viernes, 20 de abril de 2012

MIS CALATAS INOPORTUNAS

La Real Academia de la Lengua Española define "Moda" como: Uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país; y el Perú es un país que adopta modas estacionales por motivos que sean necesarios lucir o imponer: Cortes de pelo que lucir, formas de hablar, formas de caminar, maneras de opinar, gestos que hacer, ropas que vestir, detalles que lucir, jergas que usar y cosas que comprar... es decir, infinidad de hechos, costumbres o alternativas que de pronto empiezan a proliferar por la ciudad y si no te contagias, estás en nada.
En los 90 se puso de moda una costumbre que ha logrado mantenerse vigente, como pocas, hasta el día de hoy. Se volvió tan trascendental que no existe año nuevo en que los kioscos itinerantes de la ciudad no amanezcan empapelados de los aún famosos "Calatarios". No son otra cosa que calendarios de las más reconocidas modelos y/o vedettes del medio local en sugerentes poses y locaciones que permiten ver cómo pasan los días y meses de una manera "didáctica" y alegre. En la medida que los meses van pasando, el atrevimiento sugerido de las fotos va en aumento y desde un inicio esto fue creando muchos más consumidores quienes en alguna oportunidad decoramos la puerta de nuestro cuarto con alguna preferida del momento.
No logro recordar quien fue la pionera de esta moda pero le siguieron muchas más y cada vez, para una mejor rentabilidad, mientras menos ropa usara la elegida más adeptos conseguían. Hasta el día de hoy me atrevo a decir que existen calendarios de este tipo muy artísticos y otros que ya lindan con lo pornográfico, pero felizmente mi relato no va por ahí.
Sí recuerdo haber comprado uno hace mucho tiempo atrás pero, valgan verdades más me acuerdo de la pose del trasero de la modelo repetido 12 veces que de su cara; efectivamente, compré un "calatario" pero no recuerdo de quién. Pero de que tuve uno por lo menos, lo tuve.

