viernes, 19 de febrero de 2016

SEIS MESES DESPUÉS

Han pasado seis meses, mi último relato marcó un nuevo punto de partida en mi vida. Pueden leerlo si desean para que puedan profundizar en el contexto de lo que ahora quiero compartir. Decidí dejar de escribir todo este tiempo porque cuando intentaba hacerlo, por alguna razón, no podía. Las ideas salían pero todas juntas, entonces las letras se desordenaban y decía, - no es el momento, quizá más adelante -. Fue así que decidí buscar un momento de conmemoración y hoy es cuando se cumplen seis meses desde el día que mi hijo fue operado. Hace ciento ochenta días a esta hora (veinte de agosto de dos mil quince, once de la noche) íbamos camino a casa, a descansar supuestamente. Mateo llevaba ya cuatro horas en cuidados intensivos y esa noche, antes de salir de la clínica, entramos a verlo, estaba dormido, reaccionaba poco a poco. Muchos tubos interconectados con aparatos, luces, sonidos y olor a medicinas decoraban su espacio dentro de un ambiente sumamente frío. Indefenso y valiente al mismo tiempo. Besé su frente y me fui. Dormimos poco en casa. A la mañana siguiente fuimos a verlo y, ya despierto, iniciaba un largo proceso de recuperación que trajo sorpresas, preocupaciones pero, finalmente, buenaventura… éxito, mejor dicho.

Previo a la operación las cosas cambiaron, ya no sería una barra entre su esternón y corazón. La técnica no podía ser usada por lo complejo que era el hundimiento de su tórax y como éste comprometía su corazón. El plan cambió, nos dijo el doctor. No podemos colocar la barra. Debemos abrir su pecho y... etc. Prosiguió la descripción de todo un suceso donde resonaron frases como “siempre hay riesgo”, “no puedo operar solo, me acompañará un colega”, “sí, claro que es delicado”, “vamos a ver qué encontramos”, depende, primero tenemos que abrirlo”, “la recuperación es dolorosa”. Como cuando suenan las doce campanadas de una catedral en nuestras mentes repicaban las palabras del cirujano. Esto hacía que las manos de mamá y papá se entrelazaran con fuerza, que nuestras miradas se encuentren y que no sepamos qué decir, dando paso únicamente a una sonrisa nerviosa. Rematé diciendo, fiel a mi estilo, - Bien doctor, manos a la obra -.

Las puertas de acceso al quirófano separan dos mundos. Nosotros conocemos el mundo de acá. En el que nos quedamos. En esta parte del mundo de pronto el tiempo se detiene y decide avanzar muy lento. La angustia se materializa en abrazos al azar. Tus nervios te retan a no encontrar calma o tranquilidad. Cuando piensas que ya han pasado quizá dos horas ves el reloj y te sorprende confirmar que, en realidad, solo veinte minutos han transcurrido. Del otro lado de las puertas vaivén está el mundo paralelo que no imagino cómo se desarrolla. Lo único que sé, a confesión del médico, es que mientras mi hijo era operado, la sala de operaciones estaba ambientada con música clásica, conversaciones y mucha concentración. Sin embargo, a juzgar por las palabras finales, más calma había en aquel mundo que en el nuestro.
Conservo hasta hoy una imagen en mi mente. Imposible de olvidar o de no recordar e incluso de dejar de mencionar cuando hablo de este tema y es lo que me impulsa a celebrar la vida con más intensidad:

Habían transcurrido ya cuatro horas y media desde que Mateo entró al quirófano con el pronóstico de salir al cabo de tres como máximo. A la familia no le quedaban uñas que morder. Algunos parientes ya se habían retirado. Otros habíamos tomado demasiada agua. Para distraer a Santiago habíamos subido y bajado por las escaleras recorriendo toda la clínica por lo menos cuatro veces.

Mi esposa y yo conocimos a un vecino de habitación quien llevaba internado ya más de treinta días por un tratamiento prolongado que lo obligaba a alimentarse por vía endovenosa únicamente, se quedaría aun por un tiempo más. Su esposa hacía poco había dado a luz a su segundo hijo, durante su hospitalización. Una historia que de alguna manera nos consolaba en la espera porque si cuatro horas eran agónicas, más de treinta días y en calidad de paciente quizá era más complicado. Pero la vitalidad de este vecino amigo paciente nos motivó mucho. Su buen deseo y el detalle de una dedicatoria de despedida marcaron el inicio de una amistad que quizá con el tiempo se fortalezca; no corresponde decir qué será de su vida porque el Facebook me lo hace saber diariamente. Un gran abrazo para ti desde acá expandido a toda tu familia (ojalá te enteres de esto).

Bueno, decía que habían pasado más minutos de los previstos. Con mi esposa nos acercábamos constantemente a la puerta de la dimensión desconocida para tratar de conseguir información. Nada. Nadie decía nada. Nadie sabía nada. Y claro, como que la preocupación se acelera en paralelo a los latidos apurados de un corazón impaciente.
En un momento y como si estuviera previsto, la familia hicimos un circulo humano, desordenado. Como cuando un equipo de futbol o un grupo de actores se alista para salir a la cancha o al teatro, así. Quizá sin saberlo pretendíamos urdir un plan de resistencia a malas noticias, una estrategia para tomar el piso cuatro y ya con los rehenes reducidos, exigir novedades. O simplemente el destino nos quería juntos en ese momento. Yo creo que fue esto último, el destino y sus decisiones nos congregó fraternalmente porque algo estaba a punto de suceder.
Ya cuando todos estábamos agrupados sin saber para qué, las famosas puertas se abrieron. Lo que yo vi fue esplendoroso. Las puertas se abrieron de par en par y en cámara lenta. Estoy seguro que vi un haz de luz iluminar dos cuerpos de arriba hacia abajo. Dos figuras antropomorfas vestidas de verde desde la cabeza hasta los pies hacían una salida triunfante. Ambos cirujanos limpiaban sus manos. Sus frentes despedían gotas de sudor, señal de una dura batalla o ardua tarea. Brazos fuertes como de vaqueros asidos a una soga evitando que la bestia los bote en medio del ruedo. Superioridad y garbo, y por qué no, hasta un poco de elegancia. Y dos sonrisas, perfectas y orgullosas, sonrisas que gritaban satisfacción sin haber pronunciado palabra alguna. Ese cuadro destella en mi mente en este momento. Es más, creo que faltaron aplausos. 

Ambos cirujanos en el umbral de las puertas de su mundo salían a decir que todo había sido un éxito. Ello sabían que se encontraron con algo complicado, un reto delicado que les demandó un inmenso esmero durante las cuatro horas y media que no supimos qué pasaba ahí dentro. “Vamos a ver qué encontramos” recordé que uno de ellos me dijo semanas atrás.
Volviendo todos a reaccionar, preguntábamos mil cosas pero ni siquiera entre nosotros nos entendíamos.
Uno de los cirujanos cedió la palabra a su colega dado que éste era el erudito en la técnica practicada, y así nos describió en brevísimas palabras qué había pasado, qué habían hecho y qué debíamos hacer. Por supuesto que la idea era conseguir más información pero, increíblemente no podían darla con precisión porque ambos tenían programada una nueva operación en pocos minutos y debían preparase. Sin embargo el remate del médico fue: “El pecho de su hijo ha quedado bien bonito”, me dio la mano y se fue deseándome tranquilidad. Minutos después Mateo era derivado a UCI. Aun inmerso en la anestesia pero con el rostro de un ángel, pasó por delante de nosotros para empezar a escribir un nuevo libro. 

Son seis meses los que han pasado. Hemos reinventado nuestra familia en todo este tiempo pero no hemos dejado de ser los mismos. Cada uno hemos aprendido algo y nos quedamos con eso en privado para continuar saboreando nuestra experiencia y las enseñanzas que nos deja.

