viernes, 19 de febrero de 2016

SEIS MESES DESPUÉS

Han pasado seis meses, mi último relato marcó un nuevo punto de partida en mi vida. Pueden leerlo si desean para que puedan profundizar en el contexto de lo que ahora quiero compartir. Decidí dejar de escribir todo este tiempo porque cuando intentaba hacerlo, por alguna razón, no podía. Las ideas salían pero todas juntas, entonces las letras se desordenaban y decía, - no es el momento, quizá más adelante -. Fue así que decidí buscar un momento de conmemoración y hoy es cuando se cumplen seis meses desde el día que mi hijo fue operado. Hace ciento ochenta días a esta hora (veinte de agosto de dos mil quince, once de la noche) íbamos camino a casa, a descansar supuestamente. Mateo llevaba ya cuatro horas en cuidados intensivos y esa noche, antes de salir de la clínica, entramos a verlo, estaba dormido, reaccionaba poco a poco. Muchos tubos interconectados con aparatos, luces, sonidos y olor a medicinas decoraban su espacio dentro de un ambiente sumamente frío. Indefenso y valiente al mismo tiempo. Besé su frente y me fui. Dormimos poco en casa. A la mañana siguiente fuimos a verlo y, ya despierto, iniciaba un largo proceso de recuperación que trajo sorpresas, preocupaciones pero, finalmente, buenaventura… éxito, mejor dicho.

Previo a la operación las cosas cambiaron, ya no sería una barra entre su esternón y corazón. La técnica no podía ser usada por lo complejo que era el hundimiento de su tórax y como éste comprometía su corazón. El plan cambió, nos dijo el doctor. No podemos colocar la barra. Debemos abrir su pecho y... etc. Prosiguió la descripción de todo un suceso donde resonaron frases como “siempre hay riesgo”, “no puedo operar solo, me acompañará un colega”, “sí, claro que es delicado”, “vamos a ver qué encontramos”, depende, primero tenemos que abrirlo”, “la recuperación es dolorosa”. Como cuando suenan las doce campanadas de una catedral en nuestras mentes repicaban las palabras del cirujano. Esto hacía que las manos de mamá y papá se entrelazaran con fuerza, que nuestras miradas se encuentren y que no sepamos qué decir, dando paso únicamente a una sonrisa nerviosa. Rematé diciendo, fiel a mi estilo, - Bien doctor, manos a la obra -.

Las puertas de acceso al quirófano separan dos mundos. Nosotros conocemos el mundo de acá. En el que nos quedamos. En esta parte del mundo de pronto el tiempo se detiene y decide avanzar muy lento. La angustia se materializa en abrazos al azar. Tus nervios te retan a no encontrar calma o tranquilidad. Cuando piensas que ya han pasado quizá dos horas ves el reloj y te sorprende confirmar que, en realidad, solo veinte minutos han transcurrido. Del otro lado de las puertas vaivén está el mundo paralelo que no imagino cómo se desarrolla. Lo único que sé, a confesión del médico, es que mientras mi hijo era operado, la sala de operaciones estaba ambientada con música clásica, conversaciones y mucha concentración. Sin embargo, a juzgar por las palabras finales, más calma había en aquel mundo que en el nuestro.
Conservo hasta hoy una imagen en mi mente. Imposible de olvidar o de no recordar e incluso de dejar de mencionar cuando hablo de este tema y es lo que me impulsa a celebrar la vida con más intensidad:

Habían transcurrido ya cuatro horas y media desde que Mateo entró al quirófano con el pronóstico de salir al cabo de tres como máximo. A la familia no le quedaban uñas que morder. Algunos parientes ya se habían retirado. Otros habíamos tomado demasiada agua. Para distraer a Santiago habíamos subido y bajado por las escaleras recorriendo toda la clínica por lo menos cuatro veces.

Mi esposa y yo conocimos a un vecino de habitación quien llevaba internado ya más de treinta días por un tratamiento prolongado que lo obligaba a alimentarse por vía endovenosa únicamente, se quedaría aun por un tiempo más. Su esposa hacía poco había dado a luz a su segundo hijo, durante su hospitalización. Una historia que de alguna manera nos consolaba en la espera porque si cuatro horas eran agónicas, más de treinta días y en calidad de paciente quizá era más complicado. Pero la vitalidad de este vecino amigo paciente nos motivó mucho. Su buen deseo y el detalle de una dedicatoria de despedida marcaron el inicio de una amistad que quizá con el tiempo se fortalezca; no corresponde decir qué será de su vida porque el Facebook me lo hace saber diariamente. Un gran abrazo para ti desde acá expandido a toda tu familia (ojalá te enteres de esto).

