sábado, 3 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO CONVOCADO

El fútbol, en el Perú, es desde hace mucho tiempo un deporte ingrato. Sin embargo con fe seguimos confiando en él. Incluso no es difícil pensar que Cristóbal Colón imaginó una pelota de fútbol para describir la redondez de la tierra (porque el cuento del huevo me parece hueveo) y hasta le propuso a la Reina Isabel apostar su certeza disputando una pichanguita.
El fútbol mueve multitudes, ciudades, naciones... mueve al mundo entero. Pone en vilo nuestras emociones, nos hermana y nos enemista. Crea ídolos capaces de reemplazar dioses. Cuando Perú gana un partido importante, une a la gente en alegría y borrachera y cuando ocurre lo contrario emborracha a la gente en busca de alegría. Es, quizá, el deporte millonario por excelencia. Ya sea en la disputa de un Clásico, de un Descentralizado, de una Libertadores, de una Sudamericana, de una Copa América, de una Eurocopa, de un Mundial o del Mundialito del Porvenir el hombre habla de fútbol. El ser humano respira fútbol más que por otra actividad deportiva incluso moderna.
Pero empecé diciendo que es ingrato porque aún no nos satisface a los peruanos, por lo menos de mi generación, como quisiéramos; porque en cada Eliminatoria, por cierto, nos eliminan; y ahora que la llaman Clasificatoria, pues no clasificamos. Sólo espero poderte ver llegar al Mundial, Perú querido, pero no sólo a través del logo de MarcaPerú, sino a participar del evento más importante del football mundial.

Irónicamente, pese a que disfruto mucho viendo fútbol por televisión, nunca me gustó jugarlo. Ni siquiera voy al estadio. Siempre rehuyo a la oferta de pichanguear un fin de semana. Me excuso diciendo que soy malo (y lo soy con ganas) y que mejor no cuenten conmigo. Yo puedo ir a comprar las chelas al final del partido si quieren pero jugarlo no. Y esto me sucede desde siempre: De chico vivía en una casa grande con jardín y siempre habían regadas varias pelotas que conforme las navidades y cumpleaños pasaban, se sumaban a las demás. En realidad las veces que cogía mis pelotas era para rascármelas pero no estamos hablando de esas sino de las de cuero. En fin, una que otra vez pateaba una pelota y nada más, ni entusiasmo sentía. Pero claro, cuando te ponen por obligación en una cancha, algo tienes que hacer, ¿no?

Fue en el colegio, en 6to. de primaria. Para el tercer bimestre del año las clases de Educación Física consistían en disputar sendos partidos de fulbito en la enorme cancha del colegio. Luego de practicar el Test de Cooper (trotar durante 12 minutos) se formaban los equipos y se jugaban dos tiempos de 20 minutos cada uno aproximadamente. Los capitanes elegidos por el profesor uno a uno señalaban a los compañeros que formarían parte de sus dinámicos equipos. A mí por lo general me elegían cuando las opciones ya eran mínimas, casi a punto de convertirme en el último convocado. 
Mi apellido lo escuchaba ya por consuelo; una cosa así como "mmmm bueno pues... Benavides" y de inmediato pero con cierto temor pasaba a la fila de los convocados.

Ya en la cancha mientras veía la euforia colectiva de todos y yo sin comprender qué pasaba atinaba a no moverme de la zona donde me habían instalado. Ni sé a qué posición correspondía pero recuerdo que estaba casi cerca al banderín del corner con mis zapatillitas y mediecitas bien blanquitas, mi short azulino bien ajustado y el maldito suspensor irritándome las ingles. Pero ahí estaba yo. Mis compañeros de equipo armaban la estrategia y decían "no se la pasen a Benavides, ah" y yo agradecía el gesto y volvía con mi amigo el banderín.
Pero una vez, en el último partido, el decisivo, el crucial, el más intenso de toda la temporada, tenía que pasar lo que pasó. Antes de entrar a la cancha me persigné pidiendo a San Pelé que me doble el tobillo ni bien ingrese al campo para tener excusa de salir de inmediato pero San Pelé se equivocó y le torció la pata a otro, para colmo a uno de los más eruditos en la materia del dribling y el pase largo quien por lo general jugaba de centro delantero. Batalló por un momento pero el dolor pudo más y abandonó el juego a la mitad del primer tiempo. El capitán del equipo nos reunió para acomodar el ataque y la estrategia cuando de pronto todos me miraron. Yo sabía que algo nuevo se venía; quizá confiarían en mí para ponerme de defensa o entre todos me patearían para romperme el peroné y así justificar que con dos bajas no podíamos continuar el juego debiendo postergarse para la siguiente semana. Felizmente no fue la segunda opción. Optaron, entonces, por separarme del banderín y ponerme de defensa con la orden "Tú solo patea" y se reanudó el juego. Faltando 3 minutos para que acabe el primer tiempo nos metieron un gol (nótese que digo "nos metieron un gol", señal de que ya estaba bastante integrado en el asunto). Nos fuimos al cambio de cancha. Yo sonriendo y el resto del equipo con una afán de usar armas de fuego, alucinante. Nos acomodamos nuevamente en la cancha. Sonó el silbato que daba por inicio los últimos 20 minutos de contienda y la consigna era una: Ganar el partido. Veía a mis compañeros correr como Oliver Atom y a nuestro arquero como Benji Price.
 
En una salida rápida igualamos el marcador 1 - 1. Vi al dueño del gol correr como ratero por la cancha hasta llegar a los demás muchachos quienes se unieron en un abrazo y en ese momento me di cuenta que yo estaba más solo que Tarzán en el día de la madre así es que sigiloso pero a prisa me acerqué al grupo y me lancé encima de todos a celebrar el gol. Finalmente éramos equipo.
Pero el empate no era victoria así es que estábamos de nuevo como habíamos empezado pero con más adrenalina encima. Sí, me pasó a mi también. Sentía mucha emoción y me puse a pensar en eso. Me imaginé entrando en el mejor equipo y luego siendo convocado para la selección. Vistiendo la blanquirroja. Saliendo de camerinos hacia el campo, escuchando mi nombre en coro a estadio lleno. Posando para la fotito de álbum de Navarrete. Dando autógrafos. Moviendo el balón como los dioses. Ganando el Balón de Oro, la Pelota de Oro, el Calzoncillo de Oro. Toda una estrella del fútbol... y en ese preciso momento mis pensamientos se estrellaron de cara contra mi realidad regresando de improviso a mi posición en la cancha del colegio jugando el último partido de la temporada. La pelota había llegado a mis pies por una mala jugada del adversario. Simplemente no sabía qué hacer, oía las pisadas contra el campo de los oponentes que se acercaban violentos a quitarme la pelota con pie y todo si era necesario. Empezaba a sudar, a dar pequeños brincos en mi sitio. Sentí mareos. Pasaba la saliva con dificultad. De mi equipo no había nadie cerca. Mi arquero, lleno de ternura, me dijo "¡¡¡patea conchetumadre!!!". Miré hacia atrás con la mejor cara de imbécil que pude para poder verlo como pretendiendo que me repita la orden y así lo hizo con más entonación acompañado de un escupitajo rabioso. Volví la mirada y 6 trogloditas se me acercaban iracundos y como si la vida se viviera en cámara lenta flexioné la rodilla llevando mi pie hasta mi nuca prácticamente, cerré mis ojos con fuerza generando energía desde mi testículo derecho hasta la punta de los pies y logré patear la pelota con la punta de la zapatilla de tal manera que sentí mi pie hundirse en el cuero del esférico. Éste salió disparado cual bala de cañón para el asombro de todos, propios y ajenos. La pelota surcó todo el campo y luego comenzó su descenso muy cerca al arco rival y antes de que impactara contra el piso una patada certera de un compañero llevó la pelotita directamente al fondo del arco. Nada pudo hacer el arquero. Fue un gol extraordinario. El grito se hizo escuchar mientras uno a uno caían encima de mí mis jugadores, para festejar el triunfo entre todos y felicitar mi "extraordinario pase de gol". 2 minutos después el partido terminó, ganamos 2 - 1 y fue una tarde inolvidable... que hoy recordé, 22 años después, mientras que, jugando fútbol en la sala de mi casa con mis dos hijos y contándoles mi anécdota, recapitulé en mi pasé de gol... y rompí la lámpara del comedor.
 
Esa vez en el colegio jugué mi primer y único partido. Es cierto, no me gusta jugar al fútbol pero me gusta verlo. Disfrutarlo en familia y con amigos. Sufrir y emocionarme. Festejar o lamentarme. Es parte de esa pasión que despierta este deporte. Lo triste es ver cómo se pierden partidos no por superioridad futbolistica sino por inferioridad profesional... pero ese es otro tema... yo prefiero imaginar que juego en un mundial haciendo un pase de gol... y claro, evitar seguir rompiendo los focos de mi casa.
 
Moraleja.- Todo hay que hacerlo con Pasión para contribuir a marcar los mejores goles de nuestra vida.

sábado, 6 de octubre de 2012

DONES Y CONDONES

A los 21 años me mudé solo, dejé el nido y convencido de iniciar mi independencia aterricé en un modesto y enano cuarto de un departamento miraflorino cerca a todo. Los primeros días fueron de adaptación a mi nueva realidad. Desde despertarme por mis propios medios hasta acostarme a la hora que me diera la gana, pasando por las responsabilidades de comer y vestir. Para entonces tenía un buen trabajo con un sueldo muy atractivo considerando mi soltería e independencia. Luego de mis gastos necesarios quedaba un buen colchón como para divertirme sanamente y con comodidad. Pero claro, había dejado en casa de mis padres otras mejores comodidades como el almuerzo preparado y servido en un plato con mi nombre (y no era que me tratasen como a perro sino que cada uno tenía su plato con nombre, el que usábamos para tapar la comida, para saber cuál calentábamos en el microondas), como tener las camisas planchadas a tiempo, como tener agua caliente todas las mañanas, como tener una alacena con víveres y productos de primera necesidad siempre al alcance, etc.
Cuando decides vivir solo todo este tipo de condiciones se mudan contigo para que las asumas personalmente y desde entonces te encargues de todo. Y es aquí donde incluyo en la lista las facilidades que tienes viviendo en casa familiar respecto a tu ropa y su disponibilidad.
 
