De chico tuve la suerte de vivir en una casa, era grande con un amplio jardín. Debo decir que cuando no estaba jugando en la calle podía divertirme en la misma magnitud en el patio de mi casa. En el suelo dibujaba con mi papá y mi hermano una pista y luego hacíamos carreras con carritos armados con piezas de PlayGo. En el jardín buscábamos chanchitos, hormigas y lombrices, mi hermano para investigarlos y yo para comérmelos, además de tierra que también comía y con cuchara. Con una lupa colocada en forma de que el sol traspasara por su luna quemábamos papeles o cualquier cosa que encontráramos. A veces quemábamos chanchitos, hormigas y lombrices, mi hermano para seguir investigándolos y yo, bueno, para comérmelos tostaditos. En fin, el patio de mi casa, de esa casa, era particular y no porque cuando llovía se mojaba sino porque nos permitió vivir, gracias a Dios, las mejores vivencias infantiles que todo niño debe recordar de su niñez porque para eso se es niño.
Lo que complementó las aventuras de esa época en ese patio fue la llegada de un nuevo miembro a la familia. Se llamó Oso, Oso Gorgojo para ser precisos. Y era un hermoso Pastor Alemán que hizo de mi patio su patio y aumentó la adrenalina de mis días cuando regresaba a casa luego del colegio. El patio se volvió su territorio y nosotros, mi hermano y yo, los invitados a divertirnos con él. No recuerdo cuánto tiempo Oso se quedó con nosotros pero sí recuerdo que llegó cachorro y se fue niño. Era grande, robusto, hermoso e imponente. Destruyó el jardín y nosotros colaboramos en ello. Jugábamos toda la tarde con él. Sin duda alguna tener un perro cuando fui niño fue lo mejor que me pudo pasar o en todo caso una de las mejores cosas que sucedieron entonces.
Luego mi hermana nació y tuvimos que mudarnos a un departamento más pequeño. Por salubridad y tranquilidad mental de mamá Oso no formó parte de los artículos de mudanza. Llegué del colegio un día y Oso ya no estaba. Nunca me despedí de él y lastimé mucho su ausencia. Nunca más tuve mascota. El tiempo me conformó, claro, a no tenerla porque quizá mi mente reemplazo su presencia cuando tuve en mis manos mi propia bicicleta pero de todas maneras siempre quedó viva la idea si algún día tendría nuevamente un animalito que cuidar.
Ya en el nuevo barrio me topé con una realidad que marcó mi adolescencia. Pese a mi cariño confiado hacia los canes tuve algunas experiencias desafortunadas con algunos perros callejeros y otros de dueño propio que me llevaron a generar en mí un miedo muy efusivo y serio. Cinofobia se llama precisamente al medio descontrolado hacia los perros y un hecho actual me llevó a rememorar el inicio de mis propios temores y curarlos poco a poco. Aquí las experiencias más representativas.
Experiencia N° 1
En este nuevo barrio hice amigos muy pronto y todos conocían a 3 famosos perros que hicieron leyenda: En medio de este barrio hay una pequeña plaza, en ella varias bodeguitas que surten de todo lo necesario a la vecindad. En una de ellas siempre, pero siempre, habían tres perros a la entrada: Perla, Lolo y (coincidentemente) Oso. Los tres animales eran chuscos. Perla era una perra ploma con blanco a la que todo el mundo mimaba pero de la que se decía que no se le podían acercar niños porque simplemente los atacaba. Saber esto fue uno de los detonantes de mi Cinofobia. Lolo, por su parte, era un perro anciano, desdentado y cojo, viejo como él solo y desafiante de su propio ciclo de vida. Tendría 17 años aproximadamente lo que en un ser humano equivale a 119 años de edad. Siempre llevaba atado al cuello sus 3 limones para evitar enfermarse aunque parecía que dichos frutos tenían algún efecto milagroso porque en realidad evitaban que el perro se muera. Su ladrido era un lamento y sus pasos un reflejo de la senectud canina. Incluso lo usaban en las procesiones por su andar lastimero. Por su parte Oso era un perro plomo con más plomo, tenía un color sucio. Ese perro nació del cruce de Perla con algún otro hijo de perra de por ahí y era el bravo de la bodega. Lo aconsejable era decirle Osito Osito al entrar a la tienda, esperar que te huela los pies o a veces el poto y no demostrar temor. Difícil tarea en mí por lo que opté por nunca entrar a esa bodega.