Un hijo es un tesoro invaluable. Es una fortaleza. Un hijo es un desafío a la vulnerabilidad e imaginación. Un hijo es la piedra angular que te estrena como padre. Un hijo te motiva a volar si es necesario. Un hijo jamás te ve débil. Jamás te ve vencido. Un hijo confía en todo lo que le digas. Un hijo te sigue. Mis hijos son las cosas más extraordinarias que le han pasado a mi vida, sin lugar a dudas.

En mi vida, esta vez, me ha tocado autorizar que el corazón de mi hijo se exponga en vivo. Sea expuesto a la intemperie. Sea desprotegido de su natural cavidad y desprovisto de su cuidado propio. Ha sido una decisión sumamente difícil. Entre la duda de pensar qué hacer, si era o no oportuno, si debíamos hacer caso a la primera opinión o no. Cuando todo de pronto se puso cuesta arriba y difícil. Cuando no había manera de cómo organizar a la familia en meses tan aciagos y demás etcéteras, es cuando los hijos te sorprenden.

Santiago, mi hijo menor, en un momento en medio de todas las complicaciones propias de la recuperación de su hermano mayor, que fue difícil por una recaída por neumonía y derrame pleural (imaginemos pues la cicatrización de una herida quirúrgica a pecho abierto versus la contracción, de una fuerte tos por neumonía en un niño de 10 años, durante la noche) en uno de esos tantos días me dijo cogiendo mis cachetes antes de dormir junto con él una noche que Mateo permanecía internado acompañado de mamá, - papá, nosotros cuatro siempre vamos a estar juntos y ser muy felices, ¿ya papá? -. Sí hijo, le prometí.
¿Debo exigirle algo más a la vida, me pregunto? No, ¿no?

Finalmente la cicatriz del pecho de Mateo ha quedado bastante notoria. En su último control su cirujano le recomendó algunas alternativas para persuadir la forma final que ha adoptado la sanación de la herida, pero él dijo no. - Que se quede como está, nomás. Es mi marca y así se queda -. Y el médico, sorprendido, supo reír sin vacilar. 


Me voy  a dormir, éste capítulo ya se cerró. Pero pronto otro se abrirá, estoy seguro.










domingo, 21 de junio de 2015

UNA BARRA POR MIS HIJOS

Cuando era chico respondía que cuando fuera grande sería médico, después piloto, también piloto médico por si alguien  en el avión se enfermara. Ya adolescente me proyectaba siempre como actor, cantante, imitador, director de cine y teatro, etc. Hubo un tiempo también en que aseguraba que sería sacerdote, esto último quizá fue más movido por emoción que por vocación, y claro, nunca se concretó. Sin embargo, dentro de mis aspiraciones de qué ser cuando sea grande hubo una que nunca consideré hasta que me sucedió y de qué manera.

Tenía 26 años cuando fui papá. A los 25 me enteré que lo sería y no de la forma que comúnmente se conoce sino de una variable que fortalece la precisa frase de “padre es quien cría”.
Mateo llegó al mundo una cálida mañana de abril, pero dos semanas antes de su nacimiento en una de los últimos exámenes practicados aun dentro de su piscina amniótica se evidenció que, en vez de un pan bajo el brazo, traía un quiste bajo el hígado. Sí, enfrentábamos entonces el sabor agrio que produce la mezcla de la dulce emoción con la amarga preocupación.

El nacimiento de Mateo fue tan normal como cualquiera por medio de una cesárea que hoy dibuja una sonrisa en la panza de mi esposa y que fue la misma puerta por la que, tres años después, Santiago arribó para terminar de acomodar mi vida.

Al cabo de 6 meses de nacido, Mateo ingresaba por primera vez a una sala de operaciones para extraer el quiste que tenía debajo del hígado. Había aumentado su tamaño muy pronto y no era recomendable esperar más tiempo para operarlo porque podría complicarse el cuadro. No podíamos estar cerca de la intervención y el pronóstico de que todo saldría bien no cesaba el nerviosismo. Luego de una hora Mateo retornaba a su habitación y verlo aun con el efecto de la anestesia, con marcas en sus bracitos de los equipos médicos que tuvo conectados y sus piernitas rolludas no estiradas del todo aun porque no había perdido la costumbre de estar fuera de mamá se convertía en un cuadro sumamente sensible. Debíamos esperar que reaccione y entenderlo sin que él sepa comunicarse. Al despertar parecía que no solo había sido operado sino también reforzado con vitaminas. El llanto que entonó no fue de dolor, fastidio o incomodidad sino de hambre y en escasos diez minutos se terminó dos mamaderas completas de leche para luego ponerse a jugar en su cuna como sí, sorprendentemente, nada hubiera pasado. Tuvieron que retirarle la vía de inmediato y le dieron de alta prácticamente a las horas. Seis meses de nacido y mi campeón ya lleva la marca de 3 incisiones laparoscópicas en su abdomen.

Mateo continúo creciendo y lo hacía de forma desproporcionada a comparación de sus pares. Llamaba mucho la atención en su nido al ser evidentemente más alto que los demás. Visitamos a varios especialistas y recomendaron que use zapatos ortopédicos pero su crecimiento no permitía que estos duren mucho. Este fue el punto de partida que me hizo recordar mi ilusión de niño de qué querer ser cuando fuera grande. El prediagnóstico de su estructura ósea sugirió el síndrome de Marfan. “Investigamos” en internet este nombre y quedamos muy sorprendidos por la complejidad del cuadro. Una serie de condiciones que no hicieron más que incrementar nuestras interrogantes y emociones. Cardiólogo, neumólogo, odontólogo, oftalmólogo, endocrinólogo, traumatólogo y genetista fueron las especialidades por las que hicimos varios tours un tiempo para poder confirmar el Marfan. Finalmente se determinó que no era propiamente Marfan pero sí que tenía toda la condición ósea del síndrome que repercute precisamente en su crecimiento, el diagnóstico fue “hábito marfanoide”.

Mateo tenía 5 años cuando un día visitamos a su pediatra en realidad para una atención de rutina para Santiago. Mientras que el doctor nos hablaba de las vacunas pendientes, Mateo y Santiago jugaban en el piso del consultorio donde una suerte de espacio de esparcimiento los divertía. El doctor nos hablaba pero se distraía constantemente viendo a mis hijos. Interrumpió sus explicaciones y nos preguntó si Mateo siempre tenía esa mirada de pronto perdida o concentrada en un punto específico, dijimos que sí, que comúnmente es así, ¿por? El doctor se reclinó en su silla y dirigiéndose a mi esposa le dijo la frase más dura pero cargada de total honestidad que hoy agradecemos infinitamente haber escuchado: “tu hijo no es normal”. Y nos recomendó a un neurólogo; una nueva especialidad para nuestro tour antes mencionado.
Con el neurólogo salieron una serie de comportamientos a evaluar, comunes en Mateo (y nosotros) pero llamativos para el doctor. Por encargo entonces pasamos con una psicoterapeuta para, luego de varias sesiones de terapias y ejercicios, se compruebe y manifieste la realidad: Síndrome de Asperger, un mundo nuevo al que pertenecemos desde hace de 5 años que tiene su génesis en un paraíso eterno lleno de satisfacciones. Comprendimos con el tiempo que la “anormalidad” a la que se refirió el pediatra de manera inteligentemente oportuna, es maravillosa.