Viviendo solo llegó un día en que, por ejemplo, no tenía calzoncillos limpios. Tenía entonces dos opciones, o me compraba en tira de a tres en Plaza Vea o me ponía los sucios al revés.
Otra veces para obligarme a comprar nuevos cogía los viejos, les buscaba el hueco que con el tiempo se les suele hacer por uso y desgaste, y los rasgaba de lado a lado para simplemente no tener calzoncillos e ir a comprarlos. Pero los nuevos también se ensuciaban y vuelta a empezar el círculo vicioso. Digamos que lo mismo pasaba con las medias. Pero ya con otras prendas era distinto... y la necesidad de vestir correctamente y no oler a percudido me llevó a convertirme en un obsesivo compulsivo de la ropa pulcra, libre de arrugas e impecable. 
 
De esta manera, hace mucho tiempo, me compré mi primer terno para el trabajo. Fue en el año 2002 aproximadamente. Al cabo de un tiempo cuando ya el saco y pantalón andaban solos decidí llevarlos a una famosa y prestigiosa lavandería. Dejé mi terno completo, me hicieron la boleta. Lo revisaron, me indicaron las manchas con las que las prendas estaban ingresando, etiquetaron mi atuendo y me pidieron regresar a los tres días. Todo dentro de un procedimiento muy interesante de atención y servicio al cliente... ya lo dije, se trataba de una prestigiosa Lavandería.
 
A los tres días regresé a recoger mi terno. Con mucha amabilidad una señorita solicitó mi boleta, ingresó a la tienda. Sacó mi casi smoking y lo colgó en un gancho para que lo auscultara literalmente de pies a cabeza o de basta a cuello. Lo hice muy rápido pensando que tanta ceremonia era sinónimo de perfección en el resultado. Agradecí, me agradecieron, incluso me obsequiaron un ticket donde se me permitía un lavado gratis de terno completo luego de mi cuarta visita. Parecía yo cliente exclusivo de El Corte Inglés con mi terno recién lavado que olía a más limpio que cuando lo compré.
 
Al llegar a mi casa decidí probármelo. Me quedaba pintado, excelente. Acomodé mis manos en los bolsillos del pantalón y frente al espejo me sentía John Holden. Luego acomodé las manos en lo bolsillos del saco y... ... ... y sentí una textura plástica. Tuve la sensación de que había cogido una envoltura de chocolate. Mi mente confirmó que se trataba de un artículo que evitara la humedad o algo por el estilo así es que decidí sacarlo. Y ahí parado, frente al espejo cual modelo de ternos y camisas Él me di con la sorpresa que de mi bolsillo del saco salió una tira de 3 condones. Sí, 3 preservativos bien selladitos. La envoltura era blanca sin marca alguna, tan solo un sello con la fecha de vencimiento de cada globito adornaba cada paquete (felizmente no habían vencido).
 
Entonces el prestigio de dicha Lavandería se cayó por los suelos porque lejos de que mi terno estaba "muy limpio" le había servido a algunos de los empleados de ahí para salir con su calentao el fin de semana para luego llevársela al Melody y campeonar. Lo más probable, claro, es que haya usado mi terno luego del lavado porque las envolturas de los profilácticos estaban intactas. 
Ni modo, me habían dado la oportunidad de revisar mi saco pero no lo hice, de nada servía regresar a hacer escándalo. Así es que dejé pasar el tema y olvidarlo.
Se supone que debería concluir diciendo que jamás regresé a dicha Lavandería por este motivo, pero no. Deje de ir, sí, pero otro motivo:
 
Pasó un tiempo y llevé un nuevo terno a esta lavandería. Ya había ganado un lugar en el mercado y abierto más tiendas por todos los distritos. La experiencia de los condones fue en Miraflores, pero la segunda fue en San Borja.
 
Llegué. Habían dos personas delante de mí por atenderse. Yo era el último de la fila. La cajera recibía la ropa de los clientes, la revisaba, hacía la boleta y culminaba su atención con una sonrisa más fingida que la de Nadine delante de periodistas. Pero noté que a las clientes, al despedirse la cajera les decía: "Quizá la próxima vez... vuelva pronto" Me llamó la atención y seguí esperando mi turno. Nuevamente escuché el mismo protocolo "Quizá la próxima vez... vuelva pronto". Casi estaba por llegar mi turno cuando escuché un sonido parecido al que hace una escobilla sobre el piso al restregarlo... ssshhh ssshhh ssshhh... Miré hacia atrás de donde provenía el sonido y se trataba del arrastrar de los pies de un anciano que lentamente se acercaba a la cola. El viejito, calculo, tendría unos 139 años más o menos. Arrugado como un papel crepé hecho bolita, delgado como un sorbete, encorvado como un signo de interrogación y lento como un caracolito con muletas. Ssshhh ssshhh ssshhh hacía su andar y lentamente se acercaba a mí. Se notaba que no tenía dentadura porque tenía los labios hundidos, probablemente los dientes estaban dentro de un vaso en su casa. Llevaba un pantalón a cuadros, un sobretodo marrón muy antiguo, una chalina de lana pura al cuello y era febrero. La señora que me antecedía se retiró, me tocaba a mí y decidí darle pase al ancianito. - Pase - le dije. Trató de decirme algo, abrió la boca, no emitió sonido alguno, trato de sonreír, un olor a sarcófago se apoderó del ambiente y con el lento ssshhh ssshhh ssshhh tomó mi lugar y se acercó al mostrador. Llevaba una bolsa más pequeña que la del Doctor Chapatín y de ahí sacó un par de trapos con intenso olor a naftalina que entregó a la señorita para su revisión y atención.
Como la atención demoraba me puse a pensar en el "Quizá la próxima vez... vuelva pronto", ¿por qué les dirían eso a todos los clientes?... Bueno, me enteraré cuando me toque.
Habían pasado 10 minutos y no terminaban de atender al viejo. Yo ya estaba un poco incómodo por la demora más aún habiendo cedido mi turno al vejete porque sabía que mi caso no hubiera demorado tanto. De todas maneras me cercioré si es que el señor no había estirado la pata en ese preciso momento ahí parado, pero no, seguía hablando y moviendo sus 4 trapitos.  
Me puse a pensar entonces en el departamento donde vivía. En mi cuarto y en la necesidad que tenía de comprarme un televisor porque mis domingos eran demasiado aburridos. Me imaginaba tirado en mi cama viendo tele todo el día pero lo que en ese entonces tenía era mi pared y punto. Debía comprar mi televisor pronto, de todas maneras, no podía ser que viviera solo y no tuviera televis... ... ... ... ¡PUM! sonó de pronto en toda la lavandería y el estallido hizo que se desvaneciera mi pensamiento. Del cielo caía pica pica, serpentinas y globos. Producto del sonoro ¡PUM! el viejo se agarraba el pecho y respiraba profundo. - No se asusté - Le dijo la chica detrás del mostrador. - Usted es nuestro cliente número 100 de la semana y estamos en una excelente promoción por aniversario que consiste en premiar a nuestros cada 100 clientes ¡¡¡Felicidades!!! - Todos aplaudían a Matusalén, salieron a abrazarlo y besarlo por el logro de ser el cliente 100 de esa semana. Cof cof cof tosía el viejo sin atinar a decir nada. En eso la empleada de la Lavandería sacó un Televisor Panasonic de 14 pulgadas y le dijo al anciano que ese era su regalo. Al viejo se le enderezó la joroba de alegría y el jorobado terminé siendo yo porque ese televisor era para mí porque yo era el cliente número 100 de esa semana pero que por buena gente había pasado a ser el 101... y me jodí. Ese era pues el motivo del trillado "Quizá la próxima vez... vuelva pronto".
Hasta dientes le aparecieron al cochito porque su sonrisa era de oreja a oreja. Se dio la vuelta y con el ssshhh ssshhh ssshhh en turbo salió de la tienda y ni me miró ni las gracias me dio porque gracias a mí, modestamente, él fue el 100 y se le hizo el día y yo fui el 101 porque le doné mi espacio, le doné mi triunfo, le doné mi momento y mi victoria, pero en un segundo mis posibilidades de ganar se redujeron a 0.
 
Ojalá, pensé, que cuando el viejito recoja su ropa limpia dentro de un par de días y llegue a su casa también encuentre en algún bolsillo 3 resistentes condones y no tenga otra alternativa que prepararse 3 marcianos de extracto de Uña de Gato para el reumatismo mientras ve Santa Natura en su televisor Panasonic de 14''
A él le donaron un televisor y mis dones fueron condones.
 
Moraleja: Cuando el andar de un anciano se siente, cede el paso CONDÓN de gente.

sábado, 22 de septiembre de 2012

SI NO LE GUSTA, IGUAL ME LO PAGA

"El ser humano debe disfrutar lo que hace" es mi premisa. Más aún si aquello lo recompensa moral, profesional y económicamente. Disfrutar el día a día permite llevar una vida alegre pese a sus momento aciagos. Hacer las cosas y disfrutarlo es prácticamente un reto pero, sin duda, es una necesidad más aún cuando cada esfuerzo contribuye a salir adelante, en lo personal y con la familia.
 
