Que tire la primera piedra quien es capaz de decir que siempre todo le sale bien. Que nunca comete un desatino, que jamás ha hecho algo de lo que después no haya dicho "pero porqué hice esto" o que sus amigos no le hayan dicho "la cagaste... con todo". Ninguna piedra será lanzada, estoy seguro.
Pero eso es parte de nuestra propia naturaleza y por lo mismo no nos hace ni peores ni mejores personas pero sí nos caracteriza y hasta nos caricaturiza. Ese don que cada uno tiene para meter la pata es único. Puedo asegurar estadísticamente que lo que a uno siempre le pasa ya hasta por costumbre no es común en otro ser, de ninguna manera; tanto así como las famosas estadísticas médicas: Uno de cada cien mil varones nace con tal síndrome. Diez de cada doscientos mil mujeres nace con tal tema genético y así...
Por ejemplo: sé de un amigo en particular que siempre, siempre le pasa algo en la vida cotidiana. Todos quizá tenemos una rutina similar pero a este amigo siempre le tiene que suceder algo fuera de lo común, algo extraño en lo que puede o no estar involucrado pero finalmente algo le sucede. Sus experiencias son geniales.
Otro amigo muy querido siempre se lesiona cuando juega, por ejemplo. Siempre. No hay pichanga de la que no salga cojeando o con algo luxado, siempre le pasa algo.
Una amiga, otro ejemplo por ejemplo, cuando toma alguna cerveza u otro trago, al primer vaso ya está en otra galaxia; normal sería que ahí quede todo pero no. Siempre le sucede algo, pierde algo, le roban algo, algo le pasa que no le sucede al común de amigas borrachas que tiene.
En mi caso me ocurre algo, creo yo, demasiado particular. Es más, discrepando con mi propia introducción diría que es hasta extraño porque me sucede cuando no debería suceder. En el momento más inoportuno. En el momento preciso en donde debe primar la ecuanimidad y seriedad me pasa algo incontrolable y es que... soy una bestia para dar el pésame.
Me pasó una vez con la mamá de un amigo porque su esposo había muerto. Conocía poco a la señora. En el velorio me acerqué a ella, estaba destrozada. La saludé, la abracé y ella correspondió a mi saludo con mucho cariño. Entre sollozos me dijo "gracias hijito"... yo me quedé sin saber qué decir. Di un paso atrás... levanté los pulgares de mis manos en señal de aprobación al momento y le dije !Bacán! Ella me quedó mirando extrañada y yo con mis pulgares arriba iba retrocediendo sintiéndome cada más más imbécil. ¿Bacán?, por Dios, ¡¿qué tiene de bacán un momento como ese?!
En otra oportunidad, en el velorio de un pariente muy cercano de una amiga, nos reunimos todos para ir a verla. Muchos me advirtieron que no dijera nada, que simplemente me limitara a saludar con un abrazo y punto. Así lo hice, me acerqué a ella y la escena fue la misma que el caso anterior: nos abrazamos y ella no controlaba su sentir y lloraba. Algo tenía que decir y comencé a repetir "Todo está bien, todo está bien, todo está excelente... vas a ver, vas a ver... todo está excelente" Atrás, claro, el cajón guardaba los restos de la persona fallecida, muchas personas rodeaban el féretro. Todos muy apenados por la pérdida; niños vestidos de luto inclusive. El olor a las lágrimas y coronas tan peculiar de esas ocasiones, el barullo del rezo del rosario tan lastimero pero para mí todo estaba excelente y la estábamos pasando de la puta madre ¿no? En fin.
Pero sin duda dentro de tantas esta ha sido la más recordada por todos. Siempre me piden que la relate en las reuniones y bueno, aprovechando la ocasión, les detallo:
Pertenecí a un grupo juvenil parroquial donde viví una de las etapas más increíbles de mi vida. Ahí precisamente conocí a la mayoría de mis amigos que hasta hoy mantengo. También conocí a muchas personas valiosas, de otros grupos organizados de la misma parroquia. Entre ellas a una señora muy peculiar. Tendría 60 años cuando nos conocimos. Usaba un peinado peculiar, un maquillaje peculiar, un caminar peculiar y un estilo de la moda peculiar. Su voz era también muy peculiar. Las palabras las decía cuidando mucho la pronunciación. Su voz era muy aguda y ceremonial. Era muy devota. Me tenía mucha estima y yo era recíproco con su cariño. Me consideraba muy bien. Honestamente, la recuerdo con mucho aprecio. En dos ocasiones hice el papel de "Señora" en obras teatrales que preparábamos en la parroquia para diversos eventos y elaboraba mi personaje inspirado en ella. Fue muy celebrado.
Sucedió que la madre de esta señora falleció. Al día siguiente convocó a toda su familia y amigos a una misa de cuerpo presente. La señora se me acercó y me invitó a la conmemoración. Yo formaba parte de un coro con mis amigos. No cantaba muy bien pero tocaba la guitarra y habíamos hecho un buen grupo. Conversé con mis amigos y fuimos a la misa. La señora me había pedido que al momento de la comunión tocásemos una canción que ella me decía era la preferida de su mamá y que quería escucharla de todas maneras. La cantamos. Y es que las canciones de misa tienen ese efecto de quiebre tan imponente que no sería lo mismo una misa de esa naturaleza en silencio. Siempre la misa es más alegre con un canto triste.
Terminada la misa la señora se acerca a mí. Yo me levanto de la banca, una amiga tiene el cuidado de advertirme que me quede callado al momento del saludo que la señora pretendía darme (conociendo mis antecedentes de pésames antes relatados). Las manos me sudaban porque la presión era aún mayor. El templo estaba prácticamente vacío. Estaban mis amigos del coro ocupando dos bancas, algunos familiares de la señora al rededor, el sacerdote, los monaguillos y claro, el cuerpo presente.
La señora me abrazó con mucha fuerza casi al punto de quebrarme tres costillas. Le había emocionado mucho las canciones que tocamos. Y bueno, del primer sollozo pasó al llanto y yo mantuve el abrazo firme. Pude escuchar que me dijo "gracias Franquito" y yo, sintiendo que iba a decir la frase más precisa para el momento, sintiendo la seguridad de por fin haber solucionado mi problema, sintiendo la confianza absoluta de ganarme el cielo con mi sentido pésame, le dije: "Que se repita, señora"
De inmediato ella interrumpió el abrazo, me cogió de los hombros, me miró (en ese preciso segundo mis amigos del coro no tenían cómo impedir reir, algunos se tapaban la boca, otros se miraban entre sí y otros abandonaban el lugar con cierta prisa porque temían estar presente para lo que pudiera pasar). La señora me dijo ¡¿Que se repita, qué?!, y claro, me lo dijo con cierta incomididad, pero al menos me estaba dando la oportunidad de justificar mi comentario. Hice un titubeo medio estúpido y con cierto desparpajo considerando que lo que diría iba a ser suficiente para olvidar el impasse, agregué con total ánimo: "eh pues... este... mmmm... que se repita la invitación para estos casos cuando usted quiera, señora"
Y cada que cuento esta historia termino diciendo: "No entiendo cómo me libré de ese cachetadón tan merecido" Pero en fin, recuerdo que la señora sonrió. Dio media vuelta y se fue. No quiero sonar malicioso pero tiempo después me enteré que falleció... y no me invitaron al velorio.
Moraleja: Si me pides te acompañe al velorio de un ser querido y llego vestido de payaso, por favor no me juzgues.