Una noche caminaba por el barrio con una amiga conversado de ene cosas. A lo lejos divisé a la hija de la dueña de la bodega que caminaba rodeada de sus 3 secuaces sabuesos. Por alguna muy extraña razón que puedo resumir era únicamente morbo de esta señorita escuché que se acercó a sus esbirros y les dijo "ataquen". Lo escuché. Y raudamente las tres fieras salvajes corrieron hacia mí ladrando y mostrando ruinmente sus colmillos. Incluso Lolo, el anciano, corría y se esforzaba por ladrar con firmeza y no perder el conocimiento en el intento. Yo, como el sastrecillo valiente y con pichi en los calzoncillos, reté a los enemigos y me paré delante de mi amiga. Ella se protegía detrás de mí. En realidad mi intención era correr como gato en medio de una jauría y que mi amiga se las arregle sola pero mi caballerosidad me mantuvo al frente de la situación. Los tres perros se abalanzaron sobre mí. Perla ladraba incansable y furiosa dejando caer saliva con cada ¡guau!... (si así es La Perla cómo será La Concha, pensé) y Oso abriendo su hocico como si se tratara de una trampa para osos precisamente se cogió de mi pierna a la altura del muslo izquierdo, cerró el hocico y jaló su mandíbula. Mi pantalón quedó desgarrado al igual que mi pobre muslito. Todo fue inmediato. Los tres perros se fueron y se reían los malditos mientras que la que había mandado el feroz ataque, aplaudía. Como digo, jamás supe los motivos aberrantes de tan desagradable episodio. Con mucha fortaleza comprobé si mi amiga no había sufrido alguna mordedura, felizmente no. La mandé a su casa y yo fui a la mía evitando cojear pues tenía que cuidar mi propia reputación. A los diez minutos estaba tirado boca abajo en mi cama llorando y mordiendo mi almohada con el pantalón abajo mientras mi mamá me lavaba la herida con jabón Marsella para luego ir a pedir el certificado de vacuna de los perros.
Experiencia N° 2
En este mismo barrio había una señora que vivía sola, era anciana ya, más vieja que Lolo incluso. Siempre salía a comprar el pan a las 4:30 pm. e iba acompañada desde su casa a las tiendas de su fiel escudero: un perro horripilante, gigante, melenudo y asqueroso. De patas y lomo ancho y color negro con rojizo. Era tan "coqueto" que le decíamos El Cancerbero, este perro mitológico que cuida las puertas del infierno. Pero en realidad recibía el cariñoso nombre de ALF en alusión al extraterrestre de la serie cómica de entonces. Nada tenía que ver el ALF de la tele con la bestia que era éste animal. Acompañaba a su malévolo aspecto su cabeza torcida como si se tratara del resultado de una batalla de la que salió ganando. Este perro parecía el cruce de un Búfalo con un Cocodrilo más o menos. Realmente todos le temían. Desde la ventana de mi departamento en un tercer piso veía como algunos valientes vecinos jóvenes esperaban que ALF saliera de casa para desafiarlo provocándolo para el ataque y huyendo a toda velocidad a esconderse detrás de los autos del estacionamiento. Yo los respetaba desde mi ventana, jamás me hubiera atrevido a jugar ese mismo juego. Era suicida.
Una tarde bajé a comprar, siempre cuidaba no bajar a las 4:30 pm. pero esa vez olvidé por completo ver la hora. Antes de llegar a la plaza de las tiendas había un pequeño pasadizo y en la esquina un poste. Yo iba caminando aventando mi moneda al aire y cogiéndola a su retorno totalmente distraido de la realidad que estaba a punto de ocurrir. Llegué al final del pasadizo que desemboca a la plaza de tiendas y la puta moneda se cae de mi mano. El tintineo que hizo el sonido de la moneda contra el piso al parece afectó la fibra más sensible del conducto auditivo de ALF, el veterano de la guerra de Vietnam, quien acto seguido levantó su torcida cabeza y emprendió la envestida hacia mí con tal cara de loco arrecho que por segunda vez mojé mi calzoncillo en el acto. Me aferré al poste que había detrás de mí y rezaba a Dios que me diera complejo de mono para poder trepar y escapar pero eso no pasó. ALF se acercaba acechante y yo desenvainé mi pie y se lo puse al frente. En medio segundo el tiranosaurio rex con su hocico simplemente me sacó la zapatilla, pude ver que felizmente no se fue mi pie con ella. Éramos ALF, yo y el poste entre nosotros el cual usé como defensa tratando de confundir al animal. Más atrás escuchaba la voz de la vieja dueña del can pronunciar su nombre con tal sutileza que parecía se estaba dirigiendo a una mariposa posada en una margarita. Cada palabra de la anciana parecía su último suspiro y mi temor adicional era que la señora expirara en ese momento y ahí se que me convertía en el banquete de ALF. De pronto el perro me acorraló, colocó sus patas delanteras en mis hombros y gruñó preparándose para el ataque. Yo ya estaba empezando con el Padre Nuestro cuando escuché a la vieja decir "¡Basta Alfito!" ¿¿¿Alfito???, es decir, hasta nombre de cariñito tenía, pero en fin, le dijo Basta Alfito y automáticamente y por gracia divina ALF me dejó vivir para contarlo. Se bajó de mí y se fue con su dueña que, a decir verdad, también tenía el cuello doblado y olía peor que ALF. Yo me quedé amarrado al poste unos 4 días aproximadamente, petrificado.