Debo reconocer que fui inculcado con mucha sabiduría para afrontar la vida. Ni bien terminé el colegio lo primero que mi padre me dijo fue que buscara un trabajo porque se daba inicio a la preparación de mi propia responsabilidad para valerme por mi mismo y contribuir con las necesidades básicas. Inicié el verano de 1997 con 17 años de edad y ese marzo cumplía 18. El objetivo era conseguir un trabajo remunerativo antes de cumplir la mayoría de edad. En los periódicos salían muchas noticias pero nulos eran los anuncios de puestos de trabajo. Ya no había propina que financie mis fines de semana. La presión continuaba y debía tomar una decisión.
Debo reconocer que tenía muchos temores, como no encontrar trabajo o si lo encontraba no ser capaz de conservarlo. Sin embargo me entusiasmaba la idea de hacerlo y saber que tendría mi propia "independencia" económica.
 
Pensando en eso tomé una de las decisiones más alucinantes de mi vida. Aprovechando el calor del verano, la "libertad" de no haber conseguido trabajo, la necesidad de conseguirlo... y muchos otros factores, decidí finalmente hacer algo... ir a la playa todos los días. Vivía en Magdalena y con los amigos del barrio caminábamos hasta la playa "Cascadas" detrás del restaurante Costa Verde a pasar el día. En una de esas visitas vi a tres vendedores de sanguches de pollo, cada uno con su particularidad, realizar sus ventas toda la mañana yendo de un lado a otro, de espigón a espigón, ida y vuelta mil veces, vendiendo esos necesarios sanguchones que en algún momento, tentados por el hambre, hemos comido. Había un gordo, un viejo y un surferito pituquito. Cada uno fiel a su estilo anunciaba su sanguche y cada sol bien ganado iría quizá a que el gordo invierta en bajar de peso, el viejo en separar un nicho y el surferito en comprar su nueva tabla o su paco... cada loco con su tema.
 
Decidí entonces convertirme en un vendedor de sanguches en las playas de la Costa Verde. Conté en casa la idea, aprobaron la moción. Invirtieron en mis útiles: Chisguete verde para el ají, rojo para el ketchup, blanco para la mayonesa y amarillo para la mostaza. Bolsitas para los panes, una pinza para coger los panes. Servilletas de papel con un mensaje de gratitud y harto pollo.
 
En casa, ya con mis implementos y demasiado entusiasmo, pedí a mi madre deshilachara el pollo pero fiel a su estilo en las artes culinarias no tuvo mejor idea que zampar al animal en el extractor de manera que quedó pica pica de pollo, ni modo... nada me haría claudicar.
 
Haciendo gala de mi pulcritud y para demostrar la higiene de mi servicio consideré que mientras mejor presentado esté, llamaría la atención y contribuiría mejor a mi propio éxito. Lustré bien unos mocasines marrones que tenía y los usé sin medias, me puse un polo piqué verde y unas bermudas de jean azul. Mi correíta Tabú, un canguro y ya tenía listo el uniforme. Improvisé un cinturón para poder cargar un cooler con 30 panes listos y me enrrumbé a la playa. Decidí empezar en Redondo y caminar hacías Cascadas.
 
Inicié mi recorrido y me percaté que no tenía la menor idea de lo que debía hacer. Cuando pasaba delante de los veraneantes simplemente no les decía nada por vergüenza y esperaba que alguien tuviera hambre y me pasara la voz. Pero ni las gaviotas se me acercaban. Opté por romper el hielo y acercarme a una pareja que tomaba sol como si fuera lo último que estuvieran haciendo en sus vidas. Les dije - Eh, hola, esteeeeee, ¿no se les antoja un sanguche de pollo casero hecho en casa? - Mi voz salió bastante afeminada y mis primeros clientes ni se percataron de mi presencia. Dije Gracias con la misma voz de Candy que al principio y continué. Más allá había un patita sentado viendo al mar muy nostálgico usando unos lentes de sol. Concentrado en que mi voz debía ser más segura me acerqué y le dije - Hola, ¿un sanguche... eh... de pollo... quiere verlos para que vea que ricos están? - Cuando vi que a sus pies había colocada encima de una piedra una latita para limosna y el nostálgico en realidad era un pobre cieguito reconocí que jamás vería mi sanguche de pollo. Segundo intento: Fallido.
Dos chicas conversaban y fumaban un cigarro. Decidido a por lo menos vender dos sanguches y comerme los otros 28 y largarme a mi casa, me acerqué a ellas. - Hola, tengo sanguches de pollo, ¿quieren? - Ellas dieron un sorbo a la cerveza que tenían en mano y como si yo fuera una gaviota más cagando desde lo alto de un poste, me ignoraron. Acá no pasa nada, pensé. Y caminando me fui de Redondo porque todo me pasó menos hacer negocio redondo con mis 30 sanguches de pollo.
 
Fui a la playa Cascadas, había mucha más gente disfrutando del verano. Debido al calor sólo tenía ganas de sacarme la ropa, despegarme el calzoncillo que lo sentía estampado en mis zonas erróneas y meterme al mar. De pronto, casi a punto del calateo, escuché un silbido en señal de llamado. Volteé la cabeza y tres chicas y un chico me pasaban la voz. Fui con el afán de aventarles el cooler por la cabeza si se burlaban de mí pero una de ellas me preguntó que vendía. Le dije "Sanguches de pollo, si no le gusta, igual me lo paga" Se rieron los cuatro y es que la frase de los colegas suele ser: Si no le gusta no me lo paga; pero aparentemente el cambio trajo consigo la primera venta del día y por partida cuádruple. La divina providencia permitió que esta venta fuera perfecta. Sin haberlo ensayado pude arrodillarme, abrir el cooler, ofrecer las cremas a cada uno, servir los panes, entregarlos, cobrarlos, dar vuelto y despedirme. Desde ese momento el pecho se me hinchó como si tuviera 80 litros de silicona en cada tetilla y engolando la voz nada acorde a mi grácil cuerpo entoné: "Saaaaaaaaanguche de pollooooooooo... ahí tiene los ricos saaaaaaaaanguches de polloooo... saaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaanguche de pollooo... si no le gusta "igual" me lo paga porque ando misioooooo... saaaaaaaangucheeeeeeee" y la venta fue un éxito total... los 26 sanguches restantes me quedaron chicos. El gordo, el viejo y el surferito pituquito me veían como al forastero pero yo continuaba encandilando a mis clientes para hacerlos cautivos. Terminé mi venta de ese día, me acerqué donde mis primeros compradores y les pedí cuidaran mis cosas. Debajo de la bermuda en realidad llevaba puesta mi ropa de baño, me preparé y me di el chapuzón en el mar más extraordinario que jamás me haya dado. Había ganado S/. 45.00 a razón de S/. 1.50 cada sanguche. Regresé por mis cosas y me fui a casa demasiado contento.
 
A los dos días decidí regresar a la misma playa. Opté por hacerlo un día sí y un día no. Pese a que no hubo inconveniente la primera vez, evité despedazar el pollo y esta vez si lo serví deshilachado. Mi indumentaria era la misma como cábala de mi fortuna y todo empezó a ir tal como la primera vez. Rápidamente comencé a vender mis sanguches. Con mucho estilo servía las salsas llevando los chisguetes por el contorno y centro del pan bañando al pollito en ají, mostaza, ketchup y mayonesa a pedido de la clientela. Cuando un cliente me pedía más salsa, simplemente hacía el movimiento con la mano pero no apretaba el chisguetito (cojudo no soy tampoco) pero no dejaba de ser generoso. Me encontré con unos amigos del colegio quienes se sorprendieron de mi iniciativa y me compraron también.
De pronto, de muy lejos me llamaron tres chicos. "Ven Ven" me decían. Apresuré el paso porque ahí aprendí que el cliente es la razón de ser de un negocio. En la medida que me iba acercando me di cuenta que la pose de los 3 chicos cada uno sobre su toalla más bien parecía la pose de una sesión de fotos de miss Perú. Con shorcitos al cuete y top para tapar los rollos, las tres peludas y muy sonrientes y coquetas "señoritas" me preguntaron qué tenía. Les dije: "Sanguches de pollo, ¿quieren? - Ay, no. - dijo una(o) de ellas(os). - Te queremos a ti -. Sonreí nervioso y me fui. Bueno, gajes del oficio.
 
Faltaban sólo 6 sanguches para concluir mi trabajo cuando se me acerca un policía de la Municipalidad de Barranco a pedirme mi licencia para trabajar en la playa en el rubro de comercio ambulatorio. Le dije que no la tenía, que en todo caso esperara a que termine de vender mi producción y que luego iría a tramitarla porque no sabía que se requería permiso o licencia formal. Y puedo jurar que fue verdad, la inexperiencia no me hizo cuidar esos detalles. El uniformado policía municipal me dijo que en verano no se tramitan los permisos, sólo en invierno. ¿¿¿??? Esto me desconcertó pero cándido yo, acepté la indirecta y me retiré de la playa. Pero antes de irme por completo decidí mirar por última vez lo que fue mi mercado y mi primer trabajo. Al voltear y ver a todos los veraneantes y recordar a todos los que hice sonreír con alguna ocurrencia al momento de servirles su sanguche de pollo que todos me pagaron y disfrutaron, me percaté que el policía municipal se acercaba al Gordo, al Viejo y al Surferito Pituquito y con ademán y desdén les dio a entender que había logrado echarme de la playa sin mayor esfuerzo. Me sentí mal pero creo que fui una dura competencia... al punto que tuvieron que sacarme del camino. Quizá por mi pulcritud. Por mi indumentaria. Por el sabor de mis sanguches y sus complementos. Por mi elocuencia al momento de anunciar mis productos... o simplemente quizá porque se dieron cuenta que todos los que me compraron un sanguchito, si no les gustó... igual me lo pagaron.
 
Ese fin de semana salió un anuncio de trabajo en el periódico. Me presenté y me tomaron... irónicamente fue en Mc. Donald's, y continué vendiendo sanguches un tiempo más.
 