Luego de que Mateo cumpliera los 7 años visitamos nuevamente al pediatra. Habíamos dejado pasar tiempo de ir a verlo porque enterados del Asperger estuvimos inmersos en terapias y dejamos los temas físicos que se tomen unas largas vacaciones. Ese día el doctor le hizo un examen completo a Mateo. Su cara manifestaba extrañeza y las nuestras asombro. Nos dijo entonces que debía pasar por nuevos exámenes porque sentía deformidad en la zona testicular de Mateo. Hechas las pruebas se detectó un quiste en la bolsa testicular que había remplazado al testículo y éste, por eso, no había descendido. Tenía que ser operado nuevamente. Entonces Mateo ya consciente debía tolerar las inyecciones de los exámenes previos, del pre y postoperatorio, etc. Hidalgamente lo hizo. Salió de sala de operaciones, reaccionó, dijo varias incoherencias, sonrió y su apetito fue voraz por el resto de la tarde. Nuevamente me demostraba que el buen ánimo y humor es el mejor relajante y reconstituyente que el propio organismo puede producir.

Pasó más tiempo, Mateo siguió creciendo y siempre sorprendiendo con su peculiar forma de ser. Un día de esos tantos en los que ríe a carcajadas me di cuenta que su dentadura presentaba dientes posicionados en lugares donde no deberían estar (supimos que era producto precisamente de la condición  ósea ya descrita). La odontóloga que desde entonces lo trata manifiesta que son pocos los casos en los que ha tratado una dentadura similar. Le han extraído tres piezas dentales para poder colocarle un aditamento ortopédico que permita el reacomodo de los dientes de forma normal lo que ha contribuido a que dos piezas dentales más se caigan solas. Su sonrisa sigue siendo bella y tiene visos de lograr ser más bonita aun. Mi hijo tiene un  procesador de alimentos incorporado a las encías y considerarlo así lo divierte.

Una tarde de invierno del año pasado Mateo llegó agotado del colegio. Tenía dolor en el estómago, había vomitado, se sentía decaído y, lo más extraño, no tenía apetito. Descansó el resto de la tarde pero amaneció con las mismas condiciones y mucho dolor. Fungiendo de médico de emergencia hice unas pruebas que conocía hicieron conmigo cuando también tenía 9 años y lo llevamos una vez más a la clínica. Esa misma noche y con una carita que no le permitía disimular el dolor que sentía, Mateo entraba por tercera vez a una sala de operaciones para que retiren el apéndice de su organismo porque había llegado a su fecha de vencimiento. Fuimos a verlo cuando despertaba. Nos dejaron pasar solo un momento y uno por uno, primero mamá y luego yo. Cuando estuve con él sus ojitos estaban cerrados. Dormía el mejor de los sueños, manifestaba la mejor de las calmas, transmitía la paz que tanta falta le hace al mundo. Acaricié su frente y me acerqué lentamente a darle un beso. “Eres la valentía hecha niño”, le dije, y verlo indefenso me quebró. Volví a besar su frente y abrió un ojo, no los dos, sólo uno. Me miró, me sonrió y con una voz muy tenue me dijo que tenía sueño. Duerme hijo, le dije, descansa, ya te operaron. ¿Ya?, me preguntó. Sí, le dije, ya te operaron, de acá hasta la próxima. ¡Yeeee!, dijo él con suma debilidad y volvió a dormir.

Durante este último verano Mateo enfermó de un resfrió que se le complicó. En casa no pudimos curarlo y lo llevamos por emergencia a la clínica. El doctor pidió unas placas y al verlas a contraluz observó algo más allá que unos pulmones y bronquios congestionados. Producto de la condición ósea Mateo tiene el tórax hundido. A esta característica se le conoce como pectus excavatum. Cinco años antes nos habían dicho que no era necesario operarlo salvo sea por una necesidad meramente estética. Sin embargo las cosas aparentemente habían cambiado. El doctor veía las placas y nos hizo un nuevo tour por varias especialidades donde la última parada debía ser un cirujano de tórax. Las placas demostraron que, producto del hundimiento del tórax, el corazón se había desplazado a un lado presionando al pulmón reduciendo su capacidad; esto desencadenaba las complicaciones por cada resfrío común que presenta siempre: la poca capacidad pulmonar que tiene en uno de sus pulmones.

Mateo será operado pronto de nuevo. Ingresará otra vez a una sala de cirugía para afrontar quizá la más compleja intervención hasta ahora considerando que es la cuarta. Colocarán una barra de acero quirúrgico entre su corazón y tórax que irá literalmente atornillada a las costillas y ejercerá tal presión permitiendo que la excavación ósea de su pecho se pronuncie hacia afuera de manera que el corazón, poco a poco, retorne a su lugar habitual y el pulmón recupere completamente su capacidad. Permanecerá con esta barra por espacio de dos años aproximadamente y luego deberá ser retirada. En la reunión con el cirujano, donde Mateo estuvo presente, se conversó de absolutamente todo: riesgos, consecuencias, malestares, etc. ¿Habrá dolor? Mucho, dijo el doctor, al cabo de la operación y por lo menos por un mes y medio o dos el dolor será fuerte y tendrá que ser atenuado con muchos analgésicos. Luego de esta etapa puede desarrollar su vida con normalidad. El dolor deriva precisamente de la barra que debe acostumbrarse al organismo, o viceversa, considerando que ya al momento de su colocación empuja considerablemente el tórax para impedir siga creciendo hacia adentro y a esto debe sumársele los ejercicios de respiración para que el pulmón se acostumbre a su nueva capacidad y desplace o retorne al corazón a su ubicación regular. A esta técnica médica moderna se le denomina La Barra de Nuss. 

Mateo quiere ser operado. Le encantan las clínicas. Le encanta estar internado. Le encanta que las enfermeras lo engrían, se avergüenza cuando lo bañan. Le fascina la merienda de la clínica, espera ansioso la hora del desayuno, almuerzo y cena. Le divierte que la nutricionista evolucione con las dietas de líquida a blanda y de blanda a “ya puedes comer de todo”.
Sabe que la operación es compleja y con consecuencias de dolor pero ha encontrado motivación porque pronto en la playa podrá mostrar un pecho nuevo, porque podrá respirar mejor y porque, además, dice que la fuente de poder de Ironman está en su pecho y él siente que tiene la misma fuerza.

¿Qué más le pido a la vida entonces?, si cuando me hizo papá me dio a un niño con un coctel de situaciones que no hacen más que hacerme fuerte (no tanto como Ironman, claro) y agradecido con tener en mis manos al hijo más valiente que existe. Al hijo que me enseña con simpleza que la vida se disfruta. Al hijo que cuenta ya los días para entrar nuevamente a un quirófano y ponerse a prueba de que el dolor no existe, y que sí lo siente, lo controlará como las dos veces que a la fecha se ha abierto la cabeza y han tenido que ponerle puntos porque claro, es un niño.

Decía al inicio que Santiago, mi hijo menor, llegó el año 2008 para terminar de acomodar mi vida, y así fue. Santiago es un complemento perfecto. Es el punto seguido de mi vida desde que fui papá. Noble, único, cariñoso, palomilla como él solo pero, lo más sorprendente y que no ha necesitado ni por fuerza ni por orden de papá y mamá, es que es un fiel cuidador y admirador de su hermano mayor y a sus cortos 7 añitos, un ejemplo para mi familia. Ejemplo de tenacidad, extraordinario sentido del humor y de capacidad de que todo el amor que tiene en sí repartirlo equitativamente a todos y seguir produciendo más porque, si Mateo irradia Paz, Santiago irradia Amor.

La otra noche le pedí a Santiago que haga un dibujo de la familia. Cogió sus colores y nos dibujó a todos sonrientes. Y peculiarmente dibujó en Mateo la barra de Nuss que pronto le insertarán. Para mí es una obra de arte que comparto con todos, porque así es mi familia.  


No tengo más que pedirle a la vida, lo tengo todo desde que soy Papá. 