Experiencia N° 3
En realidad entre la experiencia 2 y 3 han habido muchas otras pero he querido recordar las más representativas lo que me lleva a esta: Hace 4 años por lo menos mi esposa y yo salimos a montar bicicleta. Era un paseo muy corto para hacer unas comprar. Al cruzar por un parque que quedaba a media cuadra de la casa escuché los ladridos de un perro. Volteé para conocer qué pasaba y en el preciso instante que salíamos a la pista, de la entrada de una casa un perro alto, flaco pero de raza iba detrás de aquello que les llama la atención de manera casi erótica: las ruedas de las bicicletas. Debo admitir que pese a ser un solo perro yo vi a Lolo, Perla, Oso y ALF perseguirnos. Sin duda tenía un trauma muy marcado. Obviamente dejando de pedalear y enfrentando al perro podíamos darnos por vencedores pero no, mi miedo afloró y le grité a mi esposa que pedaleara con toda la fuerza del mundo como si su vida dependiera de ello. Comenzamos a pedalear. Ella me seguía preguntando qué hacer y yo seguía insistiendo que no deje de mover las piernas y pedalee con toda la potencia del universo. Yo tenía a mi lado derecho a mi esposa y a mi lado izquierdo al perro a quien le gritaba ¡uschka uschka! para que nos dejara en paz. ¡Uschka uschka!, repetía a voz en cuello. Qué mierda significaba "uschka", no lo sé, a lo mejor mis antepasados fueron rusos pero al menos me sirvió. El perro se relajó, interrumpió su carrera y regresó a su casa. Felizmente eso sucedió así porque de lo contrario debido a nuestro pedaleo incesante nos estábamos acercando imprudentemente a una avenida principal y nos hubiéramos convertido en parte de las estadísticas de los lamentables accidentes de tránsito... ... ... ... ... ... ... ahora, que me pongo a pensar, quizá no era perro sino perra y se llamaba Uschka y por eso me hizo caso.
Epílogo
Hace unos días salí de casa camino al trabajo. En la puerta de un garaje había un perro de dimensiones extraordinarias. Yo no lo vi pero él sí me vio a mí. Mi andar apurado lo hizo mostrarse a la defensiva y me gruñó levantándose intempestivamente. Yo reaccioné de la manera más extraña posible. Lo vi directamente y le dije: - Ay, olvidé mi celular en casa -, y me di media vuelta para dar la vuelta a la manzana.
Definitivamente debo vencer poco a poco mi temor a los perros y es por eso que contribuyendo a eso pero primordialmente para premiar la felicidad que mis hijos me regalan día a día es que decidimos honrar a nuestra familia con la presencia de un nuevo miembro que ha llegado con una misión que desde el primer día está cumpliendo a cabalidad. Se llama Oshishi, es un Schnauzer Toy que llegó a colmar la alegría de la casa y a fortalecer el inmortal mensaje de que el perro es el mejor amigo del hombre a pesar de que muchas veces el hombre no es el mejor amigo del perro. El nombre Oshishi no significada nada en particular porque es un vocablo creado por mis hijos dentro de la creatividad íntima de mi familia pero sin duda Oshishi ha llegado a infringir todas las reglas de limitación de diversión en casa y eso a mi me fascina enormemente.
Las mascotas merecen el mismo amor, cuidado, respeto y atención que un ser humano. Finalmente son los animalitos quienes muchas veces nos enseñan a los seres humanos a comportarnos como debe ser.
Es por eso que presento en sociedad a:
A quien queremos, cuidamos, respetamos y atendemos porque es una criaturita que nos ha dado, incluso, nuevas satisfacciones.
Moraleja: Perro que muerde no ladra, porque está con la boca llena.
Una experiencia muy fuerte la que tuviste con los perros, pero el amor a tus hijos han hecho que no sea un impedimento que rompas ese temor y vuelques todo tu amor en ese animalito que .. x cierto a mi tambien me ha cambiado mi manera de ver a los perros.. Oshishi me conquisto y ahora ya es parte de mi atencion y cariño cuando llego a visitarlos , es el primerito en salir y darme la bienvenida con su alegria y deseo de que lo acaricie. Bienvenido a la famila Oshishi!!
ResponderEliminarGUAU..... buen relato hijo!!!
ResponderEliminarTe quiero mucho.
Francois, te falto mencionar a rabito!!!! el perro negro del block I...ese si era el demonio convertido en perro!!!
ResponderEliminarBuenas Experiencias!!!
Saludos!!!