Moraleja.- Todo trabajo dignifica al hombre... y mis sanguches de pollo dignifican el hambre.

miércoles, 29 de agosto de 2012

SIN CAPA NI ESCUDO

Desde niños nuestra imaginación nos ha permitido creernos héroes de nuestras propias fantasías y, ayudados por la ficción, hemos deseado ser un superhéroe teniendo la capacidad de volar, de ver a través de los muros, de poseer una fuerza sobrehumana, de trepar por las paredes con tan solo poner nuestras manos sobre ellas y luego saltar entre los edificios. De hacernos invisibles o de convertirnos en una antorcha humana y surcar los cielos a gran velocidad. Infinidad de facultades que lográbamos con atarnos una toalla al cuello y usarla como capa o convertir un lápiz en la espada del augurio. Yo personalmente quisiera tener los poderes del Hombre Araña, su personalidad enmascarada y casi siempre incógnita sumado a sus habilidades me han llevado a entretenerme siempre agregando, además, que siempre veo las películas que de este personaje se hacen... y es que son alucinantes.  
Sin embargo sucede también que cada héroe tiene su debilidad; así le sucede a Superman con la kriptonita, a Sansón sin su cabello, a Thor sin su martillo y al Chapulín Colorado si lo cogen de sus antenitas de vinil, etc.

Pero en mi vida existe un héroe real, de carne y hueso. Un héroe sorprendente con muchas fortalezas y casi ningún punto débil; sin embargo poco importante comparado con su valentía.
 
Supe una historia de este personaje precisamente a partir de una hazaña en la que tuvo que luchar contra malhechores en aras de la tranquilidad de un ciudadano de a pie. Debo admitir que comparando la ficción del Hombre Araña con la real existencia de mi héroe en vida, pues el insectito en mención no es más que eso. Y la mejor historia que puedo contar de mi héroe real... porque así realmente pasó... fue la siguiente:

Caminaba una señora por una calle una mañana, el hecho de que sea temprano no garantizaba que el peligro no acechara. Era una viejecita que llevaba bien sujeta al brazo su cartera y su cansado andar la hacía presa de amigos de lo ajeno. Sin embargo, la zona por la que ella pasaba no era nunca escenario de personas de mal vivir, quizá por ello la viejecita continuaba su andar sin preocupaciones. Al llegar a la esquina se dispuso a cruzar advirtiendo que no pasara ningún auto por la pista. Y esmerando el cuidado en su cartera prosiguió su camino.
De pronto a lado se apareció una sombra que de inmediato se convirtió en una persona: arrogante y a la carrera se aferró a la cartera de la viejecita e intentó arrebatarla. Poca fuerza pudo generar la señora y sumado el pánico pasó a la resignación y comenzó a despojarse de su accesorio.

Detrás de ella y siguiendo el caminar de la señora iba andando contenta y feliz la persona del héroe real que inspira esta historia. Caminaba agradeciendo a Dios por cada flor y por el enorme cielo azul que hacían su paseo tan feliz. Cuando se percató del asalto a la anciana dejó aflorar su sentir heroico y sin armamento ni escudo se dispuso a ayudarla. Gritó a voz en cuello que dejara en paz a la señora, que no le haga daño. El tipejo sacó un cuchillo de unos de los bolsillos del pantalón y amenazó a las dos personas que tenía al frente: a la vieja y al héroe sin máscara ni capa. Usando su cuerpo como escudo humano la valentía de mi héroe impidió que la sangre fría del malhechor lastimara a la viejecita. Continúo gritando que se alejara de inmediato porque no iba a permitir que perpetrara un daño mayor a consecuencia de la filuda arma que el ratero poseía. Como todo ladrón de poca monta el sujeto lanzó una serie de improperios que alcazaban hasta los más lejanos ancestros de la señora, tanto así que hasta el propio Matusalén se hubiera removido en su tumba.
Sin embargo el coraje del superhéroe en acción fue el arma suficiente y necesaria para que aflore toda la cobardía del infeliz ladrón y este huyera sin beneficio alguno de su mala acción.

La vieja se derritió en halagos hacia tan majestuosa estampa del héroe y de sus manos recibió su cartera intacta con todo su contenido. Hasta un preservativo tenía la viejita coqueta en la cartera pero esa es otra historia. La viejita siguió su camino y se perdió en su andar y el héroe de esta historia sintió lo que todo ser humano siente luego de reaccionar así ante este tipo de malas eventualidades: Miedo, mucho miedo producto de lo que acababa de hacer.
 
Finalmente y como he dicho, se trata de un héroe real, es decir, de un ser humano como tú que estás leyendo y como yo que estoy escribiendo. Pero si es mi héroe es porque se trata de mi madre y porque fue capaz de actuar ante una situación extrema con dos desenlaces, el que ya conocen o el que hubiera significado probablemente una desgracia.
 
El hecho es que mi héroe, osea mi madre, luego de valeroso actuar fue asumiendo las consecuencias de lo que hizo. Sintió temor, miedo... mucho miedo. Nerviosismo extremo al saberse de pronto vulnerable porque precisamente el fin pudo haber sido nefasto y muy triste. Las piernas se le arqueaban y miraba para todos lados porque sentía la presencia del peligro cerca. Felizmente era tan solo la sensación natural que este tipo de actos suele dejar en uno.
Tomó entonces la decisión de mitigar su ansiedad y se dirigió a una farmacia. Ya con las palpitaciones aceleradas en mayor grado se acercó a la farmacéutica y le pidió un frasco de Agua de Azahar (destilado que supone la calma de un cuadro de alteración del sistema nervioso). Pagó, le despacharon la botellita y como el nerviosismo continuaba y le urgía calmarlo, a mitad de la calle sacó la botella de la bolsa, arrancó la tapa del pico y de inmediato se zampó de un solo tanganaso medio frasco del calmante este (que recuerdo me tomaba yo, cuando era chico, del frasco que cogía prestado pero sin pedirlo, del cuarto de mi abuela).
 
A los 5 segundos de bebido el trago sintió que su estómago y garganta comenzaban a ebullicionar. Su cavidad bucal se agrandaba y se llenaba de espuma. Sin poder controlarlo la espuma salía de su boca a borbotones como quien agitara una botella de gaseosa blanca y la abriera de pronto. SuperMother comenzó a escupir y mientras más escupía más espuma salía de sus entrañas. Sentía la lengua salada hasta que llegaron las arcadas y continuó expulsando espuma como si se tratara de un chopp de cerveza. Un poco más calmada pero aún con la sensación en la boca vio el frasco y se dio cuenta que no era Agua de Azahar sino Agua Oxigenada. Mi tierna madre y siempre heroína de mi vida, en su desesperación y nerviosismo, había pedido en la farmacia un frasco de Agua Oxigenada y con la misma distracción se lo empujó en un seco y volteado memorable y por eso la reacción vomitiva y espumosa al sorberla como si fuera frugos. Una cosa así como que Superman vaya a Inkafarma, pida barras de azufre para las contracturas en la espalda y le den kriptonita y empiece a frotárselas hasta causarse la muerte. Es decir, mi héroe tiene también un punto débil: El Agua Oxigenada (más aún si se la toma).
 
Concluyendo este cómic, mi madre, como hace siempre y como siempre haría un héroe real, sonrío ante la situación. Botó a la basura el frasco de Agua Oxigenada, terminó de eliminar el mal sabor de boca, agradeció a Dios estar bien pese a todo y alzó vuelo en busca de nuevas aventuras.
 
Nuestras mentes continuarán siempre jugando de manera que queramos poseer poderes sobrenaturales y habilidades imposibles pero es cierto también que mi madre es mi mejor ejemplo de un héroe real, de carne y hueso... y un alma perfecta.
 
(dedicado a ti, SuperMadre)
 
Moraleja.- Mamá lo sabe, el Agua Oxigenada alivia.

domingo, 12 de agosto de 2012

PELITO DE POTO

Muchas veces los aromas nos permiten evocar momentos vividos que de pronto regresan a nuestra mente para ubicarnos en algún lugar. Y ese mismo aroma nos alegra básicamente porque permite recordar momentos que quizá incluso hemos olvidado pero se quedaron grabados en nuestro subconsciente: Una compañía, una experiencia, una aventura, un lugar, el lugar donde vivimos, donde crecimos, donde jugamos, qué hicimos, etcétera.

Hace algunos días, dentro de mis caminatas itinerantes por las calles de Lima, el aroma de la leña ardiente de una pollería me hizo recordar muy gratamente a los días que pasé en la Selva allá por el año 1996. Sentir el olor al humo de la madera incandescente de pronto y sin motivarlo me transportó en retrospectiva a la basta y hermosa vegetación de nuestra selva peruana. Tuve la oportunidad de viajar al departamento de San Martín, específicamente a la provincia de Rioja, acompañado de grandes amigos para desarrollar actividades muy lindas producto de un programa de catequésis al que pertenecí entonces.

La tarea era ir en grupo, acompañados de un sacerdote, a las comunidades más alejadas del distrito de Nuevo Cajamarca en Rioja, para transmitir nuestra fe a los habitantes de éstas comunidades ubicadas totalmente alejadas de la ciudad.

(Detalles exactos de esta experiencia los daré más adelante, ahora quiero ceñirme a una de esos sucesos que suelen pasarme...).

Las actividades que refiero líneas arriba demandaban un esfuerzo físico interesante. Entre comunidad y comunidad debíamos hacer largas caminatas por trochas, caminos accidentados e irregulares, rocosos. Muchas veces debíamos andar bajo la torrencial lluvia de la selva. Nos topábamos con toda serie de insectos enormes a comparación de los que comúnmente conocemos en la ciudad: Gusanos, moscas, cucarachas, polillas, avispas, arañas... pero todos los mencionados eran de gran tamaño. En resumidas cuentas, una experiencia que gustoso viviría las veces que fueran necesarias. Con mi esposa y mis hijos iría nuevamente y les enseñaría por dónde estuve porque lo recuerdo claramente.

Y precisamente el olor a la leña quemándose me recordaba las casas de los comuneros porque todos suelen cocinar a la leña y ese olor mezclado con la naturaleza absoluta y pura de la selva confluyen con una paz y tranquilidad propia de lo saludable que es respirar un aire tan puro como ese.

