A los 21 años me mudé solo, dejé el nido y convencido de iniciar mi independencia aterricé en un modesto y enano cuarto de un departamento miraflorino cerca a todo. Los primeros días fueron de adaptación a mi nueva realidad. Desde despertarme por mis propios medios hasta acostarme a la hora que me diera la gana, pasando por las responsabilidades de comer y vestir. Para entonces tenía un buen trabajo con un sueldo muy atractivo considerando mi soltería e independencia. Luego de mis gastos necesarios quedaba un buen colchón como para divertirme sanamente y con comodidad. Pero claro, había dejado en casa de mis padres otras mejores comodidades como el almuerzo preparado y servido en un plato con mi nombre (y no era que me tratasen como a perro sino que cada uno tenía su plato con nombre, el que usábamos para tapar la comida, para saber cuál calentábamos en el microondas), como tener las camisas planchadas a tiempo, como tener agua caliente todas las mañanas, como tener una alacena con víveres y productos de primera necesidad siempre al alcance, etc.
Cuando decides vivir solo todo este tipo de condiciones se mudan contigo para que las asumas personalmente y desde entonces te encargues de todo. Y es aquí donde incluyo en la lista las facilidades que tienes viviendo en casa familiar respecto a tu ropa y su disponibilidad.
Viviendo solo llegó un día en que, por ejemplo, no tenía calzoncillos limpios. Tenía entonces dos opciones, o me compraba en tira de a tres en Plaza Vea o me ponía los sucios al revés.
Otra veces para obligarme a comprar nuevos cogía los viejos, les buscaba el hueco que con el tiempo se les suele hacer por uso y desgaste, y los rasgaba de lado a lado para simplemente no tener calzoncillos e ir a comprarlos. Pero los nuevos también se ensuciaban y vuelta a empezar el círculo vicioso. Digamos que lo mismo pasaba con las medias. Pero ya con otras prendas era distinto... y la necesidad de vestir correctamente y no oler a percudido me llevó a convertirme en un obsesivo compulsivo de la ropa pulcra, libre de arrugas e impecable.
De esta manera, hace mucho tiempo, me compré mi primer terno para el trabajo. Fue en el año 2002 aproximadamente. Al cabo de un tiempo cuando ya el saco y pantalón andaban solos decidí llevarlos a una famosa y prestigiosa lavandería. Dejé mi terno completo, me hicieron la boleta. Lo revisaron, me indicaron las manchas con las que las prendas estaban ingresando, etiquetaron mi atuendo y me pidieron regresar a los tres días. Todo dentro de un procedimiento muy interesante de atención y servicio al cliente... ya lo dije, se trataba de una prestigiosa Lavandería.
A los tres días regresé a recoger mi terno. Con mucha amabilidad una señorita solicitó mi boleta, ingresó a la tienda. Sacó mi casi smoking y lo colgó en un gancho para que lo auscultara literalmente de pies a cabeza o de basta a cuello. Lo hice muy rápido pensando que tanta ceremonia era sinónimo de perfección en el resultado. Agradecí, me agradecieron, incluso me obsequiaron un ticket donde se me permitía un lavado gratis de terno completo luego de mi cuarta visita. Parecía yo cliente exclusivo de El Corte Inglés con mi terno recién lavado que olía a más limpio que cuando lo compré.
Al llegar a mi casa decidí probármelo. Me quedaba pintado, excelente. Acomodé mis manos en los bolsillos del pantalón y frente al espejo me sentía John Holden. Luego acomodé las manos en lo bolsillos del saco y... ... ... y sentí una textura plástica. Tuve la sensación de que había cogido una envoltura de chocolate. Mi mente confirmó que se trataba de un artículo que evitara la humedad o algo por el estilo así es que decidí sacarlo. Y ahí parado, frente al espejo cual modelo de ternos y camisas Él me di con la sorpresa que de mi bolsillo del saco salió una tira de 3 condones. Sí, 3 preservativos bien selladitos. La envoltura era blanca sin marca alguna, tan solo un sello con la fecha de vencimiento de cada globito adornaba cada paquete (felizmente no habían vencido).
Entonces el prestigio de dicha Lavandería se cayó por los suelos porque lejos de que mi terno estaba "muy limpio" le había servido a algunos de los empleados de ahí para salir con su calentao el fin de semana para luego llevársela al Melody y campeonar. Lo más probable, claro, es que haya usado mi terno luego del lavado porque las envolturas de los profilácticos estaban intactas.
Ni modo, me habían dado la oportunidad de revisar mi saco pero no lo hice, de nada servía regresar a hacer escándalo. Así es que dejé pasar el tema y olvidarlo.
Se supone que debería concluir diciendo que jamás regresé a dicha Lavandería por este motivo, pero no. Deje de ir, sí, pero otro motivo:
Pasó un tiempo y llevé un nuevo terno a esta lavandería. Ya había ganado un lugar en el mercado y abierto más tiendas por todos los distritos. La experiencia de los condones fue en Miraflores, pero la segunda fue en San Borja.