  

viernes, 5 de julio de 2013

LA FIESTA DE MI MUERTE

Estoy echado en mi cama. Dormido. Siento frío, un frío que se estaciona en mis piernas y resfría mis huesos. La paz de la noche acompaña mi cansancio y estoy tranquilo. Sueño con mi vida que veo pasar en fotografías. Cada momento es una felicidad e incluso las fotos tristes me producen una sonrisa, porque fueron momentos necesarios que ya sucedieron y ahora son anécdotas. Mi cama es cómoda, mi reposo es relajado. Hay comodidad y me he acostumbrado a mis dolores. Puedo descansar con toda tranquilidad. Dormido puedo recordar muchas cosas a través de mi mente que se dedica a divagar. Ahora mi sueño es profundo. Son las cuatro de la madrugada, tengo 83 años y acabo de morir.

Ya amaneció, mi hijo, con quien vivo desde hace mucho, entra a mi cuarto. Viejo, me dice, hora de despertar. Yo lo escucho pero no me muevo. Él se acerca a mí. Coge mi frente para conocer si la fiebre se ha presentado de nuevo pero me siente frío, muy frío. Coloca sus dedos en mis labios y los siente secos. Acerca su cabeza a mi pecho y trata de escuchar mi corazón que horas antes decidió dormirse también. Me mira y con mucho cuidado me da un beso en la frente. Su beso tarda en terminar como cuando yo lo besaba antes de acostarlo cuando niño. Coge mis manos, las siente frías como el resto de mi cuerpo. Me da la mano como despidiéndose de mí y sale de mi cuarto. Escucho que hace una llamada y avisa que he muerto. Que ya dejé de vivir. Dejo caer una última lágrima, aquella que contuve antes de acostarme porque no quería que nadie entendiera que ya me estaba despidiendo.

En la sala de la casa de mi hijo han colocado un cajón, dentro del cajón estoy yo. Acicalado y buenmozo. Mejorado. Muchos pasan a verme. Al verme ríen y al reír lloran y se disculpan conmigo porque saben que tienen prohibido llorar, se los pedí en vida. No quiero lágrimas en mi velorio, quiero risas. Quiero que todos los que vayan a verme cuando descanse dentro de una caja de madera, rían, se diviertan. Se diviertan de la misma manera que yo me divertía cuando nos reuníamos entre amigos y con la familia. Es por es que en mi frente hay un letrerito pegado que dice "No olvides sonreír, te estoy filmando". Ninguno de los presentes lleva una sola prenda negra, mucho menos visten terno o vestido, lo prohibí también. Vengan con jean y zapatillas, lo más cómodo que puedan. Vengan como si fuéramos a ver un partido de fútbol deseando que por fin vayamos al mundial... y traigan ese mismo ánimo así sea la fiesta de mi muerte. Traigan cerveza si quieren... no me opongo.

Acaba de llegar mi otro hijo, el mayor. Se acerca. Estoy con mucha expectativa de conocer su reacción. Me mira, quisiera romper el vidrio que nos separa para poder abrazarlo, darle un beso y decirle que nunca en toda mi vida dejé un solo segundo de estar orgulloso de él. Que él y su hermano son lo mejor que me pudo pasar en mi vida y en mi eternidad donde quiera que me vaya a partir de ahora. Santiago le pregunta a Mateo si trajo lo que le pidió. Mateo saca de su maletín el famoso disco que yo escuchaba en casa cuando ellos eran chicos y la bailábamos juntos como orates. Anuncia a los invitados que a pedido de papá va a poner las canciones que quería se escuchen cuando este día llegara. Y comienza a sonar en el equipo una serie de cumbias famosas de los años 2005 al 2015... todos entienden el mensaje, esto es una fiesta.

Ya los oigo conversar a todos, divertidos, recordándome. Amigos míos de siempre. Viejos también lógicamente a quienes me adelanté pero pronto veré. Sus hijos, mis nietos y sobrinos. Mis hermanos y el recuerdo imborrable de mis padres. Todo se vuelve un tema de conversación en homenaje a este anciano que yace dentro de un cajón satisfecho de estar muerto pero capaz de mantener a todos contentos. A eso me dediqué en mi vida. Si lo demás lo hice bien o no, es juicio absoluto de quien estuvo a mi lado. No es momento de analizar mis logros porque no me corresponde. Simplemente en mi vida siempre me satisfizo ser feliz. En todos mis momentos sencillos y complicados siempre hubo espacio para reír y hacer reír por eso celebro ahora la fiesta de mi muerte. Haber muerto no es otra cosa que dejar vivo mi recuerdo y descansar en paz.
 
Los invitados se sirven algunos bocaditos que mi hijo, como estupendo anfitrión, ofrece. No café a pesar del frío, sino otro tipo de compartir. Algo dinámico y rápido, sin mucha ceremonia. Ya si difícil fue vivir y salir adelante, sencillo tiene que ser morir y punto.
 
Ahora las risas se han vuelto un coro que resuena en la sala de la casa de mi hijo quien nos albergó a mamá y a mí tantos años. Los rostros siguen pasando por mi ventana, se ríen al leer el cartelito. Me llaman loco como siempre me llamaron. Pasan y les divierto por última vez. Yo me regocijo porque a pesar de que no respiro siento que aliento a mantener una sonrisa en cada rostro que se aproxima a decirme adiós por última vez.
 
Este es el significado de descansar en paz. Para qué gastar pena, para qué dar paso a la lástima si eso lo que hace es enturbiar el ambiente. Al contrario, ¡rían carajo!, ¡rían y celebremos la vida y el final de ésta! Si sé que fui una buena persona entonces recuérdame así. Es curioso: muchas veces al morir alguien los demás quejan su partida diciendo "pero si era tan bueno", ¿y qué acaso aquellos que son muy buenos no tienen derecho de morir porque ya no pueden vivir más su prolongada vejez? En fin, sigo recordando, sigo pensando, sigo divagando. Cada momento intenso de mis años de vida los tengo resumidos en mi mente. Pero sí, ya quería descansar. Necesitaba "estirar las piernas" y quedarme dormidito. Estaba cansado.
 
De pronto una mano toca el vidrio de mi cajón. Los dedos extendidos me permiten ver una mano delgada y anciana. En el dedo anular no lleva un aro, lleva un símbolo, lleva una señal. Lleva un compromiso que reconozco de inmediato porque en mi dedo anular de la mano derecha llevo yo el mismo símbolo, la otra mitad del amor más puro, infinito y eterno que pudimos construir. Ella es la única que tiene permitido llorar porque me pidió que no le prohíba despedirse de mí con la pena que la embargaría. Sus lágrimas empañan mi visión. Acordamos que quien deba llorar la muerte de quien parta primero cantaría la canción que ella inventó cuando éramos enamorados. Ella comienza a cantarla y yo me quiebro. Ella es la única capaz de sensibilizarme de tal manera hasta el punto de manipular las fibras más débiles de mi fortaleza. "... ♫ yo te amo mucho muchito muchote ♪..." sigue cantando ella. Aquella canción que sólo ambos conocemos y que ella misma inventó inspirada en nuestro indestructible amor y que la primer vez que la cantó a mi oído supe que había llegado al puerto del que nunca más zarparía solo y que desde ese momento, vaya a donde vaya, ella iría conmigo de la mano... hasta este momento. No demores en reencontrarte conmigo por favor, siempre voy a necesitar de ti.
 