Todo muy bonito, sí, así lo recuerdo. Toda una experiencia de dos semanas que, insisto, quiero repetir pronto.

Sin embargo, a medida que la leña de esta pollería me recordaba mis días en la selva fue en la selva en donde me sucedió algo que no necesariamente recuerdo gracias al olor del humo de la leña.

Una tarde de las que pasé en este viaje selvático, regresábamos en el auto del sacerdote al lugar donde nos hospedábamos. La lluvia había inundado las trochas por donde íbamos y se habían formado enormes charcos de lodo y barro (y no sólo eso). A diferencia de quienes tienen el privilegio de ir en auto por esa zona, los comuneros se desplazan en burro y así guían el ganado.
La destreza de quien manejaba debía darle preferencia a los burros de carga y al conjunto de vacas y bueyes a los que escoltaba. Muy amablemente la persona dueña del burro y el ganado nos saludaba y con el mismo cariño correspondíamos el saludo. Y es que una de las cualidades de los vecinos de las comunidades de esta ciudad es su enorme capacidad de ser atento, respetuoso y hospitalario.

Y así seguíamos surcando camino cuando de pronto la llanta trasera del auto se atascó en un hoyo profundo copado de barro y lodo. No teníamos otra alternativa que bajarnos a empujar y así lo hicimos y como siempre suele suceder, mi descuido me llevó a ubicarme precisamente detrás de la llanta hundida... no, no a lado, sino detrás. Yo vestía un polo de manga corta, un pantalón de buzo impermeable y botas de jebe para desafiar los huecos transformados en trampas con las lluvias.

La lluvia continuaba y asido al auto inicié mi labor del día empujando para sacarnos del fango y continuar con nuestra ruta. El conductor piso el acelerador, el motor rugió con rabia, la llanta giró endemoniadamente pero no salió de la trampa de barro pero sí me salpicó de tal manera el lodo acumulado que me embarró desde la punta de las botas hasta los incisivos y los caninos. Hecho un barro humano de la cabeza a los pies, el chofer animó a pedir una nueva oportunidad y acto reflejo apoyé mis manos en el carro, en la misma posición, empujé con mucha fuerza, el auto salió y por pura ley de inercia me fui de bruces sobre el lodo cual clavadista olímpico. Me levanté y estaba hecho una mugre, escupí el barro que tenía entre los dientes, descubrí mis ojos y empecé a sentir un olor extraño muy cerca a mi nariz. Un olor fuerte, cargado, potente. Ya con el auto rescatado un amigo se acercó y me dijo muy tranquilo - Oe, hueles a caca -. Y así era, el barro no era solamente mezcla de lluvia y tierra, contenía también cantidades industriales de excretas de burros, bueyes y vacas que pasaban por el lugar constantemente.

Y ahí estaba yo, convertido en lo que simbólicamente refiere el título: Era un pelito de poto todo cagadito de punta a punta. El olor se hacía cada vez más penetrante y abusivo. Hasta detrás de las orejas tenia barro (y demás componentes). Y sólo faltaban 2 horas para llegar a casa. Subí al auto, en realidad me relegaron a la tolva, y continué el camino oliendo a todo menos a leña.

Pero como eso no podía ser lo único que debía pasarme para cerrar con broche de caca ese día, llegando al hospedaje nos dijeron que no había agua. Había sido cortada y no volvería hasta el día siguiente. Claro que primero llegó mi olor y después yo y al verme me dirigieron al patio y ahí tuve que esperar. Empecé a secarme y blanquearme. Mis articulaciones estaban petrificadas y mi pestilencia alejaba hasta a las moscas enormes de la zona.
Inteligentemente es costumbre en la Selva colocar canaletas alrededor de los techos y éstos dirigidos a enormes barriles, de manera que aprovechando las fuertes lluvias los barriles se llenan de agua. Procedí entonces a hacer más melodramática la escena y lloré... y llorando me dirigí al barril y con la misma habilidad del Chavo del 8 me introduje en el barril y procedí a limpiar mi bello cuerpo. Al fin me liberé de la presión con agüita de lluvia pero sin jabón hasta el día siguiente que el agua volvió y pude al fin usar los baños. Bañarme con total elegancia y preocupación al punto de hasta extrañar el olor que me acompañó todo el día anterior. Creó que gasté un jabón completo en cada recoveco de mi grácil cuerpo y al fin pasé a ser el pelito de poto más limpio de toda la Selva.

Es por eso que hoy en día no únicamente el olor a leña me recuerda a la Selva sino otro olor particular también me permite remontarme a mis días allá a donde espero volver pero por ninguna razón empujar un carro de una trampa de barro... porque no sólo es barro.

Moraleja: Cuidado con el empujón porque en el lodo puedes darte un remojón y terminar hecho un enorme mojón.


lunes, 30 de julio de 2012

VEN CABRITA, VEN

Los famosos Juegos Florales del Colegio. Todos hemos pasado por eso y hemos sido seleccionados para participar en cualquiera de las disciplinas a desarrollarse: Baile, Canto, Fonomimia, Poesía, Oratoria, Mimo y Teatro. Recuerdo siempre haber sido seleccionado pero finalmente pocas fueron las veces que representé al salón participando en esta actividad. En una oportunidad me convocaron para mimo pero me sacaron porque hablaba mucho. En otra oportunidad me eligieron para fonomimia y me presenté como Miguel Bosé cantando "Don Diablo" pero por ser un colegio religioso como que moverme al son de "Don Diablo se ha escapado tú no sabes la que ha armado" y "Don Diablo se perfuma y se afeita con espuma es un chico colorado colorín" no agradó mucho y finalmente un amigo salió haciendo de la Negra Tomasa... ¡o sea!

Para danza o baile por lo general siempre participé y me fue bien. Digamos que el tema de las coreografías sobretodo de danzas típicas siempre me agradó y, modestia aparte, el aplauso unánime por el mérito compartido, así lo determinó en cada presentación: Así bailé Toromata, Los Shapis, El Jipijay, Huaynos y hasta Marinera.
Para Poesía o Declamación siempre elegían a los más estudiosos de la clase... con esto queda claro que jamás siquiera pensaron en considerarme. Para Oratoria hubiera sido un fracaso rotundo básicamente por los temas que debían tocarse en esta categoría... inclusive, creo, fue eliminada de la lista de disciplinas. Sin embargo, para muchos, lo más divertido de ser considerado era que perdías horas de clases por los ensayos. Muchos se hacían en el mismo salón para no permitir a otros que vieran lo que se había elegido... pero cuando la fecha del estreno estaba por llegar, los ensayos se hacían en el auditorio del colegio y eso era aún más intenso... cansado y además muy divertido.

En sexto de primaria el concurso de los Juegos Florales fue más ambicioso. No era por sección sino por grado que se competiría y los profesores tomaron la decisión de armar un elenco completo de alumnos para representar la obra teatral "Marcelino Pan y Vino", que cuenta la historia de un niño, Marcelino, que recién nacido es abandonado en la puerta de un convento de frailes franciscanos quienes se encariñan con él y deciden criarlo y cuidarlo. Marcelino tenía prohibido subir al desván del convento y como a todo niño a quien le prohiben algo, hace todo lo contrario y sube al desván y encuentra una imagen de Cristo crucificado con quien logra hacer amistad y por quien siempre "robaba" pan y vino a los frailes para llevarle. Se trata en sí de una obra bastante emotiva.
El hecho es que se necesitaban de varios personajes para que sea una obra espectacular: Marcelino, un doble de Marcelino (para la escena en la que éste se queda dormido hablando con Jesús y sueña consigo mismo), Jesús, 12 frailes y hasta extras. Se hizo una convocatoria completa, me incluyeron, nos presentaron a un profesor de teatro. Nos pintaron la obra con total dramatismo y entusiasmo, se hablaba incluso de cómo se decoraría el escenario y cuál sería el vestuario de cada personaje. Recuerdo que la emoción de todos era compartida por igual.

Para mi sorpresa me eligieron para interpretar a Marcelino (el principal, no el doble) y así a mis demás compañeros el resto de personajes. Nos dieron un guión completo a cada uno y teníamos todo un fin de semana para aprendernos los tres primeros actos (de diez que eran más o menos). Nunca voy a olvidar ese fin de semana: Jugué Policías y Ladrones, Escondidas, Lingo y 7 Pecados y el guión ni lo saqué de la mochila. El lunes en el colegio al empezar a ensayar, todos sabían casi a la perfección sus parlamentos y yo no. En vista que Marcelino tenían las líneas más extensas de toda la obra y para mi suerte quien hacía de Jesús no había ido por paperas al ensayo, a manera de castigo me quitaron el papel de Marcelino y me pidieron leyera el de Jesús hasta que vieran dónde me ponían. Puse todo de mí y el profesor me pidió que tuviera la gentileza de aprenderme las líneas de Jesús porque probablemente yo lo representaría. Me dio dos días para hacerlo.
Recuerdo mucho esos dos días: Vi televisión las dos tardes al salir del colegio. El guión lo dejé en mi carpeta.

Al siguiente ensayo cuando vieron que tampoco sabía nada decidieron entonces ponerme de fraile... ahora mi parlamento se reducía mucho más. Debía salir con una escoba. Decir cinco oraciones, asustarme porque aparecía un pericote en escena. Preparar kekes y conversar con Marcelino otras cuatro intervenciones más. Pero por no tomar en serio esta nueva oportunidad me sacaron la sotana y nuevamente quedé a la deriva. Pensé que me mandarían al salón porque ya no había nada que hacer pero sin embargo me mantuvieron dentro del grupo y participando de los ensayos. Tan solo veía a mis compañeros, no tenía asignado a ningún personaje. Me prohibieron que tuviera a la mano el guión de la obra pero aún era parte de los convocados, como que sentado en el banco de suplentes viendo jugar a mi equipo sin que el profe me elija.