De un tiempo a esta parte cierto diario local, durante el mes de enero, regala un calendario de este tipo. No es grande como los que se cuelgan en los techos de las combis encima del chofer o dentro de los talleres mecánicos, al contrario, son láminas pequeñas que vas coleccionando durante el primer mes del año y al final del mes sale a la venta el soporte donde podrás acomodar tus 6 láminas (dos meses por lámina) y disfrutar el transcurrir del año en curso. Y de esto me enteré porque a inicios del año 2008 si mal no recuerdo compré ese periódico y oh sorpresa, me vino de regalo justo Enero y Febrero y en su contenido el cronograma de cuándo vendrían las chicas, bueno, los meses de marzo a diciembre para completar el juego. Y así, como jugando, llegué a completar el Calendario. Cada mes una modelo distinta y cada modelo un bikini más pequeño... respetuoso, pero pequeño. Bellas modelos que adornarían mi año completo. El problema era que no llegué a comprar el soporte para acomodarlo, y no lo hice en realidad a propósito porque en la oficina no lo podía tener y en casa no me dejaron; aquí tengo que conformarme con el que regala San Fernando todos los años.
Inmerso en mi colección de 12 modelos simpaticonas, guardé mis 6 láminas en un compartimento de una carpeta de cuero que uso en mi trabajo para llevar documentos cuando salgo a visitar a mis clientes. De cuando en cuando y para saber qué día era, recurría a la lámina correspondiente y pasaba mi dedo por encima de la imagen... no sean mal pensados, lo hacía para contar los días que faltaban para llegar a la fecha que estaba buscando. Así me acompañaron estas doce señoritas sonrientes y curvilíneas durante todo el año.
Habían pasado varios meses ya de ese año y de pronto tuve que programar visitar a una cliente a la Embajada de Venezuela. Preparé los documentos que debía llevar y había uno que no podía, bajo ningún motivo, arrugar o permitir que se maltrate. Entonces no tuve opción, saqué a mis chicas del compartimento secreto de mi carpeta de cuero, de mi portafolio, y guardé cuidadosamente el documento en ese mismo espacio. Estaba en la oficina así es que rápidamente guardé las láminas en mi cajón por debajo de muchos otros papeles... ya las retornaría a su lugar cuando regrese.
Llego a mi visita. Paso al hall principal de la Embajada de Venezuela, una sala enorme, preciosamente decorada e impecable. Luego de los sistemas de seguridad de rigor una señorita me pide que por favor espere sentado en el sofá, la persona a quien iba a buscar bajaría de inmediato. Me acomodé en el confortable sillón, ojeé algunas revistas venezolanas que habían sobre una mesa y nada, esperé simplemente a culminar el motivo de mi visita.
De pronto bajá la persona a quien fui a visitar. Una dama, una señora muy emperifollada en todo el sentido de la palabra. Días atrás nos habíamos conocido pero únicamente por teléfono. Tendría quizá 45 años y yo entonces 29. Muy cortésmente como suelo ser siempre para estas diligencias me puse de pie, la saludé, me invitó a tomar asiento, me ofreció algo para beber, pedí agua helada solamente y comenzamos nuestra conversación. Recuerdo que en la pared por donde estaba la escalera de madera enorme y rústica, a la altura del descanso para llegar al segundo piso, había un cuadro enorme con el rostro de Hugo Chávez, me llamó la atención mucho pero iba a ser muy inoportuno y hasta peligroso dar mi punto de vista sobre ese gobierno así es que comencé a llevar la conversación al objetivo final. Ofrecerle el servicio que estaba necesitando, entregarle el documento que estaba llevando, sacar su firma y retirarme.
Llegó el agua. Agradecí el gesto. Miré a mi interlocutora y dije - De acuerdo señora, aquí está el documento que debe firmar - cogí mi portafolio, cuidadosamente saqué el documento pero éste se había atascado al fondo del compartimento. La señora pidió ayudarme pero no se lo permití por temor a que de pronto estropeara el papel. Hice un mayor esfuerzo siempre con cuidado y luego de un tirón delicado finalmente salió... pero no salió solo, por supuesto que no. El bendito documento salió pegado a dos de las seis láminas de los calendarios dejando ante nuestros ojos dos culos prominentes y bien bronceados acompañados por el cuerpo de la chica a la que semejante poto pertenece quien sonriente nos miraba sin darnos opción a nada.
En los siguientes 7 segundos no sé qué pasó. Tan solo recuerdo sentir un hervor que nunca antes he sentido en mi rostro y un sudor en mis manos capaz de llenar dos bidones de agua. Sentía que el calzoncillo se hacía un nudo en mi entrepierna y mis labios temblaban porque no sabían si reír o hablar o cerrar mi boca. Desesperante. La señora también se enrojeció. Me miró, frunció el ceño y suspiró como búfalo que se siente amenazado. Yo cogí a mis calatitas y ofrecí disculpas pero sentía que lo decía en ruso o en chino mandarín porque me salían unos sonidos rarísimos. El estómago se me hundía porque el nerviosismo no me permitía regresar a las potonas a su famoso compartimento.
Lo que me calmó en modo sumo fue que la señora, quizá al ver mi grado de nerviosismo a punto de un colapso nervioso, me pidió que no me preocupara y sonrió. Yo también sonreí. Usé la excusa de que estaban ahí por error y que yo no sabía nada (son mis potos pero no sé nada... una cosa así), tomé un trago rápido de agua, contuve el eructo que se provocó porque de haber salido hubiera culminado peor la cita. Ofrecí disculpas por el hecho y el documento finalmente se firmó.
Salí de la embajada riendo como imbécil, tomé el taxi y saqué nuevamente las láminas, las aprecié por última vez, me despedí de ellas y se las regalé al taxista. Le dije que las conservara, que las abandonaba porque estaban castigadas porque habían sido muy inoportunas; total, en la oficina me quedaban ocho más... que, hoy en día, tampoco existen ya, tan solo en el recuerdo de este relato... y al recordarlo me divierto y me rio mucho, me rio solo y mucho porque la situación fue bastante particular y hasta diría, emocionante.