Los amigos y familia se van, la casa queda sola. En una silla a lado de mí está sentada mi esposa y se mantiene atenta a que todo marche como lo pedí. Estoy seguro que está ahí "por si necesito algo", no me cabe la menor duda que pese a estar yo dentro del más placentero descanso, ella está preocupada por mí, porque siempre lo estuvo y porque siempre me acostumbró a eso. A toda la familia nos acostumbró a su cuidado. Por eso insisto, no demores.
Ahora coordinan los preparativos para mi cremación que será a la mañana siguiente y el destino de mis cenizas finales será decisión total y absoluta de mis hijos. Y claro, no deben olvidar que antes de eso, mientras esperen que me vuelva polvo puro, la fiesta debe continuar. Porque morir es el último homenaje a vivir.
 
Moraleja.- Léase, entiéndase, cúmplase... he dejado en éstas líneas el deseo de cómo quiero que sea mi último día vivo y mi primer día muerto.  



viernes, 14 de junio de 2013

PAPITO TAC

 LUNES 11 JUNIO DE 1984 (5 días antes de la actuación del Día del Padre) 
- A ver Franco ven, cuéntame, ¿qué has preparado para el día del padre en el nido?
- No puedo decirte, mamá. Es sorpresa.
- Pero cuéntame pues, yo no voy a decir nada a nadie.
- Mamá, es que no puedo pues. Si te cuento ya no es sorpresa.
- Pero la sorpresa es para papá, no para mí. Cuéntame pues.
- No pues.
- Corazón, cuéntame y que quede entre nosotros.
- Mmmmm, ya está bien, te voy a contar. Le voy a recetar una policía.
- ¿¿¿Qué???
- Le voy a recetar una policía a papá.
- A ver hijo, "recétame la policía" a mí primero.
- No mamá, ya te dije qué voy a hacer pero nada más.
- Pero un poquito pues hijito, para saber cómo es.
- Ya... está bien, está bien. Pero no le vayas a contar a papá porque es sorpresa.
- No, no. Claro que no. No voy a decir nada.
- Ya, pero sólo te voy a decir una partecita.
- Ya, no importa.
- Ya, ya sé, te voy a decir como empieza, pero bajito porque es un secreto.
- ¡Ya!... A ver dime.
- "Papito Tac..."
- ¿Qué cosa?
- "Papito Tac..."... y ya, nada más te voy a decir.
- Pero qué cosa es Papito Tac pues, no entiendo.
- No vale pues mamá. Sólo te puedo decir eso, así empieza: "Papito Tac..."
- Ya pues, un poquito más, ¿qué sigue?
- No mamá, nada más te puedo decir. Así empieza la policía y ya no me preguntes más.
 
MIERCOLES 13 DE JUNIO DE 1984 (3 días antes de la actuación del Día de Padre)
- Corazón, ven...
- ¿Qué?
- Dime pues... un poquito más de la poesía
- ¡Mamá, la señorita ha dicho que no podemos decir nada!
- Pero qué significa Papito Tac pues.
- Papito Tac pues mamá... así empieza. No te voy a decir más.
 
VIERNES 15 DE JUNIO DE 1984 (1 días antes de la actuación del Día del Padre)
- Franco, hijo, ¿ya me puedes decir un poquito más de la poesía?
- No.
 
SÁBADO 16 DE JUNIO DE 1984 (día de la actuación del Día del Padre)
- Buenos días papitos. Gracias por venir a la actuación que sus hijos han preparado con tanto cariño para ustedes. Estamos muy contentos que todos hayan venido a verlos. Como primer número vamos a presentar al niñito Franquito Benavides quien va a recitar una hermosa poesía por el Día del Padre. Él se ha preparado mucho para este momento así es que vamos a recibirlo con un fuerte aplauso.
 
(pasa el niño al centro del escenario vistiendo su mandil de cuadritos verdes y blancos y una enorme corbata michi amarrada al cuello)
 
- ¡¡¡PAPITO TAC...!!!
- Shhh, no Franquito, no tan fuerte.
- ¡¡¡PERO USTED ME DIJO BIEN FUERTE!!!...
 
...¡¡¡PAPITO TAC MIRO,
POR BUENO E ILEAL
POR NO QUE NOS QUIERES
A MÍ Y A MI MAMÁ
Y A MIS HERMANITOS
TE ADORO, PAPÁ!!!

Es así como recuerdo, y la familia recordamos, esta inolvidable actuación en mi nido cuando tenía 5 años. Toda la semana mamá queriendo conocer el contenido de la elaborada poesía y yo resistiendo toda tentación para guardar la exclusividad de mi predica sólo para papá. Tal como la había aprendido y a insistencia de mamá efectivamente sólo le dije el principio: "Papito Tac" que nunca entendió sino hasta el día del estreno en que comprendió que Papito Tac Miro, en realidad era Papito Te Admiro...  y otras correcciones necesarias como lo de "Ileal" y "Por no que nos quieres".
La poesía original y descifrada realmente va así:

¡PAPITO TE ADMIRO
POR BUENO Y LEAL
POR LO QUE NOS QUIERES
A MÍ Y A MI MAMÁ
Y A MIS HERMANITOS
TE ADORO PAPÁ!
 
 
Papá, quiero pedirte un enorme favor. Es difícil lo que tengo que pedirte porque quizá te comprometa a algo que no puedas cumplir, sin embargo, como siempre, sé que harás todo por conseguirlo porque siempre has sido capaz de solucionar mis dudas. Siempre has tenido la habilidad únicamente tuya de tener desde el corazón y la mente la palabra correcta y precisa, la rectitud inteligente y prudente y el abrazo afectivo y certero que he encontrado cuando he necesitado. 
Papá, antes de pedirte mi favor quiero que sepas, o mejor dicho, nunca olvides lo mucho que te admiro. Quizá cometo el error de no decírtelo pero sé que lo sabes porque sabes lo que has hecho para prepararnos para esta vida. Hoy soy alguien gracias a ti y ese alguien que soy es sumamente feliz también por ti.
Papá, algo hermoso que hoy tienes son las lágrimas de tus sinceras emociones, eso me conmueve porque me enseñas que ahora vives para disfrutar lo que has logrado cuando debías ser fuerte como un roble. Hoy te quiebras al expresar tus sentimientos porque ves el resultado de una vida genial dedicada a ser siempre ejemplo, siempre sabio y siempre padre. 
Papá, quiero pedirte un favor pese a ser yo quien deba estar ahora al pendiente de ti más a menudo. ¿Sabes?, siento que hemos creado un código muy particular. Tenemos la oportunidad bendita de pasarla bien simplemente. Te cuento mis cosas, las difíciles y las alegres; felizmente son más las alegres que las difíciles y eso es bueno porque te permito disfrutar más y me permite también disfrutarte. Me escuchas con atención. Te alegra escucharme, te ríes, te enojas, me reprendes pero volvemos a reír. Siento que ves en mí tu continuidad y me siento orgulloso por eso pero con la responsabilidad de seguir haciendo las cosas inteligentemente para algún día llegar a ser como tú.
Papá, cuando nos tomamos una cerveza y conversamos y conversamos y conversamos, siento que el tiempo se detiene pero como no es así, quisiera entonces que se detenga para seguir conversando para aprovechar la carcajada tan necesaria que siempre encontramos. Eso me encanta. Sentarme a tu lado, tomarnos una chela. Hablar de nada y entenderlo todo. Entender que te sigo admirando desde que me hablas de ti. 
Papá, eres extraordinario, no olvides eso nunca. No es soberbia que lo sepas sin que lo mencione, al contrario, es orgullo, sano orgullo y bien merecido.
Papá, gracias también por no envejecer y tener la misma edad que tengo yo cuando necesito de ti, eso es impresionante.
Papa, quiero pedirte un enorme favor... por favor nunca me hagas falta.  