La obra estaba totalmente avanzada pero faltaba un personaje. "Marcelino Pan y Vino" está ambientada en la ciudad española de Castilla a principios del siglo XIX y se desarrolla íntegramente en un convento de frailes franciscanos. Los frailes le enseñaron a Marcelino muchas cosas de la época, incluso a cuidar a los animales de la granja. Entre ellos uno en especial a quien alimentaban nutritivamente para que diera la mejor leche. Los franciscanitos tomaban leche de cabra y bueno pues, tan buena puesta en escena se había armando que de Marcelino pasé a ser la Cabra de Marcelino pasando por Jesucristo y el Fraile Cocinero y Barrendero.

En la obra, cuando Marcelino interactuaba con la Cabra lechera, la llamaba diciéndole "Ven Cabrita, ven" y ahí aparecía el humillante alumno seleccionado para tan majestuoso papel. Incluso el guión decía que en ese momento la cabra debía decir unas cinco veces "Beeeeeeeeee, Beeeeeeeeee..." acercarse en cuatro patas al mocoso ese, ser acariciado en la cabeza y en el cuello, sobar sus cachos en su brazo, dar una vuelta al escenario y salir brincando alegremente feliz de alimentar a 12 gordos frailes y a un niño que habla con una escultura y continuar balando sin cesar. Ya lo dije, el papel de la cabra recayó en mí.

Se lo conté a mi madre y ella se sintió muy orgullosa al punto que me consiguió la máscara. Estaba hecha de cartón. Era durísima y pesaba un par de kilos. Como se caía tuvo que sujetarla a mi cabello con unos ganchos. La máscara olía a purito terokal... iba a ser una Cabra medio piraña, pero en fin... todo sea por el teatro. También me consiguió una chompa de lana peluda cual piel de cabra para que mi anatomía humana sea casi imperceptible y el respetable considerara que la bola de pelos con cara de cartón aterokalado era en verdad una mutación de cabra bien lograda. Más humillante fue cuando debí ponerme unas medias de nylon blancas para no despertar sospechas y verme cabra totalmente.

Llegó el día del estreno. Llegué al auditorio más asado que Don Ramón cuando sale a vender los Churros Doña Florinda. Vestía mi chompa peluda y mis panties blancas de niña ballerina. Marcelino y compañía repasaban con nerviosismo sus líneas antes de salir a escena. Para sentirme acorde con el momento, yo caminaba de un lado para otro tras bambalinas repitiendo beeeeeeeeeee beeeeeeeeeeee... quería que el profesor viera mi profesionalismo... beeeeeeeeeeeee beeeeeeeeee... seguí repitiendo. - Muy bien - me dijo el cachoso del profesor, - lo estás haciendo muy bien -.

A los 37 minutos de empezada la obra escucho decir "VEN CABRITA, VEN"... entonces me pongo en cuatro patas y hago mi ingreso apoteósico al escenario. El público reventaba el coliseo. Llegué a mi lugar de actuación cerca a Marcelino quien me recibía amorosamente. De los nervios casi digo "miau miau" pero pude controlarme pese a las bocanadas de terokal que aspiraba.
Me acariciaron la cabeza y el cuello. Yo giraba y movía el rabo en señal de confianza. Vociferaba mi excelente beeeeeeeeee beeeeeeeeee cual cabra de monte y daba la vuelta a Marcelino demostrando complicidad entre niño y cabra lechera. 

De pronto sentí un zumbido fino que vino acompañado de una pequeña brisa de viento frío que se coló por el poto de la cabra. Y es que de tanto brinco y alegría la media nylon blanca que comprendía mi disfraz se rompió en la costura del fundillo... y así, la cabra vuelta loca de pronto y gritando asustada ¡¡¡BEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!! salió de escena a todo galope.

Cuando la obra terminó todos fuimos felicitados. Salimos a escena a dar las gracias al público. En cada uno de mis compañeros había satisfacción plena, incluso en mí también. Finalmente se hizo un gran trabajo desde Marcelino que, recuerdo, lo hizo perfecto; hasta la humilde cabrita que mal que bien le puso cierta nota de ternura y gracia a un bonito espectáculo.

Siempre recuerdo esta "notable" actuación y, hoy en día, cuando voy a La Granja Villa o al Parque de Las Leyendas y paso por donde pastan las cabras, las miro con cierta nostalgia. Y las llamo "Ven Cabrita, ven" y ellas me miran tiernamente como conectadas conmigo, como viendo en mí que en otra vida fui una cabra como ellas quizá dando leche para frailes franciscanos. Las escucho decir Beeeeeeeee y siento que las entiendo... siento que me agradecen por haberlas representado, siento que me sonríen coquetas, siento que quieren acercarse a mí para ser yo ahora quien las acaricie como Marcelino... siento que... siento que... siento que... siento que definitivamente el terokal de la máscara que usé dejó secuelas incurables en mí.

Moraleja: Ven cabrita, ven... ven para sacarte la conch&%|°$*)(?%&$"!!!

domingo, 22 de julio de 2012

NO SOLO DUELE, TAMBIÉN LASTIMA

Duele el silencio y lastima el mutismo: Saberlo me afecta y no poder hacer nada me vence. Sólo me queda ser espectador aguardando el final que ya parece adelantado pero que fuerzo en mi mente sea distinto porque el compromiso, años atrás, fue otro.

Duele la indiferencia y lastima el olvido: Conocerlo me aturde y entorpece mis reflejos. No puedo dar el paso que quisiera porque puede que no me corresponda, puede que me inmiscuya en etapas que no me incumben pese al vínculo que me unen a ellas.

Duele el llanto y lastima la angustia: No entenderlo me carcome y me inmoviliza. Pasear mi mente por recuerdos tan espectaculares y ver ahora la tempestad que no termina me mantiene intranquilo. No puedo levantarme... ¿depende de mí?

Duele la incertidumbre y lastima la inercia: Ver el tiempo detenido debe obligar a tomar otro rumbo pero ni siquiera hay acción para tomar esa decisión. Vivo con una mezcla de consejos en mi mente que no me atrevo a dar porque la experiencia de mi vida es mía y sé desde hace mucho que cada uno prepara su camino para conocer su destino.

Duele la ironía y lastima la verdad: Y es que quizá es mejor así. Quizá sería peor si la razón obligara a un falso reencuentro cuando un corazón ya sepultó a otro. Me pesa tanto escribirlo, leerlo y releerlo... pero decido no borrarlo porque ya decidí no hacerlo. Y me debo a mi dictado interno y a mi compromiso de no renunciar a todo lo que puedo transmitir "a mi manera".

Duele el descaro y lastima la arrogancia: Sobretodo por quien la procura. Porque ese lado no lo conocí antes nunca. Recién hoy la prueba se posa ante mí pero únicamente para contemplarla porque lo hecho hecho está y solo un valiente es capaz de dar la cara. Anhelo tanto ver esa demostración de valentía en ti que de tan solo imaginarla, hincho el pecho de orgullo. Siéntelo por favor.

Duele la inacción y lastima la parsimonia: Pasan las horas y los días enredados en tanto silencio que la mínima palabra pasa desapercibida, dejándose desperdiciar la oportunidad de aprovecharla. Y yo, a un extremo del suceso, cuento los minutos y me oculto en una cueva en la que disfruto pensando cómo era y no cómo es. Y no es sencillo, al contrario... totalmente al contrario: es difícil. Mi mente me obliga a respetar, debo esforzarme más y trabajar en eso. Respetar.

Duele el presente y lastima el futuro: Porque el pasado fue completamente distinto. Si en mis manos hubiera estado la responsabilidad de evitar que amaneciera el día que no debía llegar, hubiera colaborado con todo lo que estuvo a mi alcance con tal de ver nuevamente la sonrisa mutua, la mirada cómplice y la protección sincera. Hoy solo contemplo esos detalles en mis sueños y es duro porque soñando me doy cuenta que es un sueño y por evitar despertar, despierto. Y al despertar recuerdo que solo fue un sueño y la vida real es ahora distinta.

Duele la soledad y lastima el duelo: Y esto es probablemente lo más difícil de sobrellevar. Precisamente siento que he perdido algo de mí, que debo enterrarlo y conformarme con lo que el recuerdo me regale. Me obligo a cerrar los ojos y concentrar mi fuerza interior en hacerla exterior y comprender. Comprender que todo forma parte de una lección y de una formación y que el tiempo se encargará por impulsión divina, de ordenarlo todo. Como la secuencia lógica que determina que un paso más allá del caos se encuentra la calma.

Duele la lástima y lastima el dolor: Y se crea la injusta duda de desconfiar de mis propios preceptos. Del "nunca digas nunca" que yo rechazo porque antes de confiar en alguien o en algo primero confío en mí. Y si primero confío en mí es porque la vida me inculcó tal confianza. Cuestiono la existencia del error que no se corrige porque precisamente confío que todo puede enmendarse... claro, siempre y cuando la intención sea tan sincera como la confianza.

Duele la nostalgia y lastima la desaparición: Admito que dentro de las decisiones que he debido tomar la más complicada es la de No Estar. La de ignorar y seguir siendo ajeno de algo que me es propio. Pero el consejo me dice que así debe ser, que es la mejor ayuda que puedo dar. Yo no soy el valiente que desenvaina su espada y enfrenta el miedo, ¡no!, quiero ser el tímido pero confiado que espera ver al héroe de siempre tomar las riendas y con una simple venia quizá demostrar que nunca dejó de ser un roble y no una roca.

Duele la espera y lastima la cobardía: Porque no somos infalibles pero sí pensantes. Salvo si se deja zanjar un abismo entre dos mundos el tiempo podría correr aún a favor... ¡Reacciona!