Bueno, decía que habían pasado más minutos de los previstos. Con mi esposa nos acercábamos constantemente a la puerta de la dimensión desconocida para tratar de conseguir información. Nada. Nadie decía nada. Nadie sabía nada. Y claro, como que la preocupación se acelera en paralelo a los latidos apurados de un corazón impaciente.
En un momento y como si estuviera previsto, la familia hicimos un circulo humano, desordenado. Como cuando un equipo de futbol o un grupo de actores se alista para salir a la cancha o al teatro, así. Quizá sin saberlo pretendíamos urdir un plan de resistencia a malas noticias, una estrategia para tomar el piso cuatro y ya con los rehenes reducidos, exigir novedades. O simplemente el destino nos quería juntos en ese momento. Yo creo que fue esto último, el destino y sus decisiones nos congregó fraternalmente porque algo estaba a punto de suceder.
Ya cuando todos estábamos agrupados sin saber para qué, las famosas puertas se abrieron. Lo que yo vi fue esplendoroso. Las puertas se abrieron de par en par y en cámara lenta. Estoy seguro que vi un haz de luz iluminar dos cuerpos de arriba hacia abajo. Dos figuras antropomorfas vestidas de verde desde la cabeza hasta los pies hacían una salida triunfante. Ambos cirujanos limpiaban sus manos. Sus frentes despedían gotas de sudor, señal de una dura batalla o ardua tarea. Brazos fuertes como de vaqueros asidos a una soga evitando que la bestia los bote en medio del ruedo. Superioridad y garbo, y por qué no, hasta un poco de elegancia. Y dos sonrisas, perfectas y orgullosas, sonrisas que gritaban satisfacción sin haber pronunciado palabra alguna. Ese cuadro destella en mi mente en este momento. Es más, creo que faltaron aplausos. 

Ambos cirujanos en el umbral de las puertas de su mundo salían a decir que todo había sido un éxito. Ello sabían que se encontraron con algo complicado, un reto delicado que les demandó un inmenso esmero durante las cuatro horas y media que no supimos qué pasaba ahí dentro. “Vamos a ver qué encontramos” recordé que uno de ellos me dijo semanas atrás.
Volviendo todos a reaccionar, preguntábamos mil cosas pero ni siquiera entre nosotros nos entendíamos.
Uno de los cirujanos cedió la palabra a su colega dado que éste era el erudito en la técnica practicada, y así nos describió en brevísimas palabras qué había pasado, qué habían hecho y qué debíamos hacer. Por supuesto que la idea era conseguir más información pero, increíblemente no podían darla con precisión porque ambos tenían programada una nueva operación en pocos minutos y debían preparase. Sin embargo el remate del médico fue: “El pecho de su hijo ha quedado bien bonito”, me dio la mano y se fue deseándome tranquilidad. Minutos después Mateo era derivado a UCI. Aun inmerso en la anestesia pero con el rostro de un ángel, pasó por delante de nosotros para empezar a escribir un nuevo libro. 

Son seis meses los que han pasado. Hemos reinventado nuestra familia en todo este tiempo pero no hemos dejado de ser los mismos. Cada uno hemos aprendido algo y nos quedamos con eso en privado para continuar saboreando nuestra experiencia y las enseñanzas que nos deja.

Un hijo es un tesoro invaluable. Es una fortaleza. Un hijo es un desafío a la vulnerabilidad e imaginación. Un hijo es la piedra angular que te estrena como padre. Un hijo te motiva a volar si es necesario. Un hijo jamás te ve débil. Jamás te ve vencido. Un hijo confía en todo lo que le digas. Un hijo te sigue. Mis hijos son las cosas más extraordinarias que le han pasado a mi vida, sin lugar a dudas.

En mi vida, esta vez, me ha tocado autorizar que el corazón de mi hijo se exponga en vivo. Sea expuesto a la intemperie. Sea desprotegido de su natural cavidad y desprovisto de su cuidado propio. Ha sido una decisión sumamente difícil. Entre la duda de pensar qué hacer, si era o no oportuno, si debíamos hacer caso a la primera opinión o no. Cuando todo de pronto se puso cuesta arriba y difícil. Cuando no había manera de cómo organizar a la familia en meses tan aciagos y demás etcéteras, es cuando los hijos te sorprenden.

Santiago, mi hijo menor, en un momento en medio de todas las complicaciones propias de la recuperación de su hermano mayor, que fue difícil por una recaída por neumonía y derrame pleural (imaginemos pues la cicatrización de una herida quirúrgica a pecho abierto versus la contracción, de una fuerte tos por neumonía en un niño de 10 años, durante la noche) en uno de esos tantos días me dijo cogiendo mis cachetes antes de dormir junto con él una noche que Mateo permanecía internado acompañado de mamá, - papá, nosotros cuatro siempre vamos a estar juntos y ser muy felices, ¿ya papá? -. Sí hijo, le prometí.
¿Debo exigirle algo más a la vida, me pregunto? No, ¿no?

Finalmente la cicatriz del pecho de Mateo ha quedado bastante notoria. En su último control su cirujano le recomendó algunas alternativas para persuadir la forma final que ha adoptado la sanación de la herida, pero él dijo no. - Que se quede como está, nomás. Es mi marca y así se queda -. Y el médico, sorprendido, supo reír sin vacilar. 


Me voy  a dormir, éste capítulo ya se cerró. Pero pronto otro se abrirá, estoy seguro.










1 comentario:

  1. En el calendario han trascurrido 180 días, en mi mente se estacionó el tiempo, me ubico en el cuadro familiar que exhibíamos ese día y me parece que es hoy. Sólo la situación ha cambiado, porque Mateo triunfó, venció obstáculos y hoy juega feliz. Y su felicidad y tranquilidad, nos alimenta el ambiente como siempre.
    Me emocionó tu fotografía escrita.
    Un beso, mi loquillo bueno.

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