las chicas, bueno, los meses de marzo a diciembre para completar el juego. Y así, como jugando, llegué a completar el Calendario. Cada mes una modelo distinta y cada modelo un bikini más pequeño... respetuoso, pero pequeño. Bellas modelos que adornarían mi año completo. El problema era que no llegué a comprar el soporte para acomodarlo, y no lo hice en realidad a propósito porque en la oficina no lo podía tener y en casa no me dejaron; aquí tengo que conformarme con el que regala San Fernando todos los años.
Sí recuerdo haber comprado uno hace mucho tiempo atrás pero, valgan verdades más me acuerdo de la pose del trasero de la modelo repetido 12 veces que de su cara; efectivamente, compré un "calatario" pero no recuerdo de quién. Pero de que tuve uno por lo menos, lo tuve.
De un tiempo a esta parte cierto diario local, durante el mes de enero, regala un calendario de este tipo. No es grande como los que se cuelgan en los techos de las combis encima del chofer o dentro de los talleres mecánicos, al contrario, son láminas pequeñas que vas coleccionando durante el primer mes del año y al final del mes sale a la venta el soporte donde podrás acomodar tus 6 láminas (dos meses por lámina) y disfrutar el transcurrir del año en curso. Y de esto me enteré porque a inicios del año 2008 si mal no recuerdo compré ese periódico y oh sorpresa, me vino de regalo justo Enero y Febrero y en su contenido el cronograma de cuándo vendrían las chicas, bueno, los meses de marzo a diciembre para completar el juego. Y así, como jugando, llegué a completar el Calendario. Cada mes una modelo distinta y cada modelo un bikini más pequeño... respetuoso, pero pequeño. Bellas modelos que adornarían mi año completo. El problema era que no llegué a comprar el soporte para acomodarlo, y no lo hice en realidad a propósito porque en la oficina no lo podía tener y en casa no me dejaron; aquí tengo que conformarme con el que regala San Fernando todos los años.
Inmerso en mi colección de 12 modelos simpaticonas, guardé mis 6 láminas en
un compartimento de una carpeta de cuero que uso en mi trabajo para llevar
documentos cuando salgo a visitar a mis clientes. De cuando en cuando y para
saber qué día era, recurría a la lámina correspondiente y pasaba mi dedo por
encima de la imagen... no sean mal pensados, lo hacía para contar los días
que faltaban para llegar a la fecha que estaba buscando. Así me acompañaron
estas doce señoritas sonrientes y curvilíneas durante todo el año.
Habían pasado varios meses ya de ese año y de pronto tuve que programar visitar
a una cliente a la Embajada de Venezuela. Preparé los documentos que debía
llevar y había uno que no podía, bajo ningún motivo, arrugar o permitir que se
maltrate. Entonces no tuve opción, saqué a mis chicas del compartimento secreto
de mi carpeta de cuero, de mi portafolio, y guardé cuidadosamente el documento
en ese mismo espacio. Estaba en la oficina así es que rápidamente guardé las
láminas en mi cajón por debajo de muchos otros papeles... ya las retornaría a
su lugar cuando regrese.
Llego a mi visita. Paso al hall principal de la Embajada de Venezuela, una
sala enorme, preciosamente decorada e impecable. Luego de los sistemas de
seguridad de rigor una señorita me pide que por favor espere sentado en el
sofá, la persona a quien iba a buscar bajaría de inmediato. Me acomodé en el
confortable sillón, ojeé algunas revistas venezolanas que habían sobre una mesa
y nada, esperé simplemente a culminar el motivo de mi visita.
De pronto bajá la persona a quien fui a visitar. Una dama, una señora muy emperifollada en todo el sentido
de la palabra. Días atrás nos habíamos conocido pero únicamente por teléfono.
Tendría quizá 45 años y yo entonces 29. Muy cortésmente como suelo ser siempre
para estas diligencias me puse de pie, la saludé, me invitó a tomar asiento, me
ofreció algo para beber, pedí agua helada solamente y comenzamos nuestra
conversación. Recuerdo que en la pared por donde estaba la
escalera de madera enorme y rústica, a la altura del descanso para llegar al segundo
piso, había un cuadro enorme con el rostro de Hugo Chávez, me llamó la atención
mucho pero iba a ser muy inoportuno y hasta peligroso dar mi punto de vista
sobre ese gobierno así es que comencé a llevar la conversación al objetivo
final. Ofrecerle el servicio que estaba necesitando, entregarle el documento
que estaba llevando, sacar su firma y retirarme.
Llegó el agua. Agradecí el gesto. Miré a mi interlocutora y dije - De
acuerdo señora, aquí está el documento que debe firmar - cogí mi portafolio,
cuidadosamente saqué el documento pero éste se había atascado al fondo del
compartimento. La señora pidió ayudarme pero no se lo permití por temor a que
de pronto estropeara el papel. Hice un mayor esfuerzo siempre con cuidado y luego
de un tirón delicado finalmente salió... pero no salió solo, por supuesto que
no. El bendito documento salió pegado a dos de las seis láminas de los calendarios
dejando ante nuestros ojos dos culos prominentes y bien bronceados acompañados
por el cuerpo de la chica a la que semejante poto pertenece quien sonriente nos
miraba sin darnos opción a nada.
En los siguientes 7 segundos no sé qué pasó. Tan solo recuerdo sentir un
hervor que nunca antes he sentido en mi rostro y un sudor en mis manos capaz de
llenar dos bidones de agua. Sentía que el calzoncillo se hacía un nudo en mi
entrepierna y mis labios temblaban porque no sabían si reír o hablar o cerrar
mi boca. Desesperante. La señora también se enrojeció. Me miró, frunció el ceño
y suspiró como búfalo que se siente amenazado. Yo cogí a mis calatitas y ofrecí
disculpas pero sentía que lo decía en ruso o en chino mandarín porque me salían
unos sonidos rarísimos. El estómago se me hundía porque el nerviosismo no me
permitía regresar a las potonas a su famoso compartimento.
Lo que me calmó en modo sumo fue que la señora, quizá al ver mi grado de
nerviosismo a punto de un colapso nervioso, me pidió que no me preocupara y
sonrió. Yo también sonreí. Usé la excusa de que estaban ahí por error y que
yo no sabía nada (son mis potos pero no sé nada... una cosa así), tomé un trago
rápido de agua, contuve el eructo que se provocó porque de haber salido hubiera
culminado peor la cita. Ofrecí disculpas por el hecho y el documento finalmente
se firmó.
Salí de la embajada riendo como imbécil, tomé el taxi y saqué nuevamente las
láminas, las aprecié por última vez, me despedí de ellas y se las regalé al taxista. Le dije que las conservara, que las
abandonaba porque estaban castigadas porque habían sido muy inoportunas; total,
en la oficina me quedaban ocho más... que, hoy en día, tampoco existen ya, tan
solo en el recuerdo de este relato... y al recordarlo me divierto y me rio
mucho, me rio solo y mucho porque la situación fue bastante particular y hasta
diría, emocionante.
Moraleja: ¡Quien solo se ríe, de sus calatas se acuerda!