Duele llegar al punto de decepcionarme y lastima no tener otra salida: Y esto no me deja mejor opción que apelar al instinto natural:

A que algún día tu mano recupere la mano que dejas ir. A que algún día el silencio se vuelva escándalo. A que algún día la lágrima permita ser absorbida por un beso honesto. Apelo a la oportunidad que aún puede existir. Apelo a la esperanza de que probablemente el momento justo todavía no llega. Pero temo que no llegue nunca y que el despido eterno sea tan frío como el saludo de buenos días. Temo no entender lo que pasa y perderme en intentarlo. Temo embriagarme de recuerdos y retroceder. Temo admitir que la felicidad completa no existe. Temo hundirme porque no respiran el mismo aire. Temo no dejar de temer, pero sobretodo, temo no poder tomar una foto más de todos juntos para enmarcarla y adornar mi sala.

Moraleja: "... cultiva la firmeza del espíritu, para que te proteja en las adversidades repentinas..."

viernes, 6 de julio de 2012

REALMENTE SORPRENDIDO

Cuando nos toca hablar de los amigos nos referimos siempre a ellos en relación a nosotros. Cómo son nuestros amigos, cómo se comportan y qué los hace especiales e importantes en nuestras vidas. Es la amistad una virtud y compañía necesaria. Sin embargo, vale la pena también mirarnos al espejo y saber si somos nosotros mismos quienes estamos cumpliendo un buen papel dentro de la enorme responsabilidad de ser un Amigo Genial. Así como Woody y Buzz Lightyear, como Bob Esponja y Patricio, como El Chavo y Kiko, como Kevin Arnold y Paul Pfeiffer, como Tito y Lalo... y muchos ejemplos más de verdadera amistad.

Creo que para reconocer nuestra real intensidad de ser amigo el destino nos pone a prueba muchas veces. Cuando debemos dar un consejo. Cuando simplemente debemos callar y escuchar. Cuando necesitamos ahogar penas o cuando simplemente sabemos que nuestros planes serán mejor elaborados si contamos con la presencia y ayuda de ese amigo especial.

A mí me sucedió algo muy particular que creo, modestamente, me hizo sentir que puedo ser un buen amigo. Sucedió hace mucho tiempo atrás...

Acababa de cumplir la mayoría de edad y los permisos para salir los fines de semana eran restringidos. No podía llegar a mi casa pasada las 2 am. Podía salir a divertirme a una discoteca, a la casa de alguien o a una fiesta pero debía llegar a casa máximo a las 2 am. Estaba cerca mi cumpleaños y muchos amigos me preguntaban  qué iba a hacer para ese día, mi cumpleaños caía domingo y querían celebrármelo el sábado para la víspera. Yo siempre debía decir que podíamos bajar al barrio simplemente pero mis amigos intentaban algo más elaborado. Salió la idea de ir a una peña, confieso que la idea no me entusiasmaba mucho porque nunca me han gustado los sitios aglomerados de personas pero dado el entusiasmo y que la organización era por mi causa, acepté. Incluso sin yo saberlo un buen amigo mío se comunicó con mi mamá y le pidió permiso para que yo llegara más tarde, ella aceptó. Me lo contaron, lo corroboré y sí, mi emoción fue aún mayor porque por vez primera no había toque de queda en mis salidas de fin de semana.

Mientras el fin de semana se acercaba todo el grupo tenía que ver con la reunión en la Peña Las Brisas del Titicaca para celebrar mi cumpleaños. La noticia corría, todos hablaban de lo mismo incluso personas que no eran directamente amigos míos pero sí amigos de mis amigos ♫ uh vaya lío... los amigos de mis amigos son mis amigos... ♪ en fin... se invitaban a la reunión y claro, mientras más, mejor, yo feliz. Sin embargo debía admitir que el hecho de no tener mucha propina hacía que me quedara corto en pasaje, trago y esas cosas... pero en fin.

Para el miércoles de esa semana la idea de ir a Las Brisas del Tititcaca estaba tatuada en el subconsciente de muchas personas. Prácticamente no se hablaba de otra cosa. Me abrumaba saber que era por mí y hasta me llamaba la atención el entusiasmo... los minutos seguían su curso y la expectativa crecía.

 El jueves antes del gran fin de semana nos reunimos varios amigos a tomar unas cervecitas en el barrio. Entre carcajadas y agitadas de vaso para botar el conchito y pasarlo nos estábamos divirtiendo a costa de nada. En eso me fui a un lado a hacerle espacio a la vejiga. En ese momento se había incorporado al grupo algunas personas también parte del mismo grupo amical a quienes yo conocía pero con quienes no tenía mayor confianza, también sabían del tema del sábado así es que bienvenidos sean, brindemos por la peña que estaba por armarse dentro de dos días. Cuando estaba regresando al grupo una de las chicas que acababa de llegar se me acercó... me cogió del brazo y me llevó a un lado. Sus ojos tenían una mirada maliciosa, extraña, maquiavélica pero que trataba de disfrazar con encanto, dulzura y simpatía. Su rostro compungido en un gesto sumamente triste y conversamos, ella empezó a hablar:

 - Pucha Franco, sorry. Lo que pasa es que mañana yo no voy a poder ir a la fiesta sorpresa que todos te están organizando en la casa del Narizón.

Inmediatamente mi mente ordenó las piezas y lo entendí. El entusiasmo de todos era en realidad la Organización de una Fiesta Sorpresa. El argumento de la peña era mentira precisamente haciendo caso a que este tipo de locales no son mi total agrado. Uno de mis grandes amigos había puesto su casa para homenajearme y todos estaban de acuerdo con eso. Todos debían coincidir en hora, momento y entusiasmo para sorprenderme. Incluso mi madre estaba incluida en los planes porque ella también me hablaba de la famosa peña a sabiendas de que era en realidad era una fiesta sorpresa en casa de uno de mis amigos. Por ende no había problema con la propina porque ya no iba a gastar en nada y tenía permiso para llegar al día siguiente a casa al amanecer, pero ¿por qué esta persona tenía la intención de arruinar la sorpresa de esta manera? Créanme que hasta el día de hoy no lo sé ni lo pregunté ni lo preguntaré... Volviendo al relato, tuve la acertada reacción de responder inmeditamente el ataque y dejando adentro la rabia, sonreí, la miré a los ojos y le dije:

- No te preocupes, de repente puedes ir más tarde. Todos vamos a estar ahí toda la noche así es que trata de ir, en serio.
- Gracias, pero sí quería que sepas que no voy a poder ir A LA FIESTA SORPRESA QUE TE ESTÁN ORGANIZANDO (lo dijo pronunciando perfectamente la palabras que resalto para que me diera cuenta de lo que estaba hablando). De verdad, sorry.
- No te preocupes. En serio. 

Y regresamos al grupo en donde por coincidencia estaba el dueño de casa donde se haría la fiesta. Tomé la decisión de no mencionar que sabía de la fiesta sorpresa. Lo hice por ellos, por mis verdaderos amigos. Porque ellos se estaban preocupando por mi satisfacción y ahora me tocaba a mí preocuparme por la generosa intención de todos.

El sábado llegó. Todos llegamos al punto de encuentro perfumaditos y las amigas también bien acicaladas. Un buen grupo de amistades unidas por mí. Abrumador como ya lo dije antes. De pronto la Sorpresa comenzó. Yo me dotaba de histrionismo para parecer natural. Algunos dijeron que irían avanzando. Comencé a darme cuenta que organizar una fiesta sorpresa era cosa seria. Precisamente el dueño de casa me pidió que lo acompañara a comprar. Fuimos en su carro con otros amigos más a un supermercado. Su teléfono sonaba y él hablaba con voz muy baja. Podía entender que le pedían que se demorara más. Pasaron 15 minutos más. Nos tomamos unas chelitas en lata (siempre hay pretexto para unas chelitas con los patas, de lo contrario no sería precisamente una Cerveza la que intenta instituir el primer sábado de julio como El Día del Amigo). Salimos del supermercado y mi pata dueño de casa, quizá organizador de todo: El Narizón, se tocó los bolsillos del pantalón y dijo que había olvidado su billetera y tenía que ir a su casa a recogerla. Los demás que estábamos ahí comenzaron a criticarle el olvido. Me iba dando cuenta que el momento iba llegando. Claro que todos estos detalle no los hubiera percibido de no saber de antemano la realidad de ese sábado por la noche.
Llegamos a la casa, de afuera se veía todo apagado. Curiosamente el dueño de casa nos dijo que lo acompañemos adentro porque tenía una chelita más y quería empilarse. ¡Vamos! dijimos todos. De manera organizada me dejaron atrás. Abrieron la puerta y entramos a la casa. Mi mente estaba preocupada y asustada. Temía que mi reacción no fuera lo suficientemente natural como para no despertar la sospecha o confirmación de que lo sabía todo por culpa de la envidia personificada. En el preciso instante que entré a la casa las luces se prendieron y el unísono ¡SORPRESA! finalmente me hizo reaccionar. Abrí los ojos. Me entusiasmé, me hice el loco. Quizás exageré. Algunos evaluaron mi reacción. Otros me dijeron que yo sabía todo, que ya me había dado cuenta, que mi reacción no había sido natural... pero bueno. Todos me abrazaron. Se compartió una deliciosa cena. Comenzó la música y fue una fiesta de cumpleaños que estoy seguro jamás olvidaré. Un adorno con mi nombre colgaba de una de las paredes, habían globos y serpentinas. Una mesa con bocaditos diversos, 20 cajas de chela en el refrigerador. Ají de Gallina en dos ollones de Club de Madres, harta pica pica y demasiada alegría. Fue extraordinario
. Finalmente me sorprendí de verdad... consiguieron emocionarme mucho. Fui Realmente Sorprendido.