Llegué. Habían dos personas delante de mí por atenderse. Yo era el último de la fila. La cajera recibía la ropa de los clientes, la revisaba, hacía la boleta y culminaba su atención con una sonrisa más fingida que la de Nadine delante de periodistas. Pero noté que a las clientes, al despedirse la cajera les decía: "Quizá la próxima vez... vuelva pronto" Me llamó la atención y seguí esperando mi turno. Nuevamente escuché el mismo protocolo "Quizá la próxima vez... vuelva pronto". Casi estaba por llegar mi turno cuando escuché un sonido parecido al que hace una escobilla sobre el piso al restregarlo... ssshhh ssshhh ssshhh... Miré hacia atrás de donde provenía el sonido y se trataba del arrastrar de los pies de un anciano que lentamente se acercaba a la cola. El viejito, calculo, tendría unos 139 años más o menos. Arrugado como un papel crepé hecho bolita, delgado como un sorbete, encorvado como un signo de interrogación y lento como un caracolito con muletas. Ssshhh ssshhh ssshhh hacía su andar y lentamente se acercaba a mí. Se notaba que no tenía dentadura porque tenía los labios hundidos, probablemente los dientes estaban dentro de un vaso en su casa. Llevaba un pantalón a cuadros, un sobretodo marrón muy antiguo, una chalina de lana pura al cuello y era febrero. La señora que me antecedía se retiró, me tocaba a mí y decidí darle pase al ancianito. - Pase - le dije. Trató de decirme algo, abrió la boca, no emitió sonido alguno, trato de sonreír, un olor a sarcófago se apoderó del ambiente y con el lento ssshhh ssshhh ssshhh tomó mi lugar y se acercó al mostrador. Llevaba una bolsa más pequeña que la del Doctor Chapatín y de ahí sacó un par de trapos con intenso olor a naftalina que entregó a la señorita para su revisión y atención.
Como la atención demoraba me puse a pensar en el "Quizá la próxima vez... vuelva pronto", ¿por qué les dirían eso a todos los clientes?... Bueno, me enteraré cuando me toque.
Habían pasado 10 minutos y no terminaban de atender al viejo. Yo ya estaba un poco incómodo por la demora más aún habiendo cedido mi turno al vejete porque sabía que mi caso no hubiera demorado tanto. De todas maneras me cercioré si es que el señor no había estirado la pata en ese preciso momento ahí parado, pero no, seguía hablando y moviendo sus 4 trapitos.
Me puse a pensar entonces en el departamento donde vivía. En mi cuarto y en la necesidad que tenía de comprarme un televisor porque mis domingos eran demasiado aburridos. Me imaginaba tirado en mi cama viendo tele todo el día pero lo que en ese entonces tenía era mi pared y punto. Debía comprar mi televisor pronto, de todas maneras, no podía ser que viviera solo y no tuviera televis... ... ... ... ¡PUM! sonó de pronto en toda la lavandería y el estallido hizo que se desvaneciera mi pensamiento. Del cielo caía pica pica, serpentinas y globos. Producto del sonoro ¡PUM! el viejo se agarraba el pecho y respiraba profundo. - No se asusté - Le dijo la chica detrás del mostrador. - Usted es nuestro cliente número 100 de la semana y estamos en una excelente promoción por aniversario que consiste en premiar a nuestros cada 100 clientes ¡¡¡Felicidades!!! - Todos aplaudían a Matusalén, salieron a abrazarlo y besarlo por el logro de ser el cliente 100 de esa semana. Cof cof cof tosía el viejo sin atinar a decir nada. En eso la empleada de la Lavandería sacó un Televisor Panasonic de 14 pulgadas y le dijo al anciano que ese era su regalo. Al viejo se le enderezó la joroba de alegría y el jorobado terminé siendo yo porque ese televisor era para mí porque yo era el cliente número 100 de esa semana pero que por buena gente había pasado a ser el 101... y me jodí. Ese era pues el motivo del trillado "Quizá la próxima vez... vuelva pronto".
Hasta dientes le aparecieron al cochito porque su sonrisa era de oreja a oreja. Se dio la vuelta y con el ssshhh ssshhh ssshhh en turbo salió de la tienda y ni me miró ni las gracias me dio porque gracias a mí, modestamente, él fue el 100 y se le hizo el día y yo fui el 101 porque le doné mi espacio, le doné mi triunfo, le doné mi momento y mi victoria, pero en un segundo mis posibilidades de ganar se redujeron a 0.
Ojalá, pensé, que cuando el viejito recoja su ropa limpia dentro de un par de días y llegue a su casa también encuentre en algún bolsillo 3 resistentes condones y no tenga otra alternativa que prepararse 3 marcianos de extracto de Uña de Gato para el reumatismo mientras ve Santa Natura en su televisor Panasonic de 14''
A él le donaron un televisor y mis dones fueron condones.
Moraleja: Cuando el andar de un anciano se siente, cede el paso CONDÓN de gente.
Ayyyy , me duele el estomago de tanta risa , mis ojos bañados en lagrimas , pero no de tristeza sino de leer otra nueva aventura que sueles regalarnos a todos tus seguidores. y divertirnos, a tu estilo. Gracias Franquito.
ResponderEliminarERES GENIAL!!!
Me diviertes hijo, eso de rescatar con sentido del humor cada cosa que te ocurre u ocurre a tu alrededor, por más solemne que sea, es un don que aplaudo y felicito.
ResponderEliminarTe quiero mucho loquito!!!!