Moraleja: ¡Quien solo se ríe, de sus calatas se acuerda!


viernes, 13 de abril de 2012

EL HERMANO DE RAMBO

La infancia es la etapa que más rápido sucede en la vida pero la que nunca se olvida. Y nunca se olvida porque está llena de experiencias que en su totalidad son nuevas porque vives todo por primera vez. Como cuando eres bebé y das tu primer paso y la emoción de papá y mamá es única, esa misma emoción personal la vivimos cuando niños.

En el barrio, en el colegio, en la familia... en fin. Disfrutamos la infancia en todo lugar que nos corresponde vivir los años de aprendizaje de la vida pero al mismo tiempo el desinterés y despreocupación porque como niños para eso es que vivimos esta etapa. Es cuando atesoramos los mejores recuerdos de nuestra vida.

Todos los niños merecen ser niños y vivir a plenitud este momento. Todos, sin excepción.

Cuando dejé de ser niño decidí entonces no dejar de serlo y hasta el día de hoy me divierto como tal y eso me ayuda a tener más fresco el recuerdo de la cantidad de cosas que he vivido siempre. Y siempre fue emocionante esperar los sábados para acompañar, con mi hermano, a papá al trabajo. Él trabajaba en un almacén de aduanas en el Callao y los sábados cargaba con nosotros y pasábamos el día mirando lo que hacía. Se dedicaba a cumplir sus funciones y nosotros éramos pues, los hijos del jefe. Señor Benavides le decían para todo y nosotros, mi hermano y yo, sentíamos mucho orgullo y nos adueñábamos del lugar. Éramos los Señoritos Benavides entonces y nos trataban muy bien. Nos hicimos no sé si amigos de las personas que ahí trabajaban pero por lo menos sí siempre éramos naturalmente bienvenidos.

La oficina de papá quedaba al fondo de dos almacenes enormes, gigantes; tipo hangares. En su oficina había un sillón enorme, reclinable y la idea era llegar a él en primer lugar... tratar de abrir los cajones, jugar con los sellos, ver nuestras fotos que mantuvo siempre en su escritorio. Pero la diversión real estaba afuera, en el almacén enorme donde se apilaban cientos de miles de costales que contenían polietileno (http://www.plasticbages.com/polietileno.html), el juego libre era trepar por los costales, saltar de una pila a la otra a considerable altura y así, todo el día jugando a lo mismo e investigando todo lo demás que había en el almacén: Montacargas, patos hidráulicos, máquinas rarísimas, etc.

Papá usaba una camioneta pick up Nissan color crema que la empresa le proporcionaba. Una tarde, en el almacén, jugando a lo mismo de siempre entre las bolsas de polietileno y sin cansarnos, papá nos llamó. Ya era hora de irnos, subimos a la camioneta y fuimos hacia la puerta que daba a la calle para irnos a casa. Felices, contentos, cansados, enterrados y satisfechos. Antes salir papá paró el carro, bajó y se dirigió a algunos empleados para coordinar algunos trabajos para el fin de semana. Mi hermano y yo aprovechamos en bajar de la camioneta y sacar el mayor provecho de  los minutos de la conversación en seguir jugando. Papá regresó a la camioneta al cabo de unos minutos y nos dijo que debía regresar a la oficina porque había olvidado algo. Debido al largo trecho entre la puerta de salida y la oficina dentro del almacén haría el regreso en la camioneta. Nos pidió esperarlo ahí porque no demoraba.

Es aquí donde la historia comienza a destruir la absurda costumbre del final feliz de los cuentos de hadas.

Papá arrancó la camioneta, al primer rugir del motor mi hermano corrió hacia ella y sujetándose de la baranda posterior saltó al parachoques y de inmediato a la tolva. Yo, como todo hermano menor, secundé su hazaña e hice lo propio. Corrí, corrí un poco más, llegué a coger la baranda, salté al parachoques y luego a la tolva. Excelente, papá nos veía por el espejo retrovisor y estoy seguro que se divertía por ver nuestra diversión y "astucia".