Moraleja: "Papito tac miro"... desde siempre y por siempre. ¡Feliz Día!

viernes, 7 de junio de 2013

NO TE METAS EN HUEVADAS, BENAVIDES

Es domingo. Un niño camina por la calle, va de la mano de su mamá. Lo miro, lo conozco. Él me mira, reconoce y me saluda sonriente. Yo correspondo su saludo. Él sigue su camino y dejo de verlo. Se va.
Al domingo siguiente pasa lo mismo: pasa por la misma calle llevado por su madre. Nos miramos y nos saludamos tímidamente. Él es un niño y yo tengo su misma edad. Siempre me sonríe.
Y así muchos domingos sucedió lo mismo. Con papá íbamos a hacer las compras los fines de semana cuando éramos niños y siempre veía a un amigo del colegio pasar de la mano de su mamá. Nos saludábamos con cierta complicidad sintiendo que era divertido vernos en días ajenos al colegio sin el típico uniforme sino en ropa de calle. Los lunes que nos veíamos en el colegio el código era distinto ya sea por confianza o por dominio del espacio donde estábamos. Pero al siguiente domingo sucedía lo mismo, su sonrisa, su andar ligero, su saludo cálido y mi reciprocidad. Un amigo del colegio, niño. Su imagen siempre me ha acompañado y ahora que tengo hijos pequeños pero que crecen, pienso en él y sé que no puedo perderlos ni un solo segundo de vista y que mi atención debe estar no tan cerca que los oprima pero tampoco tan lejos como para que no la perciban.
 
Pasaron muchos años desde esos domingos en que me saludaba con mi amigo en la calle sin que nadie se diera cuenta. La etapa escolar terminó, yo no culminé secundaria en el mismo colegio que él y bueno, simplemente cada uno hizo su vida. Pasaron muchos años. 
Una tarde fría de invierno salí a jugar frontón con unos amigos del barrio. Este deporte se había convertido en mi favorito y lo practicaba con mucha frecuencia. Era toda la tarde darle a la paleta en torneos inventados por el grupo pero que nos divertían e incluso nos mantenía en cierta forma. Siempre había un rival a quien era difícil ganarle y a quien con facilidad podía vencer. Esa tarde, a mitad de juego vi a lo lejos a dos personas que nos miraban, ellos no eran del vecindario. Me di cuenta porque vivía en un conjunto habitacional relativamente pequeño lo que permitía conocer a casi todos los chicos de ahí. El hecho es que estas dos personas nos miraban y cuando mi juego terminó me di cuenta que a quien miraban era a mí directamente. Eso llamó mi atención porque era raro que sucediera. Quise restarle importancia pero no fue sencillo porque cuando me despedí y fui caminando hacia mi casa estas dos personas me siguieron.
 
De la cancha de frontón a la puerta del edificio donde yo vivía no había mucha distancia por lo que mi andar fue tranquilo pese a sentir que me respiraban en el hombro. Fue muy extraño. Al doblar una esquina uno de ellos me llamó por mi apellido. Al escucharlo me detuve y miré hacia atrás. Uno de ellos se me acercó y me tendió su mano (el otro muchacho se quedó unos pasos atrás), por un reflejo rápido correspondí el saludo. Lo miré y no lo reconocí. ¿No te acuerdas de mí, Benavides? me dijo y yo sonriendo le dije que no. Eso hizo que él sonriera y de inmediato mi mente, en retrospectiva, viajó años atrás a esos domingos en donde un niño caminada de la mano de su mamá y al verme sonreía y me hacía adiós con la mano mientras continuaba su andar. Era mi amigo del colegio, sí, él mismo. Hola, le dije, y me detuve a ver su rostro. Su mirada era esquiva y perdida, su gesto mustio. Sus labios parecían callos y su aspecto era turbio, descuidado y sucio. ¿Qué haces acá?, le pregunté y me dijo que estaba paseando y al pasar me había reconocido y se había acercado a saludarme. No podía distraerme de su aspecto. Sus dientes eran amarillos, algunos de ellos picados. Lo pude notar en su sonrisa que no era feliz como cuando niño sino tétrica y sin emoción. Sus ojos parecían encendidos por detrás con luces rojas y los lacrimales eran ennegrecidos. Sus uñas tenían un color amarillento extraño y la piel de sus manos eran ásperas como la lija, así lo noté cuando nos saludamos. Su olor corporal no era nada agradable. Me llamó mucho la atención verlo así porque antes de esta vez su imagen era totalmente inocente e infantil como la de todos los domingos por la mañana.
 
Me preguntó acerca de mi vida, le dije que estaba trabajando en un restaurante de comida rápida. ¡Qué bacán!, me dijo y reía con torpeza y exageradamente mirando a los lados como si lo estuvieran persiguiendo. Fuimos caminando hacia el malecón que quedaba a pocos metros de ahí. Su acompañante siempre se mantenía a distancia de él. Ya en el malecón sacó de su bolsillo un cigarro de marihuana, lo prendió y comenzó a fumar como si se tratara de su último porro. El olor particular de la marihuana convirtiéndose en ceniza era sumamente desagradable. Quería irme pero la situación me permitía pensar que quería decirme algo importante porque se le veía impaciente y apurado. Tan apurado que terminó en diez pitadas su cigarro artesanal y me dijo que estaba buscando a una persona y que de lejos me había reconocido y por eso se me acercó. Esto último lo repitió varias veces y cada vez con la misma entonación, cada vez como si fuera la primera que lo decía. Exageradamente emocionado. De pronto con una seña con los dedos le pasó la voz a su compañero y le hizo el gesto de que le entregara algo. Yo no entendía nada y sentía incomodidad por toda esta situación. La otra persona saltó el malecón, se agachó a lado de la maleza y recogió una bolsa plástica. En ella habían cinco envoltorios de cocaína. Se los pasó a mi amigo, abrió uno de ellos y aspiró el contenido con mucha destreza. Miró al cielo, gritó. Sonrió aún más. Me miró y me ofreció un envoltorio. Le dije que no. Me dijo que me respetaba por eso. Se despidió de mí y se fue. Se despidió con una palmada en mi espalda diciendo: ¡no te metas en huevadas, Benavides!. Y nunca más volví a verlo. Lo último que escuché al irse fue el sonido de sus zapatillas arrastradas por la vereda.
 
Este episodio extraño en mi vida me sirvió para darme cuenta, a los 16 años, en esa edad en la que creemos dominar el mundo porque nos sentimos dueños de la verdad, lo destructiva, maldita y asesina que puede ser la droga en sus más conocidas manifestaciones. Lo suicida que puede ser probarla y depender de ella. Esa imagen hasta el día de hoy me duele porque de un momento a otro el destino me permitió ver el antes muy antes y el después desgarrador de un consumidor de droga. ¿Qué pasó en su vida para que terminará o anduviera de esa manera?, jamás lo sabré. Yo ya pasé la prueba. Puedo decir con todo derecho y convicción que nunca en mi vida he probado alguna tipo de droga de esta naturaleza. He fumado cigarros de nicotina, sí, bastante en una época determinada de mi juventud hasta un día que mi hijo mayor, en ese entonces de tres años, me dijo que no lo haga porque me iba a hacer daño a los "plumones". Muchas veces me pregunté si no debí hacer algo cuando tuve a mi amigo en frente y en esas condiciones... pero ni modo. No lo hice y para ser sincero probablemente no hubiera trascendido en nada mi intención.
 