Si ellos lo hicieron fue porque me estiman, porque me consideran un buen amigo. Si se tomaron el trabajo de organizar algo tan especial fue porque estaban motivados por algo. Y fue por esa razón, por valorar ese esfuerzo, entusiasmo y cariño, que tampoco les eché a perder la organización. Fue la gratitud a su gran idea. Porque estuvieron de acuerdo, mis amigos, en que por alguna razón merecía un cumpleaños inolvidable... y así lo fue, incluyendo además, el enterarme de una manera abrupta antes de tiempo y aún así sorprenderme tal cual hubiera sido que no sepa nada. Es por eso que a los Amigos hay que quererlos como mier...!!! porque contar con ellos es lo mejor que nos puede pasar.

Y dicho sea de paso, la persona que intentó arruinar mi super tono llegó más tarde. Bailó, comió, se divirtió, brindó, se carcajeó, eructó y probablemente se pedorreó y vomitó. Pero la pasó bien y eso para mí fue suficiente porque me di el lujo de pensar que no tuvo otro lugar a dónde ir y su única opción fue Mi Fiesta porque todos estaban ahí... entonces me acerqué a ella. Me miró y se puso nerviosa. La miré y le dije... "gracias por venir".


Moraleja.- Tener un gran amigo es la manera más auténtica de elegir a un hermano.

sábado, 30 de junio de 2012

YO SOY...

... probablemente un maniático o excéntrico. Y para poder determinar "qué soy" de casualidad una noche me lo dijo mi esposa precisamente cuando juntos veíamos por televisión un programa concurso que lleva el mismo título de esta publicación. Le dije - Amor, si yo fuera a ese programa, ¿quién sería?, si tengo que decir "Yo Soy"... ¿tú quién dirías que soy yo? - Muy sagaz ella respondió - ¡¿Quién eres?! Un loco maniático... eso es lo que eres - Y nos reímos mientras ella enumeraba mis "manías" que para mí son tan solo costumbres... 
Pero a medida que la conversación fluía, pensé si realmente Yo Soy un maniático tan solo por estas cosas que me atrevo a compartir:
  • Sólo yo debo planchar mi ropa, nadie más puede plancharla por mí porque siento que nadie puede darle la perfección necesaria al planchado. Cuando salimos en familia, sólo yo plancho la ropa de todos (la de mi esposa y la de mis hijos).
  • Mi esposa carga a los niños en la calle si es que se quedan dormidos. A mí me cuesta mucho hacerlo... la sensación de que mi ropa se arruga me altera.
  • Cuando voy a algún sitio sólo, debo bajarme del taxi o micro por lo menos 5 cuadras antes de mi destino, esto me ayuda a calcular el minuto exacto en que debo llegar a tocar la puerta, timbre o intercomunicador de la casa u oficina de la persona que me espera. En estricto, soy sumamente puntual. Nunca llego tarde. Bajarme antes me permite concentrarme en la reunión que estoy a punto de tener sea del tipo que sea. Aprovecho en ajustar el nudo de la corbata si lo amerita y limpiar mis zapatos si tuvieran alguna manchita.
  • Uso la corbata, correa y pasadores sumamente ajustados... ¡sumamente!... siento que esto me da seguridad. Constantemente me ajusto la corbata y la correa... ¡constantemente!
  • Cuando visto terno (prácticamente todos los días) uso doble media. Las típicas blancas de Educación Física primero y luego las de vestir, precisamente para que se cumpla el punto anterior de sentir ajustados los zapatos y además porque no tolero la sensación de las medias de vestir contra mi piel. Otra cosa, las cuatro medias deben estar sumamente estiradas... sí, las estiro constantemente también.
  • La punta de la corbata debe llegar precisamente a la altura de la hebilla de la correa, no más arriba, mucho menos más abajo. Puedo repetir el nudo de la corbata 15 veces si es necesario. ¿¿¿Por qué no dejo el nudo hecho con la medida lista??? Imposible, tengo que sí o sí desarmarlo por las noches cuando llego a casa.
  • No soporto las cebollas en la sopa. Verlas transparentes flotando en el caldo me da asco. Mis dientes rechinan... y esto sucede por la sencilla razón de que relaciono la cebolla en la sopa con uñas de loco y no, simplemente no puedo comerlas.
  • Debo ser el primero en la cola del cine. Siempre el primero. Al comprar la entrada pregunto el número de butacas de la sala y el número de personas que ya han comprado su entrada antes que yo. Hago una rápida estadística y soy el primero en la fila... probablemente hasta 30 minutos antes de que permitan la entrada a la sala. De lo contrario no la paso bien y mi esposa debe calmarme.
  • Ya dentro del cine debo buscar el asiento preciso que me dé la sensación de estar sentado exactamente donde mi mirada dé al mero centro de la pantalla (es por eso que debo entrar primero, para que no me ganen esta posición).
  • Leo, leo mucho... pero únicamente lo hago durante el camino de ida y vuelta al trabajo en el bus escuchando Radio Mágica (no puede ser otra emisora), de otra manera mi lectura no es placentera. Jamás leo en casa.
  • Siento mucha ansiedad y hasta pánico en lugares atiborrados de muchas personas en lugares cerrados. Quizá sea claustrofobia. Atino simplemente a irme... si voy acompañado, pues nos vamos todos ¡punto!.
  • Cuando salimos de paseo en familia, yo, y sólo yo, preparo el o los maletines de ropa. Previamente plancho toda la ropa que vamos a llevar y procuro guardarla milimétricamente ordenada. Puede que al primer intento no logre el orden que procuré, entonces saco todo y empiezo de cero.
  • Todo el año tengo calor, los 365 días... y este año 366. En la oficina pedí me cambien de sitio únicamente para estar debajo de la salida de aire acondicionado.
  • Si uso polos tipo piqué el cuello del polo debe quedar obligatoriamente pegado a mi cuello. Debo sentir la tela siempre junta a mi cuello. Si por alguna razón el diseño del cuello de este tipo de polos no me permite esta ventaja pues entonces no lo uso nunca.
  • Si olvidé ponerme el reloj, regreso de donde sea a casa para ponérmelo.
  • Uso un mismo corte de pelo desde hace mucho tiempo: Rapado. Tengo mi cortadora de pelo y yo personalmente me lo corto una vez al mes y no solo por comodidad sino porque siento que un peluquero no va a dejar exactamente todos mis pelitos del mismo tamaño. Yo sí puedo hacerlo pasando la máquina, tantas veces sea necesaria, por mi cabeza. Cortarme el pelo me toma aproximadamente una hora u hora y cuarto.
  • Cuando duermo debo taparme con la sábana o frazada hasta la altura de la frente dejando únicamente un ojo libre, de otra manera no concilio el sueño. 
  • Nunca duermo de domingo para lunes.
  • Tomo cerveza en vaso, tengo chops en casa para poder estar tranquilo. Nunca puedo tomar del mismo pico o de la lata. La sirvo en vaso siempre. Cuando vamos a la playa llevo mi chop.
  • Siempre... ¡siempre! como primero las papas y luego el pollo o la hamburguesa. Nunca simultáneamente. Las papas fritas las cojo de dos en dos. El pollo a la brasa lo como con cubiertos, imposible usar las manos directamente.
  • Hablo solo cuando camino... y en voz alta... y mirando al piso. A veces canto, también.
  • Cuando hablo por teléfono uso el fono como si fuera walkie talkie, así sea celular... ¡o fijo!.
  • Mi blog lo escribo a partir de las 00:00 hrs. Antes no me inspiro.
  • Veo películas en mi casa en las madrugadas, con audifonos enormes y a todo volumen.
  • Últimamente me he dado cuenta que no mastico la comida, la trago. Por eso termino de comer rápido. Al igual que mi madre, no tomo el jugo sino hasta haber terminado de comer.
  • Aboslutamente todas las noches debo comer algo dulce antes de dormir. Sin excepción.
  • Nunca en mi vida me he cortado las uñas de las manos con cortauñas, sencillamente me las arranco. Las de los pulgares me las como.
  • Cuando vamos a comprar ropa, mi esposa se encarga de la suya y la de los chicos. Previamente a pagarla reviso las costuras detenidamente centímetro por centímetro. La estiro y reviso que no tengo la mínima mancha o error de hechura.
  • Cuando es mi turno de comprar ropa para mí demoro muchísimo precisamente por lo indicado en el punto anterior. Por eso nunca me regalan ropa. Soy indeciso en este tema, puedo pasar mucho tiempo buscando algo para mí y por impaciente, me voy sin comprar nada.  
  • Abro los regalos sin romper el papel de regalo.  
  • Le tengo terror a los dientes picados y verlos me producen náuseas.
  • Probablemente 500 veces al día me froto la nariz con la mano izquierda.
  • Cuando me pica la garganta ¡¡¡me rasco la boca!!!... (esto a mi esposa la enerva).
  • En casa tengo estrictamente prohibido que cojan mis libros... (y pisen el jardín).
  • En mi escritorio no puedo hacer nada si todo lo que tengo no está estrictamente ordenado de manera milimétrica y alineada. De igual manera las cosas que guardo en mi cajón.
  • Nunca doy la hora si me la piden si es que antes no me saludaron. Incluso si me preguntan ¿disculpe, tiene hora?, digo SÍ y sigo mi camino.
  • Y para cerrar con broche de oro: Uso la truza encima de la camisa para que evitar que se salga del pantalón y todo el día esté perfectita... (y sé de muchos que hacen lo mismo porque ésto no se me ocurrió a mí).
Increíblemente esto no es todo pero debo terminar aquí... pero el hecho de sentir que puedo estar olvidando algo también me pone medio idiota. Sin embargo, siento que me ha servido este tipo de confesión como si se tratase de una terapia. Los invito a hacerlo. Les permitirá reírse de ustedes mismos y en algunos casos quizá tomar conciencia de qué cosas quizá puede que a otros les afecte de nuestro propio comportamiento... ¡bah!... no me hagan caso, sean ustedes mismos y diviértanse, como siempre digo.

Moraleja.- Nunca puedo obviar la moraleja de mis publicaciones, siento que no están debidamente finalizadas.