Fue entonces cuando mi hermano, intrépidamente y con mucha precisión se paró, pasó una pierna por encima de la baranda y pisó el parachoques posterior, luego pasó la otra pierna y por poco grita ¡¡¡I'm the King of Wooooorld!!! pero en ese entonces esa frase aún no era famosa. Y así viajó un ratito dejándome ver su satisfacción y espíritu aventurero. Y para colmo de mi natural envidia por su capacidad de desafiar el peligro, dio un salto a la pista sin dejar de cogerse de la baranda y velozmente sus pies regresaron al parachoques, logrando nuevamente la estabilidad necesaria para ingresar otra vez a la tolva... me vio y me dijo "¡SOY RAMBO!"

La camioneta ya había alcanzado una velocidad promedio pero yo no podía dejar de vivir la experiencia de niño esa de la que tanto rollo digo al principio de este relato; y decidí hacer lo mismo.

Con igual precisión me cogí de la baranda, pasé las piernas y me paré en el parachoques. Papá continuaba manejando con su consabida concentración. Yo miraba hacia abajo y veía como pasaba la pista a velocidad, y entonces sucedió.

Salté hacia la pista y grité:

¡¡¡Y yo soy el hermano de Raaaambssggjtddgjjgijjsgggtsshshhhggrrt!!!

Asustado y sin reacción alguna sentí que mis pies, al tocar la pista, no lograron dominar el salto y tropecé y comencé a ser arrastrado por todo el almacén ya que estúpidamente no optaba por soltar las manos de la baranda y papá aparentemente dejó de ver por el retrovisor. Sentía como mis rodillas iban dando de botes por la pista, perdí las dos zapatillas y una media. Mi hermano, admitámoslo la escena era perfecta, se reía viendo la cara del hermano de Rambo en apuros. Lo irónico es que no me soltaba. Mientras más me aferraba a la baranda menos precisión tenía para pararme y lograr equilibrio. Continuó el derrapamiento de rodillas y el derramamiento de sangre. Rambo seguía riendo y aconsejaba al hermano de Rambo que se suelte. Yo recuerdo muy claramente la escena, mirando hacia arriba a mi hermano, o sea a Rambo, y tratando de entender que me pedía que me soltara. Y así lo hice, me solté y la ley de la inercia me hizo salir despedido hacia un lado dando vueltas sobre el pavimento quedando adolorido, asustado y muy contrariado.

La camioneta se alejó y yo, el estúpido hermano de Rambo, quedé a la deriva. Me puse en pie, fui por mis zapatillas y mi media y mi dedo gordo. Ubiqué un baño, entré, me lavé las rodillas con un agua turbia que salió de una ducha que lo único que hizo fue avivar el ardor y la infección. Mi polo estaba sucio completamente y mi short totalmente rasgado. Comencé a caminar cojeando hacia la oficina de papá pero él ya manejaba hacia mí y mi hermano lo acompañaba. Atolondrado por la experiencia me hice a un ladito, no vaya a ser que la intención sea atropellar al hermano de Rambo por huevón... pero no. Subí a la camioneta, conté mil veces mi súpergenial estupenda experiencia vivida esa tarde porque, claro, algo de valentía tenía que demostrar. Si bien mi versión mejorada distaba en algunos aspectos de la contada por mi hermano, hoy la recuerdo con mucho cariño porque finalmente eso pasó cuando niño, en familia... como debe ser, como debe ser la vida de todo niño; siempre a lado de papá, de sus hermanos y por supuesto de mamá, capaz de curar las heridas del hermano de Rambo con extraordinario amor.

Moraleja: No intentes ser como el hermano de Rambo porque Rambo ¡nunca tuvo hermanos!