Hoy tengo dos hijos pequeños que pronto asumirán la vida como suya en el sentido adolescente del término. Ellos vivirán su libertad sobre la base de la educación familiar que reciban pero las tentaciones, la búsqueda, la experiencia y todo lo que la calle les presente siempre estará ahí. Ellos tendrán que elegir, tomarán la decisión más interesante, seleccionarán sus opciones hasta llegar a sus propias conclusiones. Aprenderán, caerán y se levantarán. Recurrirán a mí o a mamá si así lo ven necesario o reprimirán sus frustraciones. Tendré que estar muy atento a eso. Pero finalmente serán ellos mismos y su propia autenticidad porque llegará el momento en que dejarán de depender de mí y caminarán solos desarrollando sus vidas a partir de cómo la conocen. Y yo estaré, desde la ventana de mi casa, despidiéndolos desde lejos, sonriendo mutuamente como lo hacía con mi amigo esos domingos de antaño pero añadiendo a mi felicidad el deseo de que nunca les pase a ellos lo que a amigo le pasó e irónicamente diciéndoles, no se metan en huevadas, par de Benavides.
 
Moraleja.- Tenemos una sola vida, no perdamos la oportunidad de vivirla bien.

sábado, 18 de mayo de 2013

¡SI NO ES AHORA, CUÁNDO!

-¡No podemos!-, le dije a mi esposa cuando sugirió una vacaciones fuera del país. Pero ella insistió. Persuadió mis negativas respuestas porque se daba cuenta que demoraba en elaborar mis argumentos. Ella, con ese poder de convencimiento innato, mantuvo la firmeza de su posición por varios días más. Mis evasivas no la doblegaron y en cada presentación de lo que serían nuestras vacaciones incluía nuevas alternativas de diversión y merecimiento de esa experiencia.

Básicamente yo dije que no porque me parece imposible tomar una decisión tan importante de un momento a otro y como por arte de magia hacer que las cosas sucedan. Me costaba entender que para ella sea tan sencillo y para mí no lo fuera.

Cada que hablábamos del tema escuchaba una caja registradora en mi mente que me llevaba a pensar en el costo de una decisión de esa naturaleza. No somos dos, somos cuatro, Y vacaciones para cuatro fuera del país tiene un costo que debe pensarse con anticipación, organización y mucha sutileza.

Sin embargo, con astucia y perspicacia mi esposa dijo algo muy cierto y sabio y, pese a que lo dijo gritando y con un rodillo en la mano porque ya estaba perdiendo la paciencia, mencionó: -¡¡¡Si no es ahora, cuándo, huevón!!!- Lo medité un momento pero igual volví a negarme pero ya con duda y la duda lleva a pensar nuevamente las cosas. "Si no es ahora, cuándo" Tenía lógica. Mi certeza me decía que efectivamente no podía ser ahora pero el "cuándo" tampoco tenía respuesta. No hay forma de responder a un "cuándo" cuando se menciona en el contexto sabio que ella lo hizo. No se nace para responder esa pregunta porque precisamente te lleva a concentrarte que si únicamente piensas en el "cuándo" el "ahora" se pierde y el "ahora" solo vive el tiempo que uno demora en mencionarlo. Luego pasa a ser otro "ahora" y así sucesivamente. Una frase tan sencilla como esa de pronto me taladró por varias semanas acompañadas de mensajes de texto y llamadas relámpagos en donde sólo escuchaba o leía "por favor, por favor, por favor". Debo admitir que esto me dio cierto poder. Porque en mí recaía toda la responsabilidad de completar una alegría absoluta o simplemente mantenerme en la rutina de vacaciones en casa con uno u otro pequeño paseo al Parque de Las Leyendas a ver a los mismos leones y elefantes de siempre.

Una tarde, en el trabajo recibí un correo enviado por mi esposa, obvio, donde únicamente me ponía la web donde podía conseguir los pasajes. Los precios ya los habíamos visto varias veces en casa y verlo era lo que decidía más aún mi negación. Aproveché cinco minutos y entré a la página web e ingresé el registro de cuatro pasajes a Panamá para mi esposa, mis hijos y yo. Faltaba darle click a la compra y todo estaría consumado. Vi la imagen del avión, los mensajes alusivos al servicio, la cifra total de los boletos y... y... y volví a decir que no. Cerré la página y continué trabajando.

Pasaron 10 minutos y volví a ingresar, puse nuevamente los datos. Dejé la página lista para hacer la compra. Me fui a hacer pichi... fue la pichi más larga de mi vida. Regresé a mi sitio. Tomé un poco de Inca Kola que nunca falta en mi escritorio. Solté un eructo sutil y me senté frente a frente al computador. Imaginé la cara de mi esposa y mis hijos. Conté del uno al diez y del diez al uno unas diez veces. Rasqué mi barbilla, acomodé mi corbata, ordené mis lapiceros, sorbí un poco más de gaseosa, revisé unos papeles, di click  a "completar su compra", me reí, abrí mi cajón, saqué un caramelo cocoroco, lo chupé con ganas de calmar los nervios, vi la pantalla, salió un número para hacer una llamada. Me paré de mi silla, estiré mis brazos. Miré a todos lados. Llamé. Me pellizqué el poto mientras timbraba. Una señorita contestó. Colgué. Volví a llamar. Volvieron a contestar. La misma señorita me dio unas explicaciones y me pidió algunos datos . Yo decía ya ya ya ya como si estuviera hipnotizado por Tony Kamo, ya ya ya ya, sí sí sí. Ella colgó, yo colgué. Terminé mi gaseosa, fui a hacer más pichi y cuando regresé había llegado a mi correo la confirmación de la compra de 4 pasajes a Panamá, 2 adultos y 2 niños. De pronto el "cuándo" se volvió "ahora" y ya era una realidad. Las vacaciones estaban programadas. Nos vamos de viaje. Copié y pegué en un correo electrónico la confirmación del viaje y se lo mandé a mi esposa. Le puse, "Para ti de mí" y listo.

Desde ese momento he conocido una nueva sensación de lo que es la felicidad mezclada con la adrenalina, la expectativa y la emoción. Mis hijos no caben en su pellejo. Todos los días hablan de algo que ni siquiera pueden imaginar como es viajar en avión. Debe ser extraordinario viajar en avión cuando uno es niño. La primera vez que yo me subí a un avión fue a los 16 años. Pero a los 8 o a los 4 el espíritu de aventura debe ser distinto.

El dinero no compra ni siquiera una yapa de felicidad, no. La felicidad se vive en la magnitud que uno elige vivirla aprovechando lo que tiene a su alrededor para conseguirla. Mientras haya salud uno debe arriesgar en divertirse y conocer todo lo que la vida te permita.

En la sala de mi casa están ya las maletas listas de nuestro primer viaje familiar, sí, primer viaje. Todo, para variar, ya está organizado como solo sabe hacerlo quien tanto me insistió en tomar esta gran decisión. Nuestro vuelo sale a las 5 de la mañana y estaremos viviendo una experiencia, aprovechando la gentileza de extraordinarios amigos, de una semana que será eterna e inolvidable.

Sigo sin poder creer lo que estamos a punto de vivir. Muchos podrían decir que tan solo es un viaje y estoy exagerando. Yo respondo que no, que todo lo contrario. Que soy una persona emocional y las emociones me llenan de júbilo y eso me lleva a compartirlo como me gusta hacerlo. Tengo la certeza que viviendo plenamente y haciendo a los tuyos feliz contribuyes con tu propia alegría y hoy en día, que tanta falta hace reconocernos seres humanos de un mundo feliz, ser un huevón que camina y sonríe por la calle, honestamente, me llena de más júbilo.

Gracias, mi amor, por insistir... nos vamos porque nos vamos y punto.

Moraleja: Vive el AHORA y no dejes que el CUÁNDO te viva.

    

viernes, 19 de abril de 2013

HOY ESCRIBO ACERCA DE NADA

Escribir acerca de nada, eso intento. Y es que la falta de inspiración a veces inspira. Es como pensar en todo a la vez y decírselo al mundo cuando sabes que nadie escucha. Como un momento de desierto y de reflexión que te permite ver desde adentro en qué etapa de tu vida estás y cómo la estás viviendo. Pensar en nada y en todo a la vez te cuestiona porque hay preguntas que nunca llegan a tener respuesta pero te quedas con aquellas que sí logras responder. He decidido, esta vez, dejar que las palabras fluyan mientras pienso, mientras divago. Y eso es bueno, porque de pronto me imagino en una isla descansando bajo una palmera frente a un inmenso mar azul y eso me relaja. Ahora estoy sobre un caballo cabalgando a todo galope por un bosque y mi sensación es de aventura. Veo a lado y contemplo a mi esposa dormir y siento ternura porque, impresionantemente, duerme sonriendo. Mis hijos duermen en sus cuartos y sus pequeños ronquidos me mantienen alerta. Para ellos soy divertido y eso permite sentirme un héroe.

Durante los últimos días busqué en mi mente un tema del cual escribir y no lo hallé, eso me turbó porque sentí que estaba comenzando a carecer de historias y relatos. No sé si esto le ocurra a menudo a quienes tienen por hobbie jugar con las ideas y plasmarlas en escritos pero sí, admito que me incomodó. Pero como siempre las propias ocurrencias son capaces de sorprendernos, decidí entonces escribir acerca de lo que salga en el momento. Incluso de nada se puede hablar porque nada es un tema que se permite discutir.

He mencionado la palabra "semana" cuando digo que estuve pensando de qué escribir y ahora encuentro un motivo. Esta semana empezó liviana pero ha terminado desordenada. Las últimas tardes he querido que se vuelvan noches más rápido y así las noches se conviertan de inmediato en el día siguiente. Hay momentos en los que estás arriba, muy arriba. Tan arriba que hasta se vuelve vertiginoso ver todo desde allá. Hay caídas también desde muy alto que nada amortigua el impacto contra el suelo y reaccionas cuando ya te has golpeado. Las vorágines de la vida.

Felizmente el descanso trae sosiego y la inteligencia la capacidad de empezar de nuevo. Allá vamos.

Hace una semana escribí un cuento para un programa de escritores aficionados promocionado por un conocido diario local. La idea era que salga publicado en la fecha que se indicaba pero no fue así. Nadie supo esto hasta este momento pero me frustró mucho no ser seleccionado. Mucho. Aún hay oportunidad, pero tuve mucha expectativa por salir en la primera edición. ¿¿¿Soberbia???, puede ser y me honra. He encontrado al escribir, un placer propio, mío, único. He encontrado en la descripción de mis hazañas y experiencias el momento en que converso conmigo abstraído del mundo. Por eso es que estoy tratando de trascender con mis líneas. Aún es un sueño ligero que espero se siga formando pero evitando que se convierta en pesadilla. Y lo mejor de todo es que la mejor parte de escribir es compartirlo públicamente. Algo estoy haciendo y está siendo retribuido poco a poco.
 
Acaba de pasar un avión. Dentro de un mes exactamente saldremos de viaje en familia. Nunca hemos viajado en familia. Nos vamos a un país centroamericano aceptando la invitación de unos amigos. Temía mucho tomar la decisión de un viaje de tales proporciones. Me convenció la sencilla razón de merecernos este regalo. Una de las cosas que uno debe hacer en su vida es viajar, además, porque dicen que lo haces una vez y no quieres dejar de viajar nunca más. Eso quiere decir que este debe ser el primero de muchos viajes familiares, siempre, que haremos constantemente. Ya es un hecho, nos vamos. Será motivo de una crónica de viernes, estoy seguro.
 
Ayer entré a una farmacia a comprar unos medicamentos que mi esposa necesitaba porque está con un tratamiento. Pedí, pagué y me fui. Quince minutos después, camino a casa, me di cuenta que había dejado mi libro en la farmacia. Leo novelas que demoro en terminar porque aprovecho el tiempo de ida y vuelta del trabajo para leerlas. Recordé que inmediatamente salí de la farmacia otro cliente pasó al mostrador a comprar. Habían muchos clientes recordé también, lo que reducía las probabilidades de encontrar mi libro si es que algún lector se percató de mi descuido y quiso apropiárselo. Regresé. Avisé a la señorita del mostrador lo que había pasado y de inmediato me lo devolvió. Felizmente. Me regresó el alma al cuerpo. Irónicamente pensé que muy pocos leen en nuestro país.
 
Mi suegra sufrió un accidente en casa. Se rompió un vaso y por evitar que cayera al suelo se cortó con el vidrio haciéndose una profunda herida en la mano. Ella nos ha estado visitando en casa estos día para ayudarnos porque muy por coincidencia mi esposa también está pasando por un tratamiento actualmente que impide use una de sus manos. Ellas dos están mal y yo me siento más manco que ellas porque sin su apoyo como que estorbo un poco. Espero se recuperen pronto (necesito que se recuperen pronto). Por favor, recupérense pronto.
 
La otra noche mi hijo mayor no pudo dormir, cuando eso pasa debemos ser muy prudentes para descubrir el motivo de su angustia. Al principio nos responde que no pasa nada, que simplemente son pesadillas u otras explicaciones que sentimos carecen de sentido pero para él son un tormento. Él llora y nosotros nos impacientamos. Le damos alternativas para que esté tranquilo. Duerme con tu almohada, abraza tu pingüino, deja prendida la luz de tu lámpara y así concilia el sueño nuevamente. A la mañana siguiente y luego de haberse despertado incluso dos veces más en la madrugada nos logra decir que en la clase de teatro de la semana pasada en el colegio le hicieron elaborar una máscara con papel y mucha goma. La sensación de la goma en sus manos lo había puesto muy nervioso por su marcada sensibilidad hacia ciertas texturas y ese día nuevamente le tocada Teatro. Eso lo atormentaba a nuestro chiquito. Mamá le dijo que iba a hablar con el profesor. Él se negó diciendo que tenía que hacerlo pero de todas maneras sugerimos al colegio no presionarlo con ese tipo de tareas. Ese día, cuando Mateo regresó del colegio estaba feliz, el profesor había entendido perfectamente la situación y lo había apoyado en todo. Felizmente mi hijo, este año en el colegio, está rodeado de gente muy buena, lo cuidan y admiran y yo los admiro y les debo todo mi respeto.
 
Santiago tiene cuatro años y dice estar enamorado o en todo caso no lo dice con esas palabras textuales pero sí comenta que una chiquita es su novia. Que una amiguita le gusta. Cuando le pregunto al respecto, no me responde porque le da roche.  Así me dice, ya me dio roche. Mi hijo, está creciendo. Hoy son ocurrencias y mañana serán vivencias que con todo derecho vivirá en libertad y bajo conciencia. Ya lo he dicho, mi hijo menor me educa y me enseña que la vida no es complicada, que es simple. Que una risa bien disfrutada siempre es el mejor motivo para estar alegre todo el día.
 
Y así, queriendo hablar de nada de pronto hablé (o escribí) de todo. De mi semana, de mis cosas. De esas cosas que al igual que yo vives tú y hacen tu día. No tenía un tema específico para esta ocasión. Me senté frente a la computadora tan solo para comprobar si existe la inspiración dentro de la falta de ideas y me muestro la grata satisfacción que sí es posible.
Me estoy dando cuenta, poco a poco, que esto de escribir me está gustando cada vez más, me está encantando y me está atrapando. Continuemos entonces en esta aventura. Te invito a hacerlo. Es un deleite ver como de pronto, mientras por mis oídos entra música instrumental, por mi mente salen dictados que cuentan algo... ya alguien que goza de toda mi admiración y cariño me preguntó la vez pasada - Franco, ¿será que dejarás todo por escribir? -. No lo sé aún maestro. No lo sé.

Moraleja: Pienso, luego escribo.