               





miércoles, 4 de abril de 2012

UN TEQUILA Y DOS TETAS

Los amigos son lo que son por ser amigos. Y cuando la soltería era nuestra compañía, salir entre amigos, entre patas, entre causas... era salir a divertirse de una manera peculiarmente libre e incluso desenfadada. Salíamos con un espíritu de conquista muy arraigado. Convencidos de que las noches de fin de semana llegaban sólo para nosotros y buscábamos dónde pasarla bien, brindando con algún traguito los pormenores de la semana y los avatares cotidianos... y así, entre carcajadas estruendosas; chistes y apelativos precisos y conversaciones en doble sentido, llegaba el amanecer, la despedida y el compromiso de reencontrarnos el siguiente fin de semana. Con la misma disposición de siempre.
Estos amigos de toda la vida hasta el día de hoy los conservo, los mantengo, los quiero.
Una patota que, transcurridos los años, hemos desarrollado nuestras vidas, nos hemos "profesionalizado" todos y festejamos y celebramos que todos contemos con salud, bienestar y desarrollo familiar y profesional... y es que los verdaderos amigos hacen todo por uno del grupo... en las buenas... y, claro, siempre en las malas:

No sé si hasta hoy existe en Barranco un restaurante al cual todo limeño conoce como "El Chifa". De día es precisamente un chifa, pero en la noche, al fondo del local, muy al fondo, es una cantina, sí, así la recuerdo, como una cantina. Las típicas mesas de plástico y sillas apilables o de madera fortísima nada cómoda. Mala música, silo en vez de inodoro y harta cerveza a 3 por S/. 9.50.
La patota decidimos ir allá un sábado por la noche, éramos los mismos de siempre, la collera completa. Quedamos en tomar unas cervezas y como suele decirse "morir ahí" porque no había otra cosa que hacer. Decidí tomar prestado sin preguntar, un Tequila del bar de mi hermano. Otro se hizo responsable de la sal, otro de los limones y otro más llevó un shot. Nos falló quien debía llevar el cuchillo... es decir, nos acompañó pero olvidó la herramienta. Y es que este bulín permitía el "corcho libre" así es que nos acomodamos en varias sillas, pedimos las cervezas, abrimos el Tequila y empezó la ronda. Cual Mc.Guiver uno sacó su llave y comenzó a partir los limones. No era muy diestro con la tarea pero otra modalidad no había (efectivamente, no había cuchillos en el restaurante ¿¿¿???) Todo excelente. Chelitas van, chelitas vienen, Tequilas pasan, se saborean... entran al torrente sanguíneo y el hígado zapatea... pero nada, somos jóvenes, el cuerpo aguanta.
Habrán pasado dos horas cuando me percaté que mis amigos se estaban duplicando... ¡uy carajo!, cuando lo mismo empezó a suceder con mis manos me levanté y me dirigí a los baños... bueno, a la letrina. Y es cuando sucede que "te da un aire" y ¡zuácate!, metí la pata al urinario, me reí, saqué la pata de ahí. Renegué pero sin poder elaborar palabra alguna. Señores: me había emborrachado. Salí del ambiente pestilente que eran los SSHH y como brigadier de simulacro nacional de sismo, me aferré a la columna. Cuando me di cuenta que era un mozo, lo solté y le pedí que me dijera entonces, cuál era la columna más cercana y con un empujoncito me acomodé, ahora sí, en una resistente viga que sostenía las calaminas del techo, entonces... ... ... ... ...

(A partir de ahora continúo el relato con lo que mis amigos me contaron porque mis recuerdos son muy vagos).
Estaba parado cogiendo la viga para que no se caiga el chifa y se acerca Manuel y me pregunta - Monaguillo, ¿estás bien? - (mi chapa es Monaguillo) - Psssssss egggggggque tssssss nosssssssssé -. Atino a responder.
Se acerca Alejandro, hermano de Manuel - Asu Mona, la cagaste, ¿y ahora? - Yo continuaba respondiendo frases que contenían muchas letras "s" y "g" pero no recuerdo qué quería decir.
Luego llegan Vicho, Tusy, Chipi y Eduardo y empieza la reconstrucción de los hechos, la mano al pecho y la creación del plan de evacuación para que el Monaguillo llegue a su casa sano y salvo.
Salimos del Chifa, me apoyaron contra la pared... mientras ellos se ponían de acuerdo yo veía como los carros pasaban por la pista pero ésta quedaba hacia arriba y yo estaba parado en la Luna. ¡Fatal!. Se acercan Vicho, Tusy y Chipi, se despiden de mí y me dicen que Manuel, Alejandro y Eduardo me llevarán a mi casa aprovechando que todos vivimos por el barrio y Eduardo tiene carro. Perfecto.

Me acomodaron en el asiento del copiloto, me sujetaron al cinturón de seguridad, la inercia hizo que mi cuerpo se vaya hacia adelante quedando descuellado (término que muchas veces usaron para recordar mi estado) y abrieron la ventana para que "me dé más aire y me mejore"... osea.
Y así los socios de la conquista me llevaron a mi casa. Sin embargo, antes de, en un momento determinado del viaje, desperté. El carro había frenado, escuchaba la risa de mis amigos y sentía una caricia en mi cabeza, precisamente el cosquilleo que me despertó. Era algo raro lo que sucedía y no lo entendía pero a juzgar por las risas de mis patas asumo que asumí que todo iba bien. Me esforcé mucho por levantar la cabeza y saber qué propiciaba las caricias. Veo hacia la ventana aún sintiendo el mundo dando vueltas y percibo que dos protuberancias descansaban en el filo de la ventana del auto. Dos grandes masas cubiertas de látex negro que se meneaban de un lado a otro y aún continuando la caricia en mi cuero cabelludo no sabía qué pasaba.
Las risas cada vez crecían más. Pude apreciar que las dos circunferencias eran un par de tetas bien depositadas en la ventana del auto. Las miré, miré para ver a quien pertenecían y el rostro de la persona era más tosco que La Mole con estreñimiento. Recuerdo que escuché un "Hola Papito" que salió de una boca pintada con un rojo pasión encendido pero la voz era más ronca que la del Cabezón Mifflin. Yo respondí el saludo... quizá cogí una de las tetas, no recuerdo pero las risas continuaron hasta que partimos hasta mi casa. Al alejarnos de la Zona "Cosa", vi por la ventana y pude divisar que luego de las tetas continuaba una panza prominente, una cadera voluptuosa y unas piernas más peludas que ALF calato sin depilarse 5 años y bien al cuete con las medias nylon. Y volví a mi estado de descuellamiento total mientras las risas, más escandalosas aún, terminaron por arrullarme y el otro personaje iba en busca de quien requiera sus servicios.

A la mañana siguiente amanecí en mi cama. El dolor de cabeza traía consigo fotografías de momentos que no solía recordar con exactitud... pero las tetas las recordaba muy claramente y fueron una pesadilla recurrente por mucho tiempo.

Y es que tenía que ser así, tenía que haber una anécdota espectacular esa noche con mis amigos de siempre y de toda la vida para que, precisamente, cuando cobre vida el recuerdo, sea tan divertido como el momento mismo cuando sucedió. Y esto sucedió hace muchos años atrás. Y siempre lo recuerdo. Y me divierte recordarlo y me vacilo al compartirlo porque sé que cuando mis amigos (y cómplices de esta historia) lo lean, reirán también y habré contribuido con hacerlos reír pese a que el tiempo y la distancia y demás circunstancias, no nos permitan vernos tan seguido como antes.

Obviamente existen historias mucho más honorables y ejemplares que esta con mis patas de toda la vida, las relataré más adelante sin duda alguna.
Lo que pasó es que hoy, dentro de mis varios viajes que hice por la capital producto de mi trabajo, como siempre divagué y recordé y dije, tengo que escribirlo.
¡Un abrazo para mis grandes amigos!

Moraleja: La Amistad es como la Sopa, no hay que dejar que